Drogas en la ciencia ficción
Una droga es una substancia química que puede afectar a la percepción o el comportamiento de una persona. Esta definición puede englobar bebidas alcohólicas, cafeína y numerosos medicamentos; de hecho, varios anestésicos y calmantes tienen su origen en el opio y el término inglés "drug" se refiere no sólo a las substancias psicoactivas, sino a todo tipo de medicamentos. En el presente artículo entenderemos "droga" como substancia, natural o sintética, de efectos psicoactivos (afecta a las funciones del sistema nervioso) y cuyo uso suele estar muy restringido en la sociedad, pudiendo incluso ser ilegal.
Una de las características más significativas de la ciencia ficción es la no necesidad de someterse al realismo más que en términos de plausibilidad (véase nóvum), lo que proporciona gran libertad para imaginar ideas y escenarios. Algunos autores, con ideas a veces muy alejadas de la ortodoxia, han aprovechado la naturaleza especulativa del género para proponer enfoques polémicos sobre el tema de las drogas, modos de abordarlo únicos y discursos con puntos de vista muy distintos.
Tabla de contenidos
Breve visión histórica:
En efecto, el tratamiento que se ha dado a este tema ha sido muy diverso a lo largo de la historia.
En las obras anteriores a la edad de oro, en las que los efectos devastadores de las drogas no eran tan conocidos, podemos encontrar algunos ejemplos muy atrevidos bajo nuestra perspectiva actual, en los que las drogas eran estudiadas casi como piezas de ciencia, herramientas de gran potencial a las que se podía dar buen o mal uso. Durante la larga edad de oro, y bajo la mirada atenta de Campbell, las drogas desaparecieron de los argumentos, al igual que el abuso del alcohol, el sexo explícito y otros temas conflictivos como el racismo, el papel de la mujer o la homosexualidad. Sólo a partir de la edad de plata, seguramente por influencia de la emergente generación beat, algunos autores empezaron a hablar del uso de drogas, aunque desde un punto de vista meramente práctico, como sueros de la verdad o facilitadores de alguna solución. La nueva ola en pleno auge del movimiento hippie y la psicodelia, liberaría finalmente esta autocensura, con una visión a veces libertaria que gradualmente se iría haciendo más oscura al desembocar en las obras del ciberpunk, en las que las drogas suelen servir para caracterizar la degradación o marginalidad de los personajes.
Independientemente de la época (aunque muy ligado a ella) está el rol que las drogas desempeñan en la trama. No es lo mismo una substancia que produce un cambio físico, que una que altera y aumenta la percepción o la que, simplemente, produce adicción en personajes marginales. Obviamente, según la época en que la que salió a la luz la obra, va a haber una preferencia en el tratamiento; pero un mismo uso se puede encontrar en obras separadas por más de un siglo.
Las drogas como elemento de la trama:
Las drogas han tenido diferentes funciones dentro de las historias en que aparecen: drogas que proporcionan capacidades superiores a quienes las consumen, drogas que permiten formas de percepción más profundas o, simplemente, drogas estupefacientes que alejan a su consumidor de la miseria de su vida diaria. Por supuesto, lo anterior viene fuertemente ligado al contexto histórico en que la obra es escrita y a la percepción que la sociedad tuviera de las mismas en ese momento.
Drogas facilitadoras:
A menudo las drogas forman parte de la trama facilitando un poder o capacidad que, generalmente, constituye el nóvum de la historia.
Este poder puede ser debido a un cambio físico, como en El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde (Robert Louis Stevenson, 1886), donde la droga cambia físicamente al honesto Dr. Jekyll convirtiéndolo en el horrendo Mr. Hyde, quien reúne todas sus pulsiones violentas; o El hombre invisible (H.G. Wells, 1897), donde una substancia produce invisibilidad a quien la ingiere o, por citar obras posteriores, Prohibida la entrada (Fredric Brown, 1954), en la que una droga muta a unos niños para que puedan vivir en la superficie de Marte.
Pero la nueva capacidad también puede ser debido a una alteración de la percepción como la melange de la saga de Dune; esta droga aumenta las capacidades mentales humanas permitiendo a los mentat actuar a modo de ordenadores humanos, permite también a los pilotos de la Cofradía Espacial ver todas las ramificaciones del espacio-tiempo para guiar a las naves en sus viajes espaciales y permitirá a Paul Atreides ver el futuro.
La importancia del momento histórico es evidente en estos ejemplos. Las drogas del primer tipo son más frecuentes en los primeros años del género, cuando la línea que separa el medicamento del estupefaciente (ambos "drug" en inglés) era menos clara. El ejemplo de Dune (Frank Herbert, 1965), sin embargo, tiene lugar durante la nueva ola y en pleno auge del movimiento hippie, por lo que está fuertemente influenciada por un contexto histórico en el que se percibía a las drogas como facilitadoras de nuevas formas de percepción.
En todo caso, hay obras de varias épocas que han tratado las drogas como precursoras de poderes psíquicos, normalmente vinculadas a la idea errónea de que el cerebro humano alberga capacidades y sentidos ocultos que pueden ser “desbloquedos” de esta manera. Por ejemplo, en Akira (Katsuhiro Otomo, entre 1982 y 1993), son utilizadas por el propio gobierno en experimentos ilegales que buscan desarrollar individuos capaces de comunicarse por telepatía, de mover objetos por telekinesis, teletransportase y dominar voluntades o cualquier campo físico. Pero la obra de Otomo apenas es una gota en un mar de drogas, experimentos y superpoderes: En El asesino infinito (Greg Egan, 1991), el protagonista emplea una droga para desdoblarse en un infinito de universos paralelos posibles; en El cortador de césped (Brett Leonard, 1992) se emplean drogas para estimular y condicionar la inteligencia de los sujetos (chimpancés) con el fin de desarrollar un nuevo tipo de supersoldados; y en la serie de televisión Galáctica (en su remake de 2003) la presidenta Laura Roslin tiene visiones de futuro gracias a una droga denominada "kamala".
La ilegalización de las drogas a medida que se fue conociendo su capacidad de provocar daños severos, así como la pérdida de interés en ellas como canalizadores de nuevas percepciones pasados los años setenta, coincidió con la aparición del ciberpunk. Este subgénero surge como una respuesta pesimista a los desengaños de las décadas anteriores. El género se vuelve oscuro y la temática se acerca al cine y la novela negros, con personajes marginales, a menudo adictos a las drogas como resultado de una falta de esperanza en el futuro. En este contexto las drogas dejaron de ser el nóvum para ser un elemento más del escenario ligado a la marginación o ilegalidad.
Drogas para el control social:
Uno de los usos más inquietantes de las drogas que ha imaginado la ciencia ficción es el del control de la sociedad. Sin embargo, la forma en que las clases dirigentes emplean estas drogas es muy diferente según las obras.
Un buen ejemplo del uso de las drogas para mantener satisfecha una sociedad es Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932), una obra temprana pero visionaria en muchos aspectos. En esta novela Huxley imagina una droga lúdica, el soma, que es de libre uso. Esto, unido a que los anticonceptivos obligatorios permiten disfrutar libremente del sexo, a la sobreabundancia material y a técnicas de ingeniería social, hace que las personas vivan libres y desinhibidas disfrutando de cada instante sin preocupaciones. Por supuesto, una sociedad satisfecha es incapaz de percibir su propia vacuidad y alienación, por lo que no existe posibilidad de revolución o altercados.
No todas las distopías son tan satisfactorias como Un mundo feliz. En La fe de nuestros padres (Philip K. Dick, 1967) se suministra a la población una droga alucinógena que hace a la gente creer que vive en una sociedad rica e idílica. Sin embargo, Dick no profundiza en este tema, sino que afronta otro muy distinto que constituiría el eje de su obra: la verdadera naturaleza de la realidad. Algo similar ocurre en Congreso de futurología (Stanislaw Lem, 1971). Al final de esta obra el protagonista cree percibir que la rica sociedad en la que cree vivir puede ser falsa; sin embargo, la propia confusión de los personajes (cuyas narraciones no son confiables) desorienta al lector, por lo que esto no queda completamente claro.
Mucho más explícita es THX 1138 (George Lucas, 1969). En esta película los ciudadanos son deshumanizados hasta el punto de que se prohiben las relaciones interpersonales. Este nivel de control puede ser logrado mediante la administración de drogas que inhiben sus emociones.
Lo contrario es también posible. Si las drogas pueden servir para mantener el control de una población, pueden servir también para soliviantarla. Esto ocurre en la ya mencionada La fe de nuestros padres de Dick, en la que un grupo terrorista contamina el agua con una droga que revierte el efecto de la empleada por el gobierno para dominar a la sociedad, revelando a los ciudadanos la realidad que se les está ocultando. Batman Begins (Christopher Nolan, 2005) va más lejos: el villano pretende contaminar el suministro de agua no para liberar a la ciudad de Gotham, sino para enloquecer a su población y lograr el caos.
Curiosamente, estas premisas del uso de drogas para el control social ha llegado a calar en el discurso de algunos agentes sociales y ciudadanos. Véanse dos ejemplos muy diferentes de esto: por una parte, la tesis de que ciertos gobiernos son o han sido permisivos con el tráfico de drogas ilegales para, de alguna manera, reducir la agresividad e incluso diezmar a los estratos sociales inferiores; por otra, la aún más delirante de que el gobierno, activamente, suministra drogas a través del agua potable para establecer un control mental sobre la población, hipótesis que Nolan recicló para la mencionada película del hombre murciélago.
Drogas como elemento de represión:
Las drogas, dada su capacidad para alterar el comportamiento de las personas, permiten dar una vuelta de tuerca más en su uso para el control de los individuos, empleándolas para modificar y reprimir el comportamiento de sujetos antisociales.
Un ejemplo de esto sería el empleo de drogas en los campos de concentración para reeducar prisioneros políticos del planeta Gueden en La mano izquierda de la oscuridad (Ursula K. Le Guin, 1969), si bien no son el eje de la historia sino un elemento más que permite definir el escenario.
El relato Los hibbys (James Alexander, 1975) sí se centra en el uso de drogas represivas, en este caso empleadas contra delincuentes. A éstos les es suministrada una droga que ralentiza en un factor de diez su percepción del tiempo y, en consecuencia, se mueven "a cámara lenta"; lo que para ellos es un paseo ocupa el tiempo de un día para las personas normales. Esta lentitud los hace inofensivos para el resto de la sociedad al tiempo que los vuelve vulnerables al ataque de gamberros.
Otro de los usos posibles de las drogas contra los elementos peligrosos de la sociedad es su empleo como elemento de tortura en interrogatorios. En la serie de televisión Galactica en su remake de 2003 se tortura al Dr. Gaius Baltar suministrándole una droga que le produce desasosiego y alucinaciones. Este uso es tanto más terrible en cuanto que se ha empleado en la realidad contra prisioneros políticos y de guerra, incluso por parte de gobiernos pretendidamente democráticos.
Función literaria:
Nóvum:
Las drogas han proporcionado el nóvum de numerosas obras en las que facilitan un poder o capacidad cuyas posibilidades e implicaciones el autor desea explorar.
La droga que proporciona invisibilidad en El hombre invisible (H.G. Wells, 1897) y la melange que proporciona precognosciencia a Paul Atreides en Dune (Frank Herbert, 1965) cumplen una función similar: dotan a un ser humano de una capacidad que lo sitúa por encima de sus semejantes dotándole de poder y control sobre ellos. Así, a pesar de las notables diferencias en sus efectos (la primera proporciona un cambio físico, la segunda un cambio de percepción) y del enfoque que dan los autores de cada obra a las consecuencias (Wells considera que el poder convierte a quien lo posee en un ser amoral peligroso para la sociedad, Herbert que lo sitúa fuera de la sociedad como elemento ajeno a la misma, por encima de sus normas) ambas drogas cumplen la misma función dentro de la historia: provocar el elemento prospectivo.
De un modo similar, tanto la droga que se suministra a la población en La fe de nuestros padres (Philip K. Dick, 1967) como la que se vierte en el Congreso de futurología (Stanislaw Lem, 1971), a pesar de sus notables diferencias (una es suministrada en secreto por el gobierno para controlar la población, la otra es parte de un ataque terrorista a un congreso) ambas sirven a un mismo fin: especular acerca de la naturaleza de la realidad y nuestra percepción de la misma.
En todos estos casos, la historia se basa en la existencia y las propiedades de una determinada droga, y la especulación gira en torno a sus usos y efectos, por lo que constituyen la innovación plausible que mueve la trama y teje la argumentación.
McGuffin:
Las drogas han servido también en numerosas obras de McGuffin. Es decir, son el elemento que desencadena y/o mantiene la acción en marcha, si bien no son el eje de la misma.
El empleo más evidente de las drogas con este fin se da en historias policiacas o de género negro, cuando la investigación del tráfico de drogas o la persecución de un alijo son el objeto de la trama. Ejemplos de esto hay muchos: En Estoy en Puertomarte sin Hilda (Isaac Asimov, 1957) un detective debe identificar a un traficante de espaciolina, una droga que se emplea para evitar el mareo en los viajes espaciales y de la cual se pretende introducir en Marte una partida adulterada; sin embargo, el cargamento de espaciolina no es el eje del relato, sino las pesquisas del detective, su interrogatorio y, sobre todo, sus prisas por zanjar la investigación y visitar a Hilda antes de que llegue su mujer. En Atmósfera cero (Peter Hyams, 1981) se recrea en una colonia minera en Io un western clásico, Solo ante el peligro (High Noon, 1952); el eje de la historia es cómo el sheriff debe hacer frente a un grupo de asesinos enviados contra él por investigar el tráfico de drogas sin ninguna ayuda por parte de sus cobardes vecinos. En Rata (James Patrick Kelly, 1986) el protagonista del relato, Rata (que es, efectivamente, una rata modificada genéticamente), se dedica al contrabando de drogas; este contrabando es, de nuevo, el desencadenante de la historia cuando Rata es descubierto y debe huir, pero el eje del relato es, en realidad, la narración de su huida... Los ejemplos de este tipo serían innumerables.
Sin embargo, el ejemplo más notable del uso de drogas como McGuffin quizá sea Una mirada a la oscuridad (Philip K. Dick, 1977). En esta novela Dick narra la historia de Bob Arctor, un policía de narcóticos que debe infiltrarse en una banda de traficantes para descubrir el origen de una droga que está causando estragos. Obviamente, y con el fin de mantener su tapadera, Arctor debe consumir drogas con sus compañeros criminales, lo que le acarreará problemas de diversos tipos. Sin embargo, lo realmente importante de esta historia es el retrato que Dick hizo del mundo de la droga, la historia no es más que el vehículo que Dick emplea para transmitir, y quizá exorcizar, los demonios vividos en aquella etapa de su vida.
Caracterización de personajes:
Las drogas han servido para caracterizar a los personajes, especialmente desde los los años ochenta, cuando perdieron el interés que se tuvo en ellas durante la nueva ola como canalizadoras y el género se volvió más oscuro y ligado al género negro. En este contexto el uso de drogas ilegales permite caracterizar a personajes marginales.
El ejemplo ideal de personaje marginal inmerso en una espiral autodestructiva es Case, protagonista de Neuromante (William Gibson, 1984), pero no es el único. El protagonista de Timbuctú (Carlos Gardini, 1995) es también drogadicto. Otros personajes como Jill en La mujer trampa (Enki Bilal, 1986) o el protagonista de Blackout (Jordi Armengol Carnero, 2007) sufren los efectos del consumo de drogas en el pasado y Rata, protagonista del relato homónimo de James Patrick Kelly de 1986 es un traficante.
Sin incidir en la marginalidad o en la autodestrucción, las drogas ilegales permiten dibujar personajes que desprecian las normas sociales. El carácter antisocial del personaje se ve exacerbando por los efectos estimulantes de las drogas (por ejemplo la cocaína), que los vuelven frenéticos o, incluso, violentos. Ejemplos de esto serían Spider Jerusalem del cómic Transmetropolitan (Warren Ellis y Darick Robertson entre 1997 y 2002) o Rick Sánchez en Rick y Morty (Dan Harmon, Justin Roiland, 2013).
Algunos autores ven la experimentación con las drogas, como con el sexo, parte del proceso de maduración de los jóvenes. Durante la adolescencia los jóvenes tratan de explorar al mundo que hay más allá del abrigo de sus padres, cuestionan sus normas y, obviamente, el uso de drogas lúdicas ilegales satisface esas necesidades de exploración y transgresión. No es pues extraño que los autores interesados en mostrar el mundo juvenil hagan aparecer las drogas en sus escenarios. Ejemplos de esto serían Akira (Katsuhiro Otomo, entre 1982 y1993), donde Otomo establece un paralelismo entre el consumo de anfetaminas entre jóvenes pandilleros y la administración de drogas facilitadoras a los sujetos de investigación; Agujero negro (Charles Burns, entre 1995 y 2005), en el que el protagonista es un adolescente cuyas principales preocupaciones son, de nuevo, el sexo, las drogas y la aceptación social; o Lupus (Frederik Peeters, entre 2003 y 2006) en el que dos amigos, al terminar la universidad, emprenden un viaje con el objetivo de disfrutar del sexo, las drogas y buenos lugares de pesca.
Narradores no confiables:
Dado que las drogas alteran la percepción, también hacen que los recuerdos e impresiones de los personajes que las consumen sean confusos o erróneos. Esto permite el empleo del recurso del narrador no confiable cuando el personaje afectado es el narrador.
Un ejemplo claro de este recurso en Truan, el protagonista de La casa de hojas (Mark Z. Danielewski, 2000). Su adicción y su mitomanía, agravada por la obsesión con el manuscrito de Zampanó, lo convierten en narrador no confiable y, en cierta forma, dickiano: ¿cuál es la realidad?
El cine, por su propia naturaleza, rueda al protagonista en su entorno desde un punto de vista exterior, por lo que el empleo de este recurso es más difícil, sin que esto signifique que no se puedan encontrar ejemplos como 12 monos (Terry Guilliam, 1995) o Batman Begins (Christopher Nolan, 2005). Para representar la percepción alterada del protagonista la cámara se mueve agitada y la imagen se deforma con filtros o lentes. Este efecto se emplea también para representar a los protagonistas aturdidos tras un golpe, si bien en el caso de la alteración de la percepción por drogas se pueden añadir efectos que alteran la imagen añadiendo elementos que no existen en las tomas objetivas.
Pero más allá de estos efectos, el cine ha utilizado el narrador no confiable a través de la misma narración. En ciencia ficción y relacionado con el uso de drogas, no se puede dejar de mencionar la inteligente adaptación de Richard Linklater de la novela de Dick antes mencionada. A scanner darkly (2006). En ella, se utiliza el rotoscopio para captar la expresión facial y el movimiento para generar la base de una película de animación, lo que permite añadir un variopinto juego de “efectos especiales” que transmiten la subjetividad de las imágenes mostradas (el espectador ve cosas que realmente no están ahí). Pero, además, el manejo de escenas y diálogos (y aquí todas las alabanzas son para la obra original de Dick) inducen al espectador a desconfiar de la visión que el protagonista tiene de lo que está ocurriendo. Al principio, Arctor es un narrador confiable, pero debido a la degeneración cognitiva que el abuso de las droga le está provocando, empieza a confundir su doble rol de agente infiltrado, y el espectador asiste a la devastadora escisión y demolición de la personalidad del protagonista leyendo conjuntamente las diferentes versiones de la realidad.
En este sentido, Dick nos da la clave de cierto tipo de narradores no confiables, al relacionar drogas, degeneración cognitiva e, incluso, enfermedad mental.
Creación de escenarios:
Dado que las drogas han sido tradicionalmente ilegales, mostrar sociedades en las que éstas son legales es una forma simple y efectiva de trasladar al lector o espectador que se encuentra ante un escenario distinto del real tal y como ocurre.
Ejemplos de esto podemos verlos en Solsticio (James Patrick Kelly, 1985) o Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932) donde no sólo se permiten, sino que su uso por parte de la población es bienvenido por unas clases dirigentes dirigen la sociedad manteniendo a sus habitantes satisfechos.
Las drogas y los autores:
Las drogas no sólo han formado parte de la trama de numerosas obras, sino que ha habido autores que las han conocido en primera persona más allá de un simple contacto de experimentación.
Un ejemplo sorprendente entre los autores que consumieron drogas sea quizá Aldous Huxley. Miembro de una prestigiosa familia de intelectuales británicos, estudiante en Eton y Oxford, era hijo y nieto de reputados biólogos y hermanastro de Andrew Fielding Huxley, quien acabaría siendo premio Nobel de Medicina. En principio nadie parecería más alejado del consumo de sustancias ilegales. Sin embargo, Huxley era consumidor de drogas psicodélicas, como la mescalina, el LSD y la psilocibina, que influyeron notablemente en su obra a partir de los años cincuenta. De hecho, en su lecho de muerte solicitó a su mujer que le inyectara LSD intramuscular para apreciar mejor la experiencia. Por eso no extraña que en Un mundo feliz (1932) imaginara que una droga como el soma pudiera ser socialmente aceptable, si bien no omite el posible papel de las drogas como elemento de control social.
Jean Giraud, más conocido como Moebius, es quizá un ejemplo más tópico. Conoció el sexo y las drogas a los 16 años, cuando su madre se casó con un mexicano y fueron a vivir a su país. Nunca negó su consumo, si bien las consideraba una "herramienta" que utilizaba, especialmente la marihuana. Para él el término "droga" se aplicaría sólo a su consumo por placer y, aunque también las usó con este fin, dio su periodo de experimentación por finalizado en 1965, tras un mal viaje con hongos. Se suele asumir que las drogas influyeron en su estilo, haciéndolo más limpio, al tiempo que la temática se adentraba en el New Age.
Sin embargo, si hay un autor que ejemplifica perfectamente el uso de drogas tanto en su vida como en su obra es Philip K. Dick. Dick fue un ávido consumidor de drogas lo que le ocasionó frecuentes problemas económicos. Muchos de sus amigos murieron a causa de las drogas (y a ellos les dedica un apartado en Una mirada a la oscuridad (1977) y él mismo aseguraba haber perdido cinco años de su vida de los cuales decía no guardar ningún recuerdo. Las drogas le causaron serios problemas de personalidad y en la última etapa de su vida aseguraba haber sido contactado por una inteligencia superior (VALIS) al tiempo que aseguraba estar siendo perseguido por la CIA y el KGB.
La obra de Dick gira básicamente acerca de dos pilares básicos: la percepción (¿Es el mundo que percibimos real? ¿Cómo podemos saber que no es una alucinación?) y la naturaleza humana (¿Cómo podemos saber quién somos? Si se alteraran nuestros recuerdos y percepción, ¿actuaríamos de otra forma, seríamos otro? Si fuéramos replicados por una máquina que no supiera que lo es, que tuviera nuestros recuerdos y actuara exactamente igual que nosotros, ¿no sería esa máquina también nosotros?). Obviamente, las drogas, en tanto que alteran la percepción y la personalidad, debían formar parte de su obra, tanto más cuanto que el propio Dick las conocía como consumidor habitual.