Sociedades en la ciencia ficción

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Una de las facetas más importantes de la ciencia ficción es su carácter especulativo.

Dentro de esta faceta el género estudia las sociedades, tanto las sociedades reales, con el fin de criticarlas o denunciar sus defectos, como posibles utopías y distopías en las que los autores exploran posibilidades y alternativas.

Sociedades reales:

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Antes de la edad de oro:

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La crítica social está presente en la ciencia ficción desde sus inicios, en la etapa denominada de la ciencia ficción primitiva. Y de hecho, constituye el tema esencial de estas obras pioneras de un género por entonces aún no etiquetado. Un buen ejemplo de esto es Jonathan Swift con Los viajes de Gulliver (1726), novela de viajes que se vale de la sátira para criticar duramente la sociedad en la que le tocó vivir al escritor. Siguiendo el ejemplo de Swift, pocos años más tarde, Voltaire escribiría su relato satírico Micromegas (1752), protagonizado por viajeros espaciales que se sorprenden y burlan de las costumbres terrestres. El periodo de la ilustración en Francia e Inglaterra había encontrado un motivo, moderno y osado, que reemplazaba a las fábulas tradicionales y comenzaba a apuntar hacia el experimento mental y la racionalidad, señas características de lo que sería la ciencia ficción social.

Ya dentro de los inicios de la ciencia ficción moderna podemos encontrar ejemplos tan claros como La guerra de los mundos (1898) de H.G. Wells. El libro es una dura crítica a la moral y costumbres de la Inglaterra victoriana y presenta, gracias al traslado de papeles, una crítica al imperialismo británico. De esta forma, la metáfora propuesta por Wells supera la desconfianza inicial que el lector pudiera tener, al presentar a los ingleses como inocentes agredidos (por malévolos marcianos), en vez de como opresores de otros pueblos menos desarrollados. Encontramos aquí la puesta en marcha de un nuevo recurso muy utilizado en obras posteriores, esta especie de engaño destinado a que el lector baje sus barreras y observe la situación desde otra perspectiva sintiéndola como propia, mediante un ejercicio de empatía casi involuntario.

Algo similar sucede con Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, una novela que se ganó no sólo el reconocimiento de aficionados, sino también el de los sesudos críticos literarios gracias a su calidad literaria y magnífica maniobra de distracción, merced a la cual, al situar la acción en un futuro indeterminado, el lector asistía a una dura crítica a la sociedad del consumo y del placer, de individuos atontados por una felicidad superficial. La ciencia ficción volvía a demostrar que tenía los recursos indicados para esta tarea: la distracción del lector mientras le administran la medicina, el juego de manos destinado a superar sus reticencias frente a la crítica directa.

Edades de oro y plata:

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Las edades de oro y de plata se centraron sobre todo en el estudio de la ciencia y la tecnología. Esto redujo la función crítica del género, que se sintió más atraído por la carrera espacial y sus posibilidades, cuando no aprovechaba la atención popular en la exploración espacial para crear simples obras de entretenimiento adolescente: la Space Opera.

Esto no quiere decir que no hubiera una ciencia ficción orientada al estudio de la sociedad. No tenemos más que recordar la famosa definición de ciencia ficción que hacía el Gran Maestro, Isaac Asimov: "La ciencia ficción es la rama de la literatura que trata sobre las respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología." Es cierto que estas "respuestas humanas" que imaginaba Asimov no podían ser consideradas en su mayoría como una crítica, pero si ofrecían interesantes temas de especulación, y prueba de ellos son algunos de los más famosos cuentos de este autor: Sufragio universal (1955), El pasado ha muerto (1956), Espacio vital (1956)... y, por supuesto, algunos ataques realmente ingeniosos contra la estupidez humana, como Anochecer (1941) o Paté de hígado (1956).

Más abiertamente crítico resulta Ray Bradbury, pese o debido a sus ambientaciones melancólicas. Crónicas marcianas (1950) resulta casi una elegía a la pacífica vida rural americana de antes de la Segunda Guerra Mundial, sin olvidar osados alegatos contra la injusticia racial como Un camino a través del aire (1950) o su especie de secuela, El otro pie (1951). Fahrenheit 451 (1953), su obra primordial, ataca la anomia y deshumanización de las sociedades urbanas y, en concreto, al papel alienante de la televisión. En este sentido, hay que recordar que Bradbury es un nostálgico de los viejos tiempos, de los pueblos de casas de madera y con madres preparando tarta de manzana.

Unos años antes que Bradbury, en 1948, George Orwell había escrito una de las obras fundamentales del género y una de las más influyentes de toda la literatura del siglo XX: 1984. En esta novela, el escritor británico, aunque abiertamente comunista, hace una crítica a la Rusia estalinista, en la que el Estado oprime al individuo robándole no sólo sus libertades, sino el derecho a la intimidad y a la individualidad. Su habilidad al desfigurar la realidad de su tiempo es tal que la obra conserva vigencia hoy en día y puede ser interpretada más ampliamente como una crítica a cualquier totalitarismo, de izquierdas o de derechas.

Si la obra de Orwell critica el comunismo, fuera de la ciencia ficción anglosajona podemos encontrar obras de ciencia ficción soviética muy críticas con el capitalismo. Ejemplos de esto podrían ser Mister Risus (1937) o El mundo que abandoné (1961).

En estas obras los autores realizan parodias de sociedades capitalistas. Sin embargo, ambas quedan muy lejos de la calidad de 1984. Míster Risus resulta una obra aburrida basada en una hipótesis que roza el absurdo; El mundo que abandoné pretende criticar el capitalismo basado en una máquina que simplifica la economía capitalista hasta unos niveles que resultan ridículos. Sin duda, ambas obras deben contextualizarse dentro de un entorno político y social de férrea censura y propaganda, lo cual no es excusa para su baja calidad literaria.

Nueva ola:

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La nueva ola volvió a orientar el interés del género hacia los seres humanos, con frecuencia centrado en el estudio de la psicología del individuo, pero también en el funcionamiento de las sociedades. Uno de los temas que surgen en esta época es la preocupación por el planeta Tierra en sí, el medio ambiente y la ecología. Hay numerosas obras de este periodo que exploran el deterioro de nuestro entorno desde un punto de vista sumamente crítico, planteando duras distopías en las que la sobreexplotación de los recursos y la superpoblación llevan a grandes desastres ecológicos.

Ejemplos de esto son Un mundo devastado (1965), o la trilogía del desastre de John Brunner: Todos sobre Zanzíbar (1968), El rebaño ciego (1972) y Órbita inestable (1975). La primera es un escenario distópico en el que el ser humano ha sobreexplotado el planeta, pero las obras de Brunner son más complejas; exploran diferentes aspectos de la sociedad, como la economía o los medios de comunicación, contando historias en paralelo que narran las acciones de diferentes personajes: directivos de compañías, periodistas, personas normales influenciadas por las noticias o la publicidad... De esta forma Brunner muestra muchas perspectivas diferentes de un mismo problema; sus obras son, por tanto, serias críticas a una sociedad en su conjunto.

El problema de la superpoblación fue también objeto de intenso debate. En ¡Hagan sitio, hagan sitio! (1966) Harry Harrison desarrolla hacia el futuro la decisión del gobierno estadounidense de seguir una política de incentivo de natalidad, imaginando un opresivo y estremecedor escenario en el que sus protagonistas subsisten en una superpoblada Nueva York: las desigualdades sociales se han acrecentado, la economía se encuentra casi colapsada ya que en un escenario de subsistencia no existe un excedente con el que poder comerciar, la totalidad de los recursos se emplea en alimentación por lo que no hay más industria que la reutilización y reciclaje, el comercio se rebaja a un mercado negro de materias primas, el Estado se ve reducido a una serie de instituciones que apenas se bastan para mantener el orden y (máxima ironía) en base a no limitar la natalidad por pretendidos motivos morales, las leyes deben no sólo consentir, sino potenciar el suicidio para reducir la población,

Ciberpunk:

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Pero uno de los máximos exponentes de la ciencia ficción como escenario para crítica social es el ciberpunk.

El ciberpunk es una corriente dentro del género que tuvo su origen en los años '80. Sus mejores ejemplos, las obras que la definen por completo son Neuromante (1984) en la literatura y Blade Runner (1982) en el cine. Esta corriente tiene un elemento estético muy importante y atractivo, lo que lo hace fácil de imitar, dando lugar a obras interesantes en lo visual, como la trilogía iniciada por Matrix en 1999, pero vacías de contenido real, crítico o de cualquier otro tipo.

Extrapolaciones de la sociedad de finales del siglo XX y principios del XXI, el ciberpunk plantea sociedades urbanas distópicas con un elevado nivel tecnológico y un bajo nivel de vida. La democracia apenas se insinúa y el control efectivo de los Estados lo detentan las grandes corporaciones, que controlan los medios de comunicación, los gobiernos... Sus ingredientes son la deshumanización, anomia, globalización...

Resulta, pues, una crítica feroz a nuestra sociedad actual.

En 1982 Ridley Scott estrena Blade Runner, basada en la obra de Philip K. dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de la que es una adaptación muy libre. La película incide principalmente en la idea del ser humano, qué es o puede ser considerado humano, así como en la responsabilidad de los científicos. Sin embargo, buena parte de los pilares del género están ahí: la Tyrell Corporation y su prioridad a la hora de lanzar productos al mercado, independientemente de que resulte ético o no producir seres vivos con sentimientos; el bajo nivel de vida de la mayor parte de la población, con técnicos cualificados como J.F. Sebastian viviendo en edificios ruinosos y rodeados de basura; la ubicuidad de la tecnología; la casi inexistencia del Estado, salvo en la forma de fuerza policial... Aunque en su momento no tuvo una gran acogida, la fuerza de sus imágenes la ha convertido en una película de culto, con una estética que no ha quedado desactualizada incluso tras varias décadas desde su estreno.

Dos años más tarde, en 1984, William Gibson publica Neuromante, primera novela de la trilogía del Sprawl y el segundo pilar principal del ciberpunk. Esta novela plantea una distopía en la que la tecnología es omnipresente: redes de comunicaciones, Inteligencias Artificiales, ingeniería genética, viajes espaciales... sin embargo, todo este desarrollo tecnológico está desprovisto de cualquier aspecto positivo: los viajes espaciales son anodinos, las bases orbitales son poco más que grandes casinos para gente extremadamente rica, los medios de comunicación siguen emitiendo vulgares programas de variedades, la ingeniería genética se emplea para abaratar costes ("(...) lo cultivan en colágeno, pero es ADN de visón.")... Al igual que en Blade Runner las diferencias sociales son enormes y casi insalvables: los poderosos disfrutan de paraísos privados mientras la gente normal convive con la miseria. Sin embargo, ni siquiera los paraísos privados de los poderosos resultan atractivos; todo ese dinero apenas sirve para crear decorados burdos, sueños de infancia mal realizados.

Tras estas dos obras el género queda perfectamente definido, pudiendo usarse ya como estereotipo de fácil asimilación. A su sombra se estrenan en los '80 obras de importancia y calidad irregular como el corto 20 minutos en el futuro (1985), que daría lugar a la serie Max Headroom (1987), Brazil (1985), Robocop (1987) o Perseguido (1987, basada en el relato homónimo de Stephen King, publicado en 1982).

La influencia del ciberpunk se extiende también a los '90 y la primera década del siglo XXI, con obras como Johnny Mnemonic (1995, basada en el relato homónimo de William Gibson, publicado en 1981, y con guión del propio Gibson) o Días extraños (1995) por mencionar algunas de las más importantes.

En todas estas obras la idea es la misma: alto nivel tecnológico, bajo nivel de vida, una sociedad dirigida y dominada por corporaciones empresariales y una masa social sin control real y manipulada por los medios de comunicación.

Postciberpunk:

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Ghost in the Shell (1995), de Mamoru Oshii, supone un nuevo hito en el desarrollo del género. Basada en el manga homónimo de Masamune Shirow, publicado entre 1989 y 1991, constituye una evolución de los conceptos anteriores. Mientras que el cómic estaba muy influenciado por Neuromante, la película debe mucho a Blade Runner. Sin embargo, es en su trasfondo social donde la obra representa un ejemplo de las nuevas tendencias. La tecnología y el poder de las corporaciones siguen omnipresentes, pero ya no se puede hablar tan claramente de una distopía social. El nivel de vida del hombre común ha mejorado y Oshii devuelve al estado un cierto papel de padre protector ante los desmanes corporativos.

Se trata de postciberpunk, una corriente mucho más positiva que refleja el cambio manifestado en la sociedad, cuyos motivos de preocupación han cambiado en estos años. La tecnología es enfocada de forma más imparcial, como un peligro y una ventaja y el mayor temor ya no reside en las posibilidades de su uso inadecuado. Internet es un simple instrumento, y puede favorecer el aislamiento o la comunicación, según su uso. Otros temas, como el terrorismo o la corrupción política, vienen a sustituir a las antiguas inquietudes.

Por supuesto, la obra de Oshii no surge de la nada y en los trabajos anteriores del director podemos rastrear este paso del ciberpunk al postciberpunk. Ya con Patlabor: la policía móvil (1989), Oshii presenta una sociedad futura libre de la degradación ecológica, con cielos azules y con una policía leal y eficaz que patrulla a bordo de majestuosos y enormes robots.

Durante años ambas visiones, la negativista y la optimista, han estado compartiendo el espacio cultural, aunque hay que admitir que las raíces distópicas del género cada vez se encuentran más diluidas en una sociedad como la nuestra, que ha asumido la tecnología como algo inherente a la civilización.

Sociedades imaginarias:

Dick definía la ciencia ficción como el género de la imaginación disciplinada. Mientras se mantengan dentro de lo plausible y desarrollen los hechos de forma coherente con las premisas de partida, los autores tienen libertad para desarrollar escenarios en los que especular con sociedades imaginarias.

Antecedentes literarios:

Desde muy antiguo los autores filosóficos han echado mano del recurso de los territorios imaginarios para exponer nuevos sistemas sociales y políticos y así contrastarlos con los reales.

Sería difícil clasificar La república de Platón como ciencia ficción. El texto tiene forma de conversación en la que uno de los personajes describe al otro una sociedad utópica, pero en todo momento dicha sociedad se plantea como hipotética. Se trata de un texto filosófico, no una narración; no hay un escenario en el que los personajes se muevan y actúen. Muy diferentes, sin embargo, resultan ser los diálogos de el Timeo y el Critias, donde el filósofo griego nos describe la sociedad Atlante, una confederación de reinos regidos por unas leyes ideales. Aunque actualmente se suele asumir que Platón se inventó este mito, en estos diálogos el filósofo insiste en que se trata de una historia verídica acaecida 9.000 años antes de Solón. La lejanía en el tiempo pretende quizás superar la incredulidad del destinatario de estos diálogos, por lo que la obra muestra los primeros indicios de una ficción histórica y cumple el papel ya mencionado de experimento mental.

Utopía (1516), de Tomás Moro, al igual que La república, tiene forma de diálogo, pero este caso sí es una narración ficticia en la que un personaje cuenta haber llegado a la isla de Utopía (literalmente, "ningún sitio", nombre humorístico que se ha convertido en un término propio), isla que describe a su interlocutor.

Sociedades de otros mundos:

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El desarrollo de la carrera espacial hizo plausible imaginar un futuro en el que la humanidad se desperdigaba por la galaxia. descubría curiosos mundos ya habitados o colonizaba otros planetas en los cuales se ensayaban las sociedades que el autor quería desarrollar.

Heinlein vs. Robinson:

Un ejemplo perfecto de esto sería Robert A. Heinlein, con obras como El granjero de las estrellas (1950) o La Luna es una cruel amante (1966). En la primera Heinlein imaginaba hombres y mujeres vigorosos que luchan por sobrevivir en un entorno hostil; en la segunda, mucho más compleja, se plantea una revolución y todo un desarrollo económico, político y social que da lugar a lo que, según él, era una sociedad perfecta. Los ideales liberales de Heinlein quedaban claros en los modelos de sociedad que planteaba, modelos en los que la máxima felicidad viene dada por la máxima libertad del individuo, reduciendo al mínimo el estado y las obligaciones de las personas para con él.

Medio siglo después Kim Stanley Robinson comenzó a publicar la trilogía de Marte. El primer libro, Marte rojo (1992), termina con una revolución y en el segundo, Marte verde (1993) Robinson se explaya en la creación de toda una Constitución y una sociedad, un Marte independiente con una economía y una política que Robinson desarrolla de forma prolija (el texto completo de la Constitución marciana se encuentra en Los marcianos (1999), el cuarto libro de la trilogía. La trilogía de Robinson se extiende durante varias décadas, describiendo la evolución de la sociedad marciana desde que apenas está compuesta por un centenar de colonos hasta que Marte se convierte en un mundo terraformado habitado por miles de personas.

Ambos autores, Robinson y Heinlein, escriben obras de ciencia ficción dura en las que un grupo de colonos deben sobrevivir y prosperar en colonias ligadas a la Tierra al menos en sus inicios.

Heinlein parece más consciente de la ligadura económica que existe entre la Tierra y sus colonias; no en vano la Tierra ha aportado los recursos iniciales. En El granjero de las estrellas los primeros colonos deben realizar trabajos extra más allá de los necesarios para su propia prosperidad; trabajos orientados a la colonia con los que ésta podrá pagar a la Tierra por los recursos inicialmente aportados. En La luna es una cruel amante no existe voluntad por parte de la Tierra de abandonar las explotaciones lunares, lo que desencadena una lucha abierta.

En la trilogía de Robinson la Tierra tampoco está dispuesta a deshacerse de las colonias marcianas y, al igual que en la novela de Heinlein, se desencadena una lucha armada. La obra de Robinson es más compleja, los rebeldes reciben apoyo por parte de grupos económicos con intereses en el planeta y existen debates más serios y amplios que los que tienen lugar en La Luna es una amante cruel.

Si Heinlein es un propagandista de las bondades del libre mercado y de la ausencia de Estado, Robinson explora modelos económicos y sociales más complejos y cercanos a la realidad ya que, a menudo, parten de situaciones anteriores y deben arrastrar leyes, usos, costumbres o favores pendientes de pago. Sin embargo, pese a que el trabajo de Robinson es más completo, sus análisis económicos parecen menos creíbles que los de Heinlein pues sus personajes y sociedades son a menudo bienintencionados; un idealismo que suele faltar en las obras de Heinlein en las que es el duro mercado el que fuerza a los personajes a actuar de forma desinteresada. Irónicamente, despreciar el lado bueno del ser humano transmite una mayor apariencia de rigor.

Los marcianos de Bradbury:

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Décadas antes de la trilogía de Robinson Ray Bradbury había empleado ya el planeta Marte para ilustrar su utopía particular.

Más arriba se ha mencionado cómo Bradbury plantea en Crónicas marcianas (1950), una de las mejores y más conocidas antologías de la ciencia ficción, críticas a la sociedad estadounidense de su tiempo.

Pero en esa misma antología Bradbury parece ansiar una convivencia entre tecnología y naturaleza, y ve con malos ojos la creciente artificialidad de la que se rodea el ser humano.

Sus marcianos (una especie de sociedad ideal) poseen casas inteligentes y comodidades que hacen su rutina fácil, pero están integradas perfectamente en el entorno. La tecnología es en este caso casi utópica, destinada a relevar al individuo de las tareas pesadas para poder dedicarse al refinamiento. Bradbury hace un ataque a la tecnología zafia, irrespetuosa, embrutecedora, dominada por la televisión y la mediocridad del individuo.

Ursula K. Le Guin:

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Ursula K. Le Guin es una de las Grandes Maestras del género. Su enfoque es muy diferente del de Heinlein o Robinson. Le Guin escribe ciencia ficción blanda y su enfoque es principalmente antropológico.

Uno de los principales pilares de su obra es la capacidad de crear sociedades imaginarias y especular acerca de sus singularidades o del encuentro entre civilizaciones muy diferentes. Todo su ciclo de Hainish se basa en estas singularidades y encuentros.

El ciclo de Hainish se basa en la idea de que los humanos se expandieron por la galaxia y, que en ocasiones, se realizaron modificaciones genéticas para adaptarlos a sus nuevos planetas. Sin embargo, la civilización se derrumbó y las colonias perdieron conocimiento de su pasado común. Siglos después se retoman los viajes espaciales y las civilizaciones se reencuentran, existiendo notables diferencias entre ellas.

En La mano izquierda de la oscuridad (1969), una de sus mejores obras, el protagonista se encuentra en un planeta en el que los seres humanos son hermafroditas. No hay hombres ni mujeres, sino seres humanos de sexualidad ambigua que se determina cuando uno de ellos adopta un rol fértil. Este miembro de la pareja segrega hormonas femeninas y el otro miembro reacciona segregando hormonas masculinas.

Le Guin imagina que esta singularidad no hace inexistentes los matrimonios; siguen existiendo, si bien la procreación es aleatoria, en función de cuál de los dos miembros de la pareja adopte el rol femenino. No es el único cambio. La singularidad de una sociedad hermafrodita se plasma ne situaciones tan simples como la pregunta acerca del sexo de un recién nacido; si éste es hermafrodita, preguntar "ha sido niño o niña" se convierte en un absurdo.

El encuentro entre civilizaciones diferentes puede verse claramente en Planeta de exilio (1966). En esta novela, miembros de una civilización desarrollada han quedado varados en un planeta ocupado por humanos de una civilización científica y tecnológicamente inferior. Existe hostilidad de los segundos hacia los primeros, pero el planeta entero se dirige a un largo invierno y ambas civilizaciones se ven obligadas a cooperar. Le Guin explora todas las posibilidades que le ofrecen las diferencias y necesidades de las civilizaciones que ha imaginado. En El mundo de Rocannon (1966) Le Guin va más lejos e imagina varias civilizaciones en un mismo planeta y un explorador que emprende un viaje que le lleva a encontrarse e interactuar con ellas.

Dado que en el ciclo de Hainish hubo el colapso de una civilización, la mayor parte de las antiguas colonias han decaído al nivel de sociedades medievales. Por esto, cuando son visitadas por los nuevos viajeros espaciales, el concepto de que existan otros planetas habitados les es difícil de creer, cuando no imposible de comprender.

Los viajeros espaciales que llegan a un nuevo mundo tratan de respetar los usos y costumbres de éstos, aun cuando, a menudo, les resultan bárbaros e incomprensibles. De esta forma, tratan de evitar el choque cultural que, en la historia real, ha acabado casi siempre con el exterminio de la sociedad menos avanzada.

Otras sociedades terrestres:

Pero no sólo las colonias han sido escenario de sociedades imaginarias.

Además de las obras clásicas mencionadas más arriba, ya desde los inicios de la ciencia ficción moderna hay ejemplos de sociedades alternativas ubicadas en nuestro planeta.

Un recurso típico de esta época es el hombre que hiberna y despierta en un futuro radicalmente distinto. Ejemplos de esto son Cuando el durmiente despierta (1899) de H.G. Wells, El hombre que despertó (1933) o Pasado, presente y futuro (1937). El recurso es tan sencillo que ha sido empleado con posterioridad en obras como La herencia (1942) o, incluso en series de televisión como Futurama (1999), si bien en ésta última la función crítica es clara; no se trata de un simple divertimento.

Otras alternativas a la hibernación para describir el futuro han sido las argucias de encoger al protagonsita para contemplar mundos microscópicos, como Submicroscópico (1931), su secuela Awlo de Ulm (1931), o El hombre que encogió (1936). En ocasiones, el mecanismo ha funcionado a la inversa, con el héroe agigantado como en Coloso (1934).

En algunos de estos ejemplos, los autores sí se molestaron en describir sociedades más o menos diferentes a las de su época. Por ejemplo, en El hombre que despertó Laurence Manning prevé el agotamiento de los recursos fósiles y describe una sociedad rural en el que los recursos forestales son administrados por los Consejos de Juventud, que impiden a los adultos talar los árboles; ya que un árbol tarda tiempo en crecer, su administración corresponde a los jóvenes, no a los adultos, que podrían sentirse tentados de talar un recurso que será necesario en el futuro para poder disponer ya de él. En Pasado, presente y futuro Nat Schachner imagina una sociedad estamentada y, sin embargo, decadente.

En otros ejemplos las sociedades descritas lo son de forma burda: sociedades estereotipadas, frecuentemente bárbaras. En estas historias, el protagonista se convierte en un héroe que se enfrenta a sociedades primitivas para salvar a la típica dama en apuros (como en Submicroscópico) o, simplemente, salvar situaciones de peligro (como en La herencia). En Awlo de Ulm el protagonista regresa al mundo microscópico de submicroscópico para encontrar que el pueblo conocido en el relato anterior se está enfrentando a una segunda tribu, tecnológicamente superior, pero descrita de forma igualmente simple y rudimentaria.

En estas obras no hay ninguna inclinación al análisis de la sociedad, y las aventuras de los protagonistas muy bien podrían haber sido ambientadas en un mundo de fantasía, prescindiendo de la excusa tecnológica. La idea es simple: valerse de un recurso mínimamente plausible (en ocasiones muy mínimamente) y trasladar a un personaje contemporáneo al escritor a unas circunstancias extrañas. Son historias de entretenimiento adolescente muy típicas de la literatura pulp. Con este recurso los autores buscaban seducir a sus jóvenes lectores para que pudieran sentirse identificados con el protagonista y soñar con ser trasladados a ese mundo alternativo en el que triunfar como héroes y desposar bellas mujeres.

Sin embargo, fuera de la literatura de consumo adolescente, ha habido relatos de mucha mayor calidad en los que se describen sociedades imaginarias más desarrolladas y mejor descritas.

Las ciudades de Ardathia (1935), por ejemplo, es un relato también anterior a las edades de oro y de plata. Sin embargo, no sólo no se vale de ningún pretexto para llevar a un ser contemporáneo al futuro (o a un universo diminuto), sino que la profundidad de las sociedades imaginadas y la calidad literaria de la narración lo hacen muy superior a los otros relatos. Aunque la sociedad que describe es una típica sociedad estamenteda, con una nobleza moralmente corrompida que subyuga a grandes masas trabajadoras, la historia no es una simple narración de peleas y combates con un héroe siempre victorioso. El eje argumental es la gestación de una revolución y los protagonistas recorren diferentes lugares y situaciones, con lo que descripción es mucho más completa. Al final la historia da un salto de cientos de años para contemplar el resultado de los acontecimientos narrados en la primera parte. En esta segunda parte nos encontramos con una sociedad completamente distinta pero coherente con los acontecimientos que quedaron en marcha en la parte anterior, lo que da todavía más profundidad al relato.

En cierta forma, este es el mismo esquema que sigue H.G. Wells en el guión de La vida futura (1936). Tras el desastre de una Guerra Mundial que ha devastado el planeta, la sociedad se regenera de manos de una élite tecnocrática. La propuesta de Wells es enormemente positiva y algo utópica, pero nos encontramos de nuevo con el uso de la ciencia ficción como herramienta especulativa, que propone alternativas.

Y es que no siempre las sociedades imaginadas son radicalmente distintas de la nuestra. Con frecuencia parten de la actualidad para introducir modificaciones interesantes.

En Las ondulaciones (1945) Fredric Brown imagina que hemos caído a niveles pretecnológicos, volviendo a un nivel industrial, con máquinas de vapor pero sin electricidad. El motivo de esta regresión es la llegada de una especie extraterrestre que se alimenta de nuestros campos electromagnéticos, absorbiendo toda forma de electricidad y volviendo inútiles los aparatos y dispositivos eléctricos. De esta forma, los seres humanos deben adaptarse a una nueva situación, un paso atrás en el desarrollo tecnológico.

En Pasajeros (1969) Robert Silverberg imagina también un contacto con una especie alienígena que tiene graves consecuencias sobre nuestra sociedad. Los extraterrestres son seres invisibles e incorpóreos que dominan a seres humanos que emplean como anfitriones. Silverberg describe una sociedad que vive inquieta y aterrorizada. En todo momento cualquier persona puede ser poseída; cuando eso ocurre, el huésped (el pasajero) emplea el cuerpo de su humano anfitrión para cometer todo tipo de excesos. La sociedad se adapta a ello: le gente aprende a evitar a los poseídos, se evita cruzar miradas con ellos, está mal visto aprovecharse de los poseídos, tratar de volver a encontrarse con ellos tras la posesión o valerse de información que pudieran haber obtenido en ese estado.

Como no, en la proposición de sociedades no se puede dejar de mencionar a Heinlein una vez más, autor que se valió prolijamente de sus novelas para exponer sus opiniones acerca del ser humano y la sociedad. Su obra más controvertida, Brigadas del espacio (1959) especula sobre el supuesto de que la irresponsable sociedad de su tiempo se ha derrumbado debido a una concepción inadecuada de conceptos como deber, libertad y democracia. Heinlein reestructura todo el Estado para dejarlo en manos de los veteranos de guerra y redefine estos conceptos. El resultado es una raza pro-belicista, pero no irresponsable.

Curiosamente, en Forastero en tierra extraña (1961), este presunto autor de derechas estudiaría la sociedad terrestre a través de los ojos de un avanzado marciano, creando una obra que abogaba por al liberalidad de las costumbres, con relevancia en el terreno sexual, por lo que se la consideraría una biblia hippy.

Por supuesto, no todos loe ejemplos son ni tan irrelevantes como el pulp ni tan trascendentales como las mencionadas novelas. En otras ocasiones, la sociedad imaginaria no tiene peso por sí misma, no es el eje de la historia, sino que es un simple marco para algo más complejo.

Un buen ejemplo de esto es Gattaca (1997). La película especula acerca de la ingeniería genética y sus posibilidades, y se ve enriquecida por el marco estético proporcionado por una sociedad fría y aséptica. Numerosos detalles en esta obra contribuyen a enriquecer y profundizar dentro del tema principal, relacionándolo con otros aspectos. ¿Qué tipo de sociedad será la resultante del control genético?

Gattaca juega con una estética muy particular, una forma de retrofuturismo que hace realidad en nuestro futuro el ideal futurista de los años '50. Toda la sociedad se adapta a esa estética fría e impersonal. Pero el eje argumental y especulativo de la película no es la sociedad en sí, sino la modificación genética del ser humano.