El autismo en la ciencia ficción
Tabla de contenidos
Introducción y definición:
El Trastorno del Espectro Autista (TEA) o Condición del Espectro Autista (CEA) es una condición neurobiológica que se caracteriza por dificultades en la comunicación, interacción social y cierta rigidez cognitiva.
Incluye problemas para establecer relaciones sociales recíprocas, lenguaje corporal o contacto visual no convencional, dificultades para adaptar el comportamiento a diversos contextos sociales, dificultades para hacer amigos, estereotipias motoras y verbales, rigidez en rutinas, intereses especiales y profundos, hiper o hiporeactividad sensorial a estímulos como sonidos o texturas… Estos síntomas están presentes desde las primeras etapas del desarrollo, aunque pueden no hacerse evidentes hasta que las demandas sociales crecen o se supera la capacidad de enmascaramiento.
No obstante, no existen dos personas en el espectro que reúnan exactamente las mismas características. La literatura y otros productos culturales han tendido a resaltar algunas muy llamativas, contribuyendo a crear algunos estereotipos que, sin ser estrictamente falsos, sí contribuyen a crear una idea equivocada. Algunos profesionales incluso proponen sacar el autismo del DSM-5 argumentando que la categorización actual no refleja adecuadamente la diversidad del espectro.
Causas:
El autismo es un trastorno complejo y multifactorial cuyas causas exactas aún no se comprenden completamente. Se cree que la combinación de factores genéticos y ambientales desempeña un papel crucial. Así, se han identificado variaciones genéticas que pueden aumentar la susceptibilidad al TEA, y otros factores genéticos y epigenéticos son áreas de interés en investigación.
Por el contrario, se han descartado factores como la crianza (la nociva teoría de la “madre nevera”) o las vacunas (el deshonesto estudio de Wakefield).
Terminología a usar: ¿Persona autista o persona con autismo? ¿Trastorno o Condición?
Existe un debate abierto en torno a la manera correcta de referirse a las personas en el espectro del autismo. Mientras algunos prefieren que se refieran a ellos como autistas o personas autistas, otros prefieren personas con autismo y pueden encontrar que el término autista les suena mal. Existen opciones intermedias como personas TEA o personas en el espectro del autismo; pero, siendo una cuestión delicada, lo más correcto, es averiguar la manera en que cada uno prefiere ser denominado.
El término “Trastorno del Espectro Autista” (Autism Spectrum Disorder en el original) es el de más amplia aceptación en la comunidad científica y médica. Sin embargo, fuera de este entorno, la palabra “trastorno” tiene connotaciones de alteración de la salud, lo que incita a quienes no conocen profundamente el tema a considerarlo una enfermedad. No es así: el autismo es una condición de nacimiento y no puede “deshacerse”. Por ello, algunos sugieren que el término “Condición del Espectro Autista” es más apropiado y refleja mejor la idea de que el autismo es una diferencia dentro de la normalidad, una muestra de neurodiversidad que puede enriquecer a la sociedad.
El autismo en la ciencia ficción:
La representación del autismo:
En los últimos años, la representación del autismo en la literatura, la televisión o el cine ha experimentado una transformación significativa. En la actualidad existe una mayor conciencia sobre la importancia de una representación precisa y diversa del conjunto de la sociedad y se ha generado un apreciable interés en el uso de estos personajes como una pieza central de algunas obras. Es el caso de El niño con el pijama de rayas de John Boyne dentro de la literatura, o Sheldom de Big Bang Theory en la televisión. Estas obras han contribuido a visibilizar el autismo, aunque la mayoría persisten en mostrar una visión parcial del mismo.
La ciencia ficción, evidentemente, también ha reflejado esta evolución y está incorporado cada vez con más frecuencia personajes TEA como una manifestación de esta diversidad. Es cierto que existe cierta tendencia a mostrar personajes exitosos o superdotados como, por ejemplo, Gary Bell en la serie Alphas (Michael Karnow y Zak Penn, 2011) o Emma de Voces en la ribera del mundo (Diana P. Morales, 2019). Pero también es posible encontrar otros más comunes, como Freya en Aurora (Kim Stanley Robinson, 2015) o Denise en A las puertas de la nada (Corinne Duyvis, 2016). En cualquier caso, estos ejemplos modernos distan mucho de los estereotipos de la edad de oro y representan con mayor precisión la gran diversidad que existe dentro del espectro.
El autismo como recurso retórico:
El empleo de personajes en el espectro del autismo está bien asentado dentro y fuera del género como recurso retórico, sea persuasivo u ornamental.
En el segundo caso, por ejemplo, la particular sensibilidad de estas personas permite tomar nuevos enfoques a realidades ya conocidas, nuevas perspectivas, nuevas metáforas. Así, en Mamá tiene los labios rojos, Alejandro González utiliza la teoría de la Coherencia Central Débil para pintar el mundo desde la perspectiva de una niña incapaz de integrar sus percepciones visuales y auditivas correctamente, lo que presenta al lector una realidad cercana a lo psicodélico.
En cuanto a la función persuasiva, la visión no convencional que estas personas tienen del mundo, y en especial de las convenciones sociales, aporta un efecto desautomatizador que puede preparar al receptor para aceptar mejor las premisas de la obra. Diana P. Morales utiliza de esta manera a Emma, su protagonista en Voces en la ribera del mundo (2019). La dificultad de Emma para compartir la paranoia militarista de su entorno la ponen en mejor posición para liderar un encuentro entre supuestos enemigos que deben colaborar para un fin común, sentando el tono optimista del final del libro.
Merece la pena señalar un uso particular bastante extendido en el género: Las personas TEA a menudo tienen una atención intensa y enfocada en detalles, una hiperfocalización que puede ser una ventaja en ciertos contextos. Es el caso de Lou Arrendale, protagonista de La velocidad de la oscuridad (Elizabeth Moon, 2002). Aunque muy criticada en otros aspectos, Moon refleja en su obra una realidad laboral actual, en la que diversas empresas se plantean la contratación de personas con estas características para desempeñar puestos muy concretos, frecuentemente en el control de calidad o detección de errores en programación. Sin bien es cierto que, a veces, las obras de ficción magnifican estas habilidades.
Como apoyo a la función retórica, esta atención desmedida a los detalles permite utilizar el autismo para introducir grandes cantidades de información al lector bajo una perspectiva naturalizada que pretende escapar del salgarismo. Es el personaje TEA el que no puede evitar el didactismo o no puede evitar fijarse en detalles que ningún otro se fijaría, informando al receptor de aspectos claves para la trama. Esto, bien usado, justifica en parte la perniciosa costumbre de explayarse y explicitar el funcionamiento del mundo imaginado en lugar de mostrarlo. De nuevo, Voces en la ribera del mundo es un caso paradigmático de este uso, donde Emma, como parte de su personalidad y condición, explica de manera explícita multitud de aspectos que los personajes ya conocen, pero el lector no.
El autismo también ha sido utilizado como recurso para construir un narrador no confiable que cree intriga y añada complejidad a la trama. Es el caso de Testigos de las estrellas (2003), de Robert Charles Wilson. En esta novela, Tess Hauser, una chica de once años diagnosticada de Asperger dice tener un amigo que todos consideran imaginario y que resulta no ser tan imaginario, pero debido a su condición el resto de los personajes no le otorgan veracidad.
En televisión, podemos verlo utilizado brillantemente en El laboratorio de Dexter (Genndy Tartakovsky, 1996). Dexter cumple muchas de las condiciones del autismo: tiene aficiones peculiares y rutinas muy marcadas, dificultades para relacionarse, una prosodia y expresión verbal poco convencional… En la serie, cuando los eventos están narrados desde la perspectiva de Dexter, parecen alterados, en especial, en lo relacionado con su archienemigo, el doctor Mandark. El déficit de Teoría de la Mente en el autismo se refiere a la dificultad que tienen las personas TEA para comprender y atribuir estados mentales a los demás, como deseos, creencias e intenciones, lo que encaja muy bien con esta visión alterada de Dexter y le da mucho juego en las perspectivas narrativas.
Pero, como hemos indicado, estos usos del autismo como recurso retórico no es distintivo del género de ciencia ficción. Veamos algunas posibilidades mucho más relacionadas con las características específicas del género.
El autismo como recurso poético:
En nuestra opinión, los personajes en el espectro del autismo, adecuadamente empleados, pueden contribuir a construir aquello que es distintivo del género por su afinidad con el pacto de ficción y el horizonte de expectativas.
El receptor de ciencia ficción, cuando se acerca al género, busca encontrar algo en particular que no encuentra en otros géneros. No nos referimos meramente a los rasgos ficcionales externos (naves espaciales, robots, alienígenas…) sino a algo más íntimamente relacionado con la obra, con su forma interior, y que lo distingue de otros géneros como la fantasía o el realismo.
Vamos a tratar de analizarlo.
El autismo en apoyo al sentido de la maravilla:
El sentido de la maravilla es el efecto de sorpresa que un mundo imaginado causa en el receptor de la obra por lo extraordinario del mismo. De manera similar a lo comentado al hablar de las posibilidades expresivas, la visión particular que el autismo aporta a la narración puede potenciar este efecto de asombro ante elementos extraordinarios. Por ejemplo, En las profundidades (Rivers Solomon, 2019), la saturación sensorial que sufre Yetu se combina con sus habilidades psíquicas, acentuando la extrañeza y asombro que produce en el lector.
Cuando el género era relativamente nuevo, obras completas podían basarse meramente en este efecto, subyugando al receptor. Hoy en día, sin embargo, elementos importantes de este efecto se han convertido en auténticos tropos que se asimilan de manera automática. El Starkiller de El despertar de la Fuerza (J.J. Abrams, 2015) es mucho menos impactante que la Estrella de la Muerte de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977) porque el receptor ha asimilado como “normal” la presencia en pantalla de inmensas naves destructoras de planetas. La visión de un personaje TEA puede aportar un enfoque fresco que libere al receptor de este efecto automático.
El autismo y el problema del contacto:
A veces, el uso del autismo permite iniciar o potenciar reflexiones esenciales de la obra y con frecuencia ha sido utilizado como subtrama de apoyo al tema de la comunicación. Las personas TEA pueden encontrar complicado comunicar y entender emociones y deseos y, en casos extremos, pueden requerir de métodos de comunicación alternativos como pictogramas. Con la nueva ola, estas dificultades de comunicación se situaron en el foco de interés de algunos autores. Así, Stanislaw Lem sugiere la posibilidad de que el océano de Solaris (1961) sea “autista”. Lem cae en el estereotipo de la mente encerrada en sí misma, incapaz o falta de deseo de intercambiar información útil con el exterior, una buena muestra de algunos tópicos de entonces.
En las obras que especulan sobre lo que significa ser humano y su contraposición frente a la otredad, un enfoque que aporte diversidad puede ser esencial para escapar del maniqueísmo. El otro puede ser una raza alienígena con la que establecemos contacto o un ordenador que ha adquirido conciencia: en cualquier caso, sus reacciones pueden no encajar con el comportamiento neurotípico esperado. En este caso, el contraste con un personaje TEA puede ayudar a resaltar la necesidad de mantener unas expectativas abiertas en pro de la comunicación. En cierta manera, esto es lo que hace Ursula K. Lee Guin en Más vasto que los imperios y más lento (1971) con Olsen, un personaje inicialmente mal diagnosticado de autismo.
El uso de humanos menos empáticos frente a máquinas humanizadas es un tropo asentado en la ciencia ficción (Deckard en Blade Runner, Ridley Scott, 1982; Nathan en Ex machina, Alex Garland, 2015; Charlie en Máquinas como yo, Ian McEwan, 2019…). La frialdad emocional de estos personajes no se identifica con el autismo (antes, más bien, con la psicopatía o la sociopatía), pero es un precedente en el uso de estos personajes de contraste, habitualmente en obras que censuran o satirizan comportamientos humanos normalizados. El empleo de personajes TEA potencia una especulación más positiva que pone en valor la diversidad, abriendo el abanico de posibilidades ante el dilema de encontrar un interlocutor para la humanidad.
La novela Failure to Communicate (Kaia Sønderby, 2017), no traducida al español, explota precisamente esta característica. Su protagonista, Xandri, es especialista en encontrar patrones, habilidad que utiliza para establecer comunicación con especies alienígenas. Las dificultades en la comunicación e interacción social de Xandri, además, proponen una trama de apoyo al nóvum de la novela, en la que las dificultades y peligros del primer contacto se acentúan no por la complejidad de entender a la especie extraterrestre, sino por las trabas que a Xandri le supone interpretar correctamente los engaños y juegos políticos humanos. Este tropo de ciencia ficción, el desbaratamiento de un contacto, lo encontramos con frecuencia en otras anteriores (Ultimátum a la Tierra, Robert Wise, 1951; Abyss, James Cameron, 1989 …), y el empleo de la perspectiva de un personaje especialmente susceptible a los problemas de comunicación puede potenciarlo y refrescarlo. Los problemas de comunicación con una especie no humana son así contrastados con los problemas de comunicación entre humanos neurodivergentes, estableciendo paralelismos y casos intermedios, reforzando el pacto de ficción. En cierta manera, estas obras completan el camino de vuelta, trayendo al lector desde la premisa contrafactual (el contacto con el otro) hacia el mundo real.
El autismo en la creación de mundos:
Muy relacionado con lo anterior por su enfoque positivo, la inclusión de personajes neurodivergentes ha pasado a formar parte del canon de obras pro-utópicas en las que los autores crean mundos futuristas donde la neurodiversidad es aceptada y valorada.
Por ejemplo, Kim Stanley Robinson propone como uno de los personajes principales de su novela 2312 a Fitz Wahram, un eficaz funcionario con muchos de los rasgos característicos del TEA, como la hiperfocalización, la adhesión a la rutina y los problemas de comunicación. Robinson presenta un futuro transhumano en el que la neurodiversidad es enorme, buscada y apreciada, por lo que Wahram escapa de ser una singularidad negativa.
La bien valorada novela debut de Micaiah Johnson, The Space Between Worlds (2020) propone otro ejemplo interesante. Cara, la protagonista, enfrenta desafíos en la comunicación y las relaciones sociales debido a su autismo. Sin embargo, esto también la hace más sensible a las señales no verbales y a los matices emocionales, algo muy útil en su tarea de visitar otros mundos alternativos. Así, se celebra su neurodiversidad como algo valioso en un contexto más amplio que aquel en el que normalmente nos movemos.
Muchas de las obras ya mencionadas acogen esta visión de manera más o menos explícita. Especialmente en aquellas en las que alguna de las peculiaridades del TEA, que dificultan su día a día en un mundo que no está adaptado a sus necesidades, pasa a ser una habilidad deseada, ventajosa.
No consideramos en este apartado los ejemplos de personajes TEA y capacidades extraordinarias. Esta doble excepcionalidad es bastante frecuente en el género, pero resulta problemática como soporte de planteamientos en los que se defiende la neurodiversidad, ya que el individuo parece quedar justificado precisamente por su extraordinaria utilidad antes que por sí mismo.
Es el caso del ya mencionado Gary Bell de Alphas (2011). Gary tiene un diagnóstico, con tendencias compulsivas y dificultad para empatizar con los demás, lo que hace que no se adapte a su trabajo para la NSA y colapse. Sin embargo, sus habilidades extraordinarias (puede manipular las ondas electromagnéticas a voluntad) le convierten en un “recurso” de incalculable valor cuando el entorno se adapta a sus necesidades. Sin duda, una reflexión interesante.
El tema de la cura:
Dentro de los tropos de ciencia ficción prospectiva relacionados con el autismo, la posibilidad de una cura es una tentación constante para los autores, especialmente al imaginar tecnologías avanzadas que podrían permitir la manipulación del cerebro y su reconfiguración.
La mayoría de los autores, al incluir personajes TEA en papeles centrales, buscan, con mayor o menor acierto, defender la idea de que es positivo abrazar la diversidad y de que se hace necesario un cambio de paradigma al respecto: abandonar la antigua visión según la cual la persona TEA es la que debe adaptar su conducta y sustituirlo por otro más inclusivo en el que se propugna que la sociedad en su conjunto sea la que tome conciencia de la diversidad y se adapte a ella. Y, sin embargo, esta buena intención queda parcialmente desmentida cuando al llegar al epílogo del relato, una vez que el personaje ha rendido beneficios, el autor lo sitúa frente a “la cura”, como si fuera una especie de recompensa por sus servicios.
La cura es precisamente el nóvum de La velocidad de la oscuridad (Elizabeth Moon, 2002). Pese al cariño y respeto que Moon muestra al construir el personaje de Lou Arrendale, la elección de la cura como motor de la trama proyecta una visión problemática del autismo. Por una parte, Moon defiende que las personas TEA tienen algo genuino que ofrecer a la sociedad; y por el otro, sin embargo, parece rendirse al fatalismo y transmite el mensaje negativo de que el autismo es un obstáculo para la felicidad en una sociedad que no se adapta a sus necesidades.
Esta novela sentó el tono para obras posteriores. Por ejemplo, Invierno en Europa (Alejandro González, 2009) nos propone un personaje similar y un conflicto paralelo. Este tipo de soluciones son, no se puede negar, deprimentes si se inspeccionan desde la premisa de la búsqueda de mundos que valoren la diversidad. Contienen, en cierto sentido, una distopía implícita, al estilo de Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932) en el que la tecnología queda al servicio de la estandarización y la felicidad se alcanza escapando del conflicto y sus desafíos.
Aunque tal vez también esto está cambiando y los autores están ganando una nueva conciencia al respecto. Ahí está, por mencionarla de nuevo, 2312 (Kim Stanley Robinson, 2012). En el mundo imaginado por Robinson la tecnología capaz de deshacer la condición de Fitz Wahram existe, y se plantea la posibilidad de aplicarla; pero Wahram declina. No necesita ser “curado”.