Sexo en la ciencia ficción

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El sexo es una actividad biológica básica llevada a cabo por la mayor parte de los animales (y, en concreto, por el ser humano) y cuyo fin último es la reproducción mediante el intercambio de ADN entre individuos, si bien el ser humano suele llevarlo a cabo con fines lúdicos y por placer, especialmente en las sociedades más avanzadas.

Por sus implicaciones biológicas, el sexo ha tenido siempre profunda influencia en las sociedades humanas, lo que ha resultado en todo un conjunto de ritos, supersticiones y tabúes que, en muchas ocasiones, definen algunas de las leyes y costumbres más importantes de dichas sociedades.

Como elemento fundamental de la actividad humana y dada su importancia en la actividad humana, debería haber sido un objeto fundamental de análisis por la ciencia ficción. Sin embargo, la ciencia ficción no parece interesarse por estos asuntos hasta la década de los '60, siendo anecdóticas las obras que lo tratan con anterioridad. Resulta llamativo que un género tan dado a investigar las implicaciones de los desarrollos científicos y tecnológicos en diferentes aspectos de la sociedad, haya sido tan pacato en lo que a la sexualidad se refiere.

Ciencia ficción literaria:

Edad de oro, de plata y anteriores (hasta finales de los años '40):

En los primeros tiempos de la ciencia ficción el sexo brillaba por su ausencia. Eran tiempos en los que la sociedad se regía por normas morales mucho más estrictas y en las que, no ya escenas explicitas, sino un simple erotismo subido de tono resultaría inaceptable.

Además, hay que tener en cuenta que buena parte de la ciencia ficción que se publicaba en las revistas pulp de aquella época estaba orientada a un público juvenil, por lo que el principal componente de las historias era la aventura. En este tipo de publicaciones había lugar para el romance entre el héroe y la dama en apuros, pero no para el sexo. De esa forma, aunque en las novelas de Barsoom de Edgar Rice Burroughs los personajes permanezcan desnudos, los amores son platónicos, los amantes yacen juntos sólo tras el matrimonio y el sexo no se menciona en ningún momento.

La omisión del sexo alcanzaba, en ocasiones, niveles flagrantes. Por ejemplo, en El último hombre, publicada en enero de 1929 en Amazing Stories, no hay hombres por lo que las mujeres se vuelven asexuadas. Resulta interesante comparar este relato con Houston, Houston, ¿me recibe?, escrito por James Tiptree Jr. y publicado en 1976. En este segundo relato los hombres han desaparecido también, pero esto no hace que las mujeres renuncien al sexo, sino que el lesbianismo es la forma habitual de sexualidad.

Aunque, por supuesto, hay excepciones como Las ciudades de Ardathia (1932), en la que la monogamia es tan aceptable como la poliandria, pues la forma de matrimonio viene dictada por una máquina pensante que dirige la sociedad.

La edad de oro, que se inicia con la llegada de John W. Campbell a la dirección de Astounding Stories, supuso un cambio notable en el enfoque de las historias. Éstas dejaron de centrarse en la aventura para tomar un cariz mucho más especulativo y con un mayor rigor científico. Sin embargo, esto no supuso la aceptación del sexo como elemento de especulación.

Tomemos como ejemplo los dos principales autores de Campbell en esta época: Heinlein y Asimov.

El primero dibujaba unos personajes casi perfectos: sanos, inteligentes, arrojados... las mujeres protagonistas de las obras de Heinlein son siempre hembras perfectas que acompañan y apoyan al protagonista. Pero aunque existe una marcada tensión sexual entre ambos, Heinlein no da lugar a escenas que hagan pensar siquiera en el sexo real (sucio, lleno de fluídos, gratificante pero frustrante en ocasiones...), sino más bien en un sexo atlético y limpio dirigido a la procreación de seres tan perfectos como sus progenitores.

En los relatos de Asimov, por el contrario, las mujeres no aparecían y, cuando lo hacían, eran personajes como la doctora Susan Calvin: llenos de características masculinas, por lo que el sexo quedaba definitivamente obviado.

En las distopías, sin embargo, se suele mencionar el sexo (muchas veces desde un punto de vista extremista). Por ejemplo, en la novela Un mundo feliz (1932), aparece una sociedad que considera la promiscuidad sexual como algo bueno y aconsejable. Al contrario, en la novela 1984 (1949) aparece una sociedad donde se quiere erradicar el sexo: los protagonistas (Winston Smith y Julia) tienen relaciones pero a escondidas. Además, los dirigentes intentan conseguir suprimir el orgasmo de las relaciones sexuales (incluso dentro del matrimonio).

Apertura sexual (hasta principios de los '60):

En los últimos años de la edad de plata se apuntaba ya un cierto cambio en las inquietudes de los autores.

En 1948 George Orwell publica 1984. No es que en la novela haya escenas de sexo explícito, pero en ella se critica la represión sexual como una de las formas en las que se oprime al individuo y se recortan sus libertades. El primer autor en tratar el sexo de forma explícita fue Philip J. Farmer en su novela Los amantes (1952), novela ganadora de un Hugo y rechazada por Campbell por su contenido subido de tono. En ella el protagonista se enamora de una alienígena que adopta forma humana para seducirle y el sexo aparece de forma explícita. En 1961 Heinlein publica Forastero en tierra extraña, considerada una de las biblias del movimiento hippy debido a su tratamiento liberal de los aspectos sexuales de las relaciones interpersonales.

Esta es también la época en la que comienza a escribir Philip K. Dick. No es que las escenas de sexo explícito abunden en su obra (aunque las hay), pero su tratamiento de los personajes es muy distinto al de los autores de épocas anteriores. Los personajes de Dick son hombres y mujeres normales en los que cabe suponer que el sexo sea un motor de su comportamiento, como lo es para todos nosotros.

Nueva ola (desde finales de los '60):

La nueva ola, iniciada por Michael Moorcock en la revista británica New Worlds a finales de los '60, supuso una ruptura clara respecto a los esquemas del género en las épocas anteriores.

Los nuevos autores de esta época tienen nuevas inquietudes y su ciencia ficción se aleja definitivamente de la Space Opera y centrándose en temas más cercanos. Estos nuevos autores han crecido en una sociedad posterior a la Segunda Guerra Mundial y han visto el nacimiento del movimiento hippy. Sus ideas, por lo tanto, son muy diferentes de las de los autores de épocas anteriores.

Para esta nueva hornada de autores la sexualidad es una parte más del comportamiento humano, y una muy importante. De esta forma, en la novela de Harry Harrison ¡Hagan sitio, hagan sitio! (1966) la protagonista femenina es la amante de un ricachón muerto sin que el protagonista la juzgue de forma despectiva ni le impida enamorarse de ella; en Mundo Anillo (1970) Larry Niven incluye entre la tripulación de una nave espacial a una mujer cuya función es servir de desahogo sexual para los tripulantes masculinos, tarea para la cual ha sido entrenada; en Pórtico (1977) de Frederik Pohl el sexo es un pasatiempo habitual dentro de las naves en los largos viajes sin nada mejor que hacer.

Para los autores más avanzados de esta época, el sexo es algo normal y común, uno más de los aspectos de la vida humana y ni mucho menos uno de los menos importantes. Eso no quiere decir que el conjunto de la sociedad hubiese progresado tanto como ellos, y un buen ejemplo puede ser el de la censura sufrida por el libro de Kurt Vonnegut, Matadero cinco (1969). En ella, parodiando un argumento de una historia barata, cuenta que el protagonista, Billy Pilgrim, es abducido por extraterrestres, exhibido desnudo en un zoo y obligado a mantener relaciones sexuales con una actriz de cine llamada Montana Wildback. La carga antimilitarista del libro sin duda influyó también en su censura en los planes de estudio de algunos estados, pero quedaba claro que no todas las partes de Estados Unidos eran igual de progresistas.

Un caso, quizá extremo es el del relato Danubio azul (1975) de Vic Morris. En este relato los extraterrestres llegan a la Tierra para ofrecernos entrar en la Confederación Galáctica. Sin embargo, debemos demostrar que somos capaces de dejar a un lado nuestros prejuicios. La forma de hacerlo es copulando con el embajador (embajadora, en realidad) extraterrestre, misión en la cual es entrenado el protagonista.

Como anécdota, cabe indicar también que, en esta época, la revista Playboy publicó una serie de relatos de ciencia ficción en los que, como es lógico, se dio a los autores mucha mayor libertad para tratar el sexo.

Ciberpunk (años '80):

El tramiento que el ciberpunk ha hecho del sexo ha sido, en ocasiones, escabroso.

De esta forma, en Neuromante (1984), de William Gibson, Molly, uno de los personajes principales, alquiló en el pasado su cuerpo para ejecutar programas de sexo en "casas de muñecas", burdeles en los que las chicas actúan según los programas sin tener control consciente de su cuerpo ni recuerdo alguno después de la sesión. Molly cuenta en la novela que, en cierta ocasión, se despertó en mitad de una sesión para encontrarse en la cama con un senador y cubierta con la sangre de una chica muerta. En esta misma novela, uno de los personajes secundarios mantiene clones de sus hijas a los que induce autismo; tras mantener relaciones con ellos los mata.

Por supuesto, no todo el sexo del ciberpunk es tan brutal. El mismo Gibson muestra en Neuromante y en otros relatos escenas de sexo mucho más naturales.

Lo que se deja ver en este subgénero es el sexo como algo habitual, desprovisto a menudo de cualquier implicación sentimental pero, en ocasiones, demasiado instrumentalizado o rebuscado. Es como si, tras la ingenuidad o pacatería de épocas anteriores, el género se hubiera pasado al otro lado sin detenerse en el término medio.

Esto hay que entenderlo también dentro de las características del ciberpunk. Éste se encuentra muy cerca de la novela negra, con la que comparte escenarios y temáticas a menudo sórdidas. En este contexto, la ambientación en burdeles, los juguetes sexuales y los vicios retorcidos son elementos estéticos muy impactantes y, dado que el ciberpunk es tanto una corriente estética como cultural, estos elementos aparecen en él de forma inevitable.

Actualidad (desde los '90):

Hoy en día, una vez asimilada la aportación de la contracultura ciberpunk, el tratamiento del sexo vuelve a cauces más normalizados. Los autores parecen estar haciendo un repaso de las corrientes anteriores para adaptarlas a un presente en el que la sexualidad parece mejor asumida.

Algunas obras postciberpunk no han desdeñado los recursos descubiertos, pero ya no se han centrado en las aberraciones a las que puede conducir su uso sin restricciones, sino en sus posibilidades de enriquecimiento, mostrando un aumento de la variedad en la sexualidad de los personajes e incluso de los protagonistas.

Por ejemplo, en Ghost in the shell, tanto en algunas escenas del cómic como en secuencias breves de la serie de televisión, se deja entrever que la protagonista, la mayor Kusanagi, mantiene relaciones lésbicas cuya intensidad es amplificada por los posibilidades de su cuerpo cibernético. Por supuesto, no es la primera ocasión en que podemos encontrar un protagonista con inclinaciones homosexuales ni tampoco la primera vez en que los implantes y las extensiones son utilizadas para mejorar las relaciones sexuales; pero la naturalidad en estas escenas, desprovistas de sordidez o vouyerismo, constatan que nos encontramos en un estadio diferente.

Parece que la ciencia ficción que se decide a abordar este tema se recupera de la fiebre exploradora anterior, alejándose un poco de la abundancia de escenas escabrosas. El sexo aparece con frecuencia en casi todas las novelas, pero los autores (sobre todo dentro de la más madura literatura anglosajona) no lo tratan ya con una intensidad especial, sino que la mantienen asumido como una faceta más de sus personajes.

La mención a la homosexualidad se hace muchas veces en relación con la discriminación de los "diferentes". Como ocurre, por ejemplo, en V de vendetta donde aparece una sociedad donde son perseguidos homosexuales, judíos, musulmanes, etc.

Medios gráficos:

En los medios gráficos, por su misma naturaleza, el sexo o, al menos, el erotismo, pueden hacer acto de presencia sin tener interferencia clara con la historia.

Ilustraciones:

El ejemplo más claro (y casi el primero) de un erotismo ilustrado que no se mezcla con la trama de la historia lo tenemos en las ilustraciones de portada de las revistas pulp y de los carteles de las películas de esa misma época.

Se ha mencionado la asexualidad de las historias que se publicaban en estas revistas, asexualidad que choca con el marcado erotismo de muchas de sus portadas.

Hay que recordar que en los años '30 y '40 comienza la época dorada de las pin-ups, que protagonizaban las portadas de revistas y calendarios y cuyas imágenes adornaban las taquillas de los soldados. En este entorno, que las revistas pulp ilustraran sus portadas con hermosas mujeres no es, ni mucho menos, extraño.

Estas portadas mostraban a chicas apenas vestidas con ropas finas que bien podían estar perfectamente ajustadas a su cuerpo o ser como gasas que transparentaban su silueta o, incluso, podían aparecer totalmente desnudas, aunque en este caso objetos secundarios de la portada estratégicamente colocados ocultaban los pechos y el pubis.

A menudo representaban la escena en la que el héroe aparecía para matar al monstruo mientras la dama en apuros permanecía totalmente atada a punto de ser vejada por éste (por el monstruo, entiéndase). Otras escenas corrientes eran mujeres corriendo u ocultándose con las ropas desgarradas, villanos sentados en tronos y rodeados de bellas esclavas, o el héroe atrapado por hermosas villanas.

Como se ve, estas portadas podían indicar claramente cuál era el papel de la mujer en la ciencia ficción de la época, pero su marcado erotismo no se correspondía con el de las historias que se publicaban en las páginas interiores.

De manera paralela, los carteles promocionales de las películas de aquellos años solían mostrar preferentemente interpretaciones libres de alguna escena de la misma, emulando las portadas pulp, si bien con mucho más recato. Tal es así que hoy en día muchos de esos carteles podrían considerarse publicidad engañosa, ya que daban a entender que la película contenía escenas de alto contenido sexual que no aparecían por ninguna parte.

Cine:

El cine es un medio en el que se invierte grandes cantidades de dinero y que accede a un público mucho más amplio que el de las publicaciones en papel. Por ello, los riesgos que asume son mucho menores y esto explica que la liberación sexual tardara más en llegar.

El triunfo del movimiento hippie tuvo mucho que ver con la asunción de estos temas por parte de los productores y por eso no es extraño que fuera en la década de los setenta cuando comenzaran a verse por fin películas con contenido sexual explícito. En Zardoz (1974), Sean Connery era la viva imagen del animal racional de fuertes pulsiones y el sexo era una parte fundamental dentro de la estética de la obra. El engendro mecánico (1977), por contraste, incluía una fuerte escena sexual (de hecho, casi una premonición ciberpunk en el que una máquina viola a una mujer), pero el sexo en sí no formaba parte de la película más que como recurso atractivo.

Las audaces exploraciones en el campo de la literatura no han tenido su reflejo habitualmente en el séptimo arte y así las sórdidas escenas del ciberpunk han sido omitidas sistemáticamente en el cine comercial. Un ejemplo muy especial lo constituye La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick. Por una parte, la película es extremadamente explícita, particularmente en lo concerniente a la violencia. Contiene varias escenas de desnudos femeninos: un intento de violación, una violación y un trío sexual con dos jovencitas. Curiosamente, este trío, que se podría considerar la práctica más normalizada de cuantas aparecen, fue modificado respecto de la novela original de Anthony Burgess (de 1962), donde Alex en realidad violaba a dos niñas de diez años. Evidentemente, a Kubrick le pareció excesivo llegar a tal extremo en una película, y erróneamente podríamos concluir que su obra es más conservadora. En absoluto es así. La película fue clasificada X en su debut y a pesar de todo hay que decir que el sexo no es una parte significativa de la misma, sino la aberración del comportamiento del protagonista.

Pero, volviendo al sexo como protagonista, o al menos como parte fundamental de los personajes de cualquier obra de ficción, sólo ha sido posible encontrar un cierto paralelismo entre la avanzada literatura escrita desde la nueva ola con algunos géneros casi pornográficos y en especial con el Hentai japonés, un tipo de animación para adultos no sujeta a ningún tipo de restricción y dedicada con profusión a materializar casi cualquier fantasía o parafilia masculina o femenina, heterosexual, homosexual o bisexual.

Hay pocas obras que se hayan hecho eco de las posibilidades técnicas del ciberpunk. Una de las primeras en mostrar una escena de sexo virtual fue El cortador de césped (1992), abriendo los ojos a los espectadores a algo ya asumido en las páginas mecanografiadas desde hacia tiempo.

Lo corriente es que toda película comercial contenga ya su pequeña pizca de sexo, como un ingrediente más de la receta de éxito. De esta forma, el sexo apenas forma parte de la trama y en consecuencia, la escena de pasión desatada suele estar incluida casi a la fuerza, tanto en películas de género como en el resto, sin distinción. A veces la inclusión de las escenas sexuales son un flagrante pegado carente de estilo, como en El efecto mariposa 2, un reclamo más o menos explícito que nada tienen que ver con la historia ni aportan nada a la comprensión de los personajes. En pocas ocasiones se dejan entrever algunos atisbos de la audacia que suele caracterizar a la ciencia ficción, como en el caso del personaje de Chris Tucker en El quinto elemento, un presentador de radio (superverde) de aspecto equívoco, casi travestido, del que se puede sospechar tendencias homosexuales pero que es, al menos, bisexual, ya que durante el vuelo a Floxon tiene un ardoroso encuentro con una azafata de la nave en uno de los cubículos.

En la actualidad el sexo aparece en la pantalla grande cada vez con mayor frecuencia, pero aún con una intensidad muy inferior a la de otros medios, incluida la televisión. Si bien existe desde hace décadas un género erótico que ha gozado incluso de cierto prestigio de calidad o audacia (Último tango en París, 1972; Emmanuelle, 1974; Historia de O, 1975...) en la ciencia ficción no se puede decir que haya existido un reflejo de esta corriente, que ha desaprovechado las grandes posibilidades de libertad narrativa que les podía proporcionar ambientes menos realistas.

Televisión:

Numerosas series de ciencia ficción han empleado el sexo o, al menos, el erotismo como reclamo. De esta forma, a menudo las series figuran un futuro lleno de gente atractiva vestida con trajes ajustados. Esto, por supuesto, no significa que el sexo fuera tratado de forma seria. El hecho de que muchas de las series de ciencia ficción hayan estado dirigidas a un público infantil y juvenil ha sido a menudo la causa de este tratamiento tan superficial.

Basta echar un vistazo a las primeras temporadas de la serie Star Trek para darse cuenta de ello. La serie no plantea escenas sexualmente explícitas ni pretende dar tratamiento alguno al tema de la sexualidad. Pese a ello, el capitán James T. Kirk se nos presenta como un galán seductor de exóticas alienígenas y los ajustados trajes de la teniente Uhura se convirtieron en un icono erótico de la época. Pese al tratamiento superficial y frívolo que las primeras temporadas de esta serie dio al sexo, hay que destacar que fue uno de sus episodios, Los hijastros de Platón, emitido en 1968, en el que se vio el primer beso interracial de la televisión (precisamente entre Kirk e Uhura).

Esta situación no cambiaría mucho en varios años. Ejemplos de ello los tenemos en las series de los '80 y '90 como V (con la invasora Diana como claro ejemplo de villana atractiva y letal), Expediente X o Stargate. En todas ellas podemos ver a protagonistas atractivas que, sin duda, sirven de gancho para un público adolescente masculino. Sin embargo, aunque a menudo existe una cierta tensión sexual entre éstas y el principal protagonista masculino, las series se mantienen siempre dentro de los límites de lo tradicionalmente correcto. Nuevamente hay que señalar detalles de excepción, como el hecho de que en V una de las principales tramas argumentales girase en torno a la consecución de un híbrido entre humano y extraterrestre mediante la muy natural técnica de la seducción y apareamiento.

Obras posteriores, sin embargo, sí han hecho un tratamiento más abierto. Ejemplos de ello serían Firefly, serie en la que uno de los personajes es una cortesana, o Galáctica, en la que el sexo es tratado con cierta naturalidad (hombres y mujeres de la tropa comparten espacios comunes como dormitorios, vestuarios o duchas y las relaciones esporádicas son frecuentes y, salvo que impliquen a personajes principales, carecen de especial importancia), aunque hay también algunas escenas algo más encendidas (especialmente algunas de las protagonizadas por el Dr. Gaius Baltar y la Número 6.

Pese a todo, esto no significa que el sexo haya sido definitivamente aceptado. Buena prueba de ello es que se intentó censurar el capítulo Amazonas con ganas de la tercera temporada de la serie de dibujos animados Futurama. Ciencia ficción y televisión (y más aún dibujos animados) se suelen asociar casi inmediatamente a público infantil (un grave error) lo que limita necesariamente las posibilidades expresivas de un género con mucho potencial.

Cómic:

La tradición de la historieta erótica se remonta a finales del siglo XIX, con historias cortas que mostraban la belleza femenina y jugaban al equívoco y los dobles sentidos.

A partir de la década del sesenta el cómic comienza a considerarse como una manifestación que puede suplir los gustos de un público exclusivamente adulto. El cómic erótico aprovechó la influencia feminista para superar el pacatismo de los años 50. Surgen las primeras protagonistas femeninas, heroínas autónomas y activas en torno a lo sexual, que no se dejaban dominar por el varón, con un aire erótico y de femme fatal.

En Europa tenemos así ejemplos como Ana de la Jungla (1959) y Little Annie Fanny (1962), publicado en la revista Playboy, o Modesty Blaise, (1962). Ese mismo año, el francés Jean-Claude Forest publica Barbarella, historieta mítica que inauguraría el género de la heroína fantaerótica, curiosamente con una historia de ciencia ficción ambientada en un futuro sicodélico y bastante pop.

Fue una época cuyo ambiente social permitió el surgimiento y desarrollo de estas mujeres bellas y fatales. Desde entonces este género no hace otra cosa que repetir los esquemas, pero sin aportar nada sustancialmente nuevo. Aún así, hay obras que merecen ser destacadas, como Lorna (1981), de Alfoso Azpiri.

Siguiendo esta tendencia, la liberación sexual de los setenta desembocó en el culto al cuerpo de los ochenta. Como resultado, aparece un tipo de mujer dibujada elegante y perfecta y, en lo sexual, abierta y desinhibida. No se trata de un patrimonio exclusivo de la ciencia ficción, ni mucho menos, pero dentro de los marcos libres de este género se producen algunas de las obras más emblemáticas, como El clic (1983) y El perfumen del invisible (1985), de Milo Manara. Es en esta década en España comienza una explosión erótica, respuesta inevitable a la anterior represión bajo el régimen. Tenemos al argentino Horacio Altuna, famoso por su historias eróticas para Playboy y autor de notables cómics de ciencia ficción distópica con gran protagonismo sexual, como Ficcionario (1983-1984).

En un entorno diferente, notablemente más americanizado e influido por las pin-ups, se puede observar una evolución hacia el erotismo en el tratamiento de la figura humana en los cómics de superhéroes. Ya desde el principio, las chicas llevaban mallas ajustadas; pero actualmente los dibujos de muchos autores tienden a convertir cada página en una portada, con la figura femenina (y masculina también) fuertemente remarcada, pudiendo incluso distinguirse el abultamiento del pubis o del "paquete", con trajes ultra ajustados (parecen más bien pintados sobre la piel) o tremendamente escuetos.

Resulta natural, por lo tanto, que este género afín a la ciencia ficción nutriese de iconos eróticos al mercado y muchas de las historietas cortas actuales recogen gran parte de la tradición y la iconografía de los superhéroes, dando nacimiento a un nuevo fetichismo. No hay superhéroes famoso que no tenga su parodia pornográfica. Sirva a modo de ejemplo el hombre de acero, quien tiene una exitosa versión que ha ideado un nuevo tipo de kryptonita que transforma a Superman en chica, lo que combinada con la kriptonita roja, que le induce al lado "oscuro", da lugar a las escenas lésbicas habituales.

Y aunque se puede etiquetar a tales ejemplos de iconoclastas, no dejan de ser en el fondo desahogos sexuales.

Mucha más transgresor es en realidad el cómic erótico japonés, el Hentai, palabra que significa "perversión" y viene a ser en ocasiones abiertamente pornográfico. La variedad de escenarios y la libertad en la imaginación hace que muchas de estas historias puedan ser enmarcadas dentro de la ciencia ficción. Pero mención especial merece el género extremo del Inju (tentacle rape) que se caracteriza porque las protagonistas hacen el amor (o son violadas) por monstruos, frecuentemente monstruos espaciales, llenos de tentáculos, subterfugio que les permite evitar la censura de los genitales. Podría pensarse que se trata de una forma de hacer explícita la tensión sexual latente en las películas de serie B. Sin embargo, el tentacle rape tiene orígenes propios en Japón, en ilustraciones y trabajos del famoso Katsushika Hokusai (1760-1849), quien acuñó el término manga y que ya había ilustrado historias en este sentido, como una en la que la mujer de un pescador hace el amor con dos pulpos.

Actualmente, todos estos subgéneros coexisten dentro de un mercado emergente y tendente al fetichismo, donde los occidentales han empezado a consumir e incluso producir sus propias historias pornofantásticas.

En este sentido, la ciencia ficción apenas ha servido para abrir ninguna nueva forma de expresión o especulación dentro del cómic, y se ha limitado a poner las coordenadas de nuevos escenarios ideados para satisfacer las fantasías del público.

Homosexualidad:

Artículo principal: Homosexualidad en la ciencia ficción

Si la sexualidad normal ha sido tabú dentro del género, la homosexualidad, por motivos obvios, lo ha sido también, y de una forma mucho más intensa.

Aunque hay algunos casos puntuales (algunos tan tempranos como Odd John, de Olaf Stapledon en 1935), no es hasta los años '70, en plena nueva ola que la homosexualidad es tratada de forma natural por autores como Samuel R. Delany (sin duda motivado por su propia condición de homosexual). Antes de esta época, los homosexuales, cuando aparecían, eran villanos retorcidos, identificando homosexualidad con perversión.

En el cine la aceptación de la homosexualidad es, incluso, más tardía. Aunque la homofobia está mal vista ya desde finales de los '80, la dificultad y el gran riesgo económico que supone lanzar una película ha hecho a los productores reacios a aceptar este tipo de riesgos. Por otra parte, no hay que olvidar que buena parte del cine que se consume es de origen estadounidense, país en el que siguen rigiendo principios morales ultraconservadores en muchas regiones.

El sexo en la ciencia ficción española:

En España la apertura sexual fue mucho más tardía. En la época en que la corriente principal de la ciencia ficción empezaba a abrirse al tema, España estaba sumida en una dictadura cuya censura impedía la publicación de estos materiales. De esta forma, Los amantes (1952) no fue publicada en España hasta 1961, y Forastero en tierra extraña (1961) hasta 1981.

El periodo de posguerra y dictadura no era el ambiente más adecuado para que prosperara el género de ciencia ficción, y mucho menos la literatura con contenido sexual. La obra más famosa de esta época, la saga de los Aznar (1953-1958), escrita por Pascual Enguídanos, era una epopeya con héroes y aventuras que cumplían ampliamente los estándares del régimen.

La ciencia ficción en España no empezaría a cuajar hasta finales de los años setenta y principios de los ochenta, siendo esta década una época explosiva en cuanto a la ruptura de tabúes, pero de calidad bastante irregular. Los medios gráficos no tuvieron dificultad en tomar la delantera en la exploración de la nueva libertad, lo que dio lugar al conocido "destape". Así, no es extraño que una de las primeras obras de cierta calidad que conjugase ciencia ficción y sexo fuese un cómic, el internacionalmente reconocido Lorna, de Alfonso Azpiri, una heroína fantaerótica al estilo de la mencionada Barbarella cuyas andanzas se han prolongado a lo largo de más de dos décadas, de 1981 a 2005.

En cuanto a la literatura, los años ochenta en España pueden equipararse a la edad de oro americana. Los nuevos autores emergentes que empezaban a aparecer tenían todo el camino por andar, y sus temas -y frecuentemente también su estilo- tenían que madurar mucho. Como anécdota, queda la pretensión por parte de la revista Interviu de imitar los exitosos relatos de Playboy, lo que proporcionó al público español bizarras historias de encuentros sexuales con extraterrestres.

En los noventa, la espectacular evolución del género (y de sus autores) permitió contemplar las primeras historias que hacían mención de relaciones sexuales, como El mensaje perdido (1991), de César Mallorquí, cuyo protagonista, a imitación de la obra de Heinlein, Forastero en tierra extraña, emprendía un viaje de aprendizaje de lo que era ser humano, con especial incidencia en las técnicas sexuales.

En cómic es encomiable el intento de Rafael Marín y Carlos Pacheco por crear unos superhéroes españoles a imitación de los americanos, la curiosa patrulla de Iberia Inc. (1996). Los dibujos de Pacheco, de escuela americana, mostraban a hermosas y sensuales mujeres enfundadas (y a veces también desenfundadas) en trajes ajustadísimos que excitaban la imaginación del supuesto público adolescente del que tal producto debía ser diana.

El ciberpunk, subgénero de enormes posibilidades, se ha desarrollado en España con cierto retraso respecto al anglosajón, pero muchas de las obras más notables tienen un fuerte contenido sexual que se aproxima mucho a la pornografía, frecuentemente con propuestas muy avanzadas para un lector heterosexual.

Así, en El sueño del Rey Rojo (2005), de Rodolfo Martínez, una Inteligencia Artificial de personalidad femenina se fusiona temporalmente con la interfaz de un usuario masculino, dando lugar a una especie de cambio de sexo. Las posibilidades del sexo virtual también son exploradas, dejando entrever unas sesiones de sexo completamente sobrehumanas. Daniel Mares también es un autor imaginativo en lo sexual y en su novela Madrid (2006) un personaje masculino también se identifica con uno femenino, pudiendo experimentar sus encuentros sexuales de modo subjetivo, esta vez gracias a la telepatía.

Actualmente, muchas obras literarias escritas en España tienen un elevado contenido sexual. Por ejemplo, Crónicas de Malham (2006), de Ángel Luis Miranda Barreras, donde se mencionan matrimonios no tradicionales formados por dobles parejas, por lo que la bisexualidad es la norma.

Se puede decir, por lo tanto, que finalmente ha explotado la carga reprimida tanto tiempo, aunque no se puede pretender que la ciencia ficción haya sido pionera, sino que va a remolque de lo ya publicado en otros países y de las propias obras realistas de otros escritores españoles sobre quienes recayó en su día la responsabilidad de abrir la brecha.