En defensa de la ciencia ficción
La ciencia ficción está considerada un género menor, de calidad inferior a otros como pudieran ser el histórico o, incluso, el género negro.
Tradicionalmente la ciencia ficción fue asociada a las revistas pulp, revistas que abarataban los costes de edición con papel barato y contenidos populares. La mala presencia de las revistas y la cuestionable calidad de sus contenidos marcó la opinión de muchos acerca de los géneros que en ellas se publicaban.
Aún hoy, décadas después de la era pulp, la ciencia ficción sigue siendo juzgada por la opinión que de dichas revistas se tenía. Pero, ¿es esta una imagen correcta o, al menos, completa del género?
Tabla de contenidos
Ley de Sturgeon:
La así llamada ley de Sturgeon es un adagio basado en una cita del autor de ciencia ficción Theodore Sturgeon. En español, se enuncia así:
- El noventa por ciento de todo es basura.
En propiedad, lo anteriormente citado es la revelación de Sturgeon, cuyo colorario viene a decir que el noventa por ciento de la ciencia ficción es basura... pero es que, ¡el noventa por ciento de cualquier género literario es también basura! Sturgeon pretendía así combatir a ciertos detractores del género que sacaban a relucir los peores ejemplos producidos en este campo y los pretendían hacer pasar por elementos representativos de toda la ciencia ficción.
Podemos apoyarnos en la ley de Sturgeon y la reflexión que insinuaba para guiar el siguiente artículo.
La mayor parte de la ciencia ficción es basura:
Es cierto que la mayor parte de la literatura surgida de las revistas pulp era de mala calidad, y es cierto también que aún hoy se sigue publicando y estrenando obras menores en literatura, cine o series televisivas. Esto es innegable y sería un ejercicio superfluo y cínico tratar de esconderlo.
La mayor parte de estas obras de escasa calidad tienen como función principal el entretenimeinto, y están dirigidas a menudo a un público poco exigente. Esta rama de la ciencia ficción, la que más libros y películas ha inspirado, se denomina Space Opera. En puridad la Space Opera está formada por aquellas obras que tratan acerca de luchas de naves espaciales en el marco de Imperios Galácticos, con ejemplos tan notables como La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977). Sin embargo, y siguiendo el esquema de Fernando Ángel Moreno, englobaremos dentro de este término no sólo la Space Opera pura sino, en general, toda obra de ciencia ficción cuyo fin último y casi exclusivo es el entretenimiento.
Este subgénero, que repite un esquema común a muchas obras (no sólo de ciencia ficción), es muy atractivo visualmente y aporta grandes beneficios económicos a través de sagas, franquicias y merchandising. Al pretender ante todo el divertimento, la búsqueda de lo maravilloso, la imaginación y la aventura, suele alejarse de la reflexión y la crítica. Su indudable éxito comercial lo ha convertido en el estandarte más visible del género, escondiendo otro tipo de ciencia ficción especulativa con aspiraciones más serias.
Nuevamente, no hay que confundir la parte con el todo. No toda la Space Opera es un producto para la evasión, ni el que su objetivo sea el entretenimiento implica que su calidad artística no pueda ser notable. Pero no pretendemos hacer una defensa de la Space Opera como subgénero de entretenimiento, sino del conjunto de la ciencia ficción como medio para fines mas serios.
La mayor parte de las obras de cualquier género son basura:
Asumido que en ciencia ficción se ha producido (y se siguen produciendo) una gran cantidad de obras de calidad cuestionable, lo que vino a decir Sturgeon es que un género no debe ser juzgado por sus ejemplos de peor calidad.
Nadie se plantea juzgar la mediocridad artística de la comedia americana postmoderna en función de las parodias adolescentes de enorme tradición y éxito (desde los '80, con Porky’s -1982-, hasta bien entrado el siglo XXI con Resacón en Las Vegas -2009-…), sino que el erudito prefiere fijarse en el cine de los hermanos Cohen e incluso pone en entredicho la relevancia de otras obras populares como las películas de Ben Stiller, Adam Sandler o Jim Carrey.
En el abanico mostrado tenemos productos de ínfima calidad, otros de mejor factura aunque enfocados al mero divertimento y unos pocos casos elitistas de comedias concebidas y ejecutadas con maestría que aúnan profundidad y entretenimiento. Nadie, sin embargo, juzga estas últimas en función de la mediocridad y simpleza de las primeras, pese a que aquellas sean más abundantes y exitosas.
Podríamos decir, despectivamente, que la mayor parte de la comedia americana es basura. Pero eso no cambiaría el hecho de que el pequeño porcentaje restante está compuesto por magnificas obras, inteligentes y divertidas.
Así, podemos decir sin embarazo que una gran parte de la ciencia ficción es basura, que la mayor parte del género está enfocada a divertir sin mayores pretensiones... pero también que existe un tipo de ciencia ficción de calidad y ambiciosa en sus planteamientos, que es la que aquí defendemos.
Existe una ciencia ficción de calidad igual a la de cualquier otro género:
La esencia de la ciencia ficción es algo más que un mero entretenimiento. El género nació dando un enfoque distinto, racional, a las historias clásicas de terror. Este enfoque racional de hipótesis contrafácticas y su desarrollo coherente ha sido la característica principal de la ciencia ficción, y no está reñido con la calidad literaria.
Tomando prestada una idea de Arthur C. Clarke, popularmente conocida bajo otros aspectos más cotidianos, hagámonos esta pregunta: Si hubiera que abandonar la Tierra, trasladar toda nuestra civilización, ¿qué obras se escogerían para ser salvadas en este Arca? ¿No estarían allí Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932) o 1984 (George Orwell, 1949)? ¿No estaría Frankenstein (Mary W. Shelley, 1818)?
¿Y qué tienen estas obras en común para que merezcan ser perdonadas? ¿Por qué merece la pena salvar una novela que habla de las peripecias de un inadaptado en un mundo futuro? ¿Por qué salvar una historia de novela negra, con el clásico protagonista que se enreda en una trama de espionaje sin buscarlo, chica y malos incluidos? ¿O qué tiene de verdaderamente especial el relato sobre el monstruo surgido de las pesadillas de Mary Shelley?
La respuesta es que, de alguna forma, comprendemos que estas obras no tratan meramente de lo que superficialmente parece ser su argumento.
Al revivir la sociedad de ficción planteada en Un mundo feliz nos parece encontrar advertencias muy serias acerca del peligro que supone ceder nuestras libertades a cambio de una mayor comodidad o seguridad. Más tétrica aún es la admonición lanzada por Orwell en su novela 1984, en la que el Estado manipula la información y controla al ciudadano mediante el miedo y la propaganda: sus páginas, lamentablemente, no han perdido vigencia hoy en día. En cuanto al monstruo creado por el doctor Frankenstein, si su memoria pervive por encima de los centenares de novelas góticas que se escribieron en aquellos años, es porque su tema trasciende la mera historia para no dormir, y traza paralelismos entre Frankenstein y su creación, hablado a la postre de lo que significa ser humano.
Esta cualidad de cierto tipo de ciencia ficción para examinar aspectos del ser humano y de la sociedad desde planteamientos novedosos es la que la convierte en una legítima herramienta literaria, de gran potencial además.
Más aún: Siendo los tres ejemplos mencionados grandes obras literarias por méritos propios, carece de sentido atacar a toda la ciencia ficción por carecer del refinamiento y la riqueza del lenguaje que se atribuye a la literatura canónica. Existen obras de ciencia ficción de tan alta calidad literaria como la de cualquier obra de cualquier otro género.
De nuevo, la postura de que la ciencia ficción siempre es de mala calidad sólo puede ser sostenida desde el desconocimiento. No sólo existen autores acreedores de admiración y reconocimiento por su destreza poética (p.e. Ray Bradbury), sino que la ciencia ficción ha sido prolífica en la experimentación literaria y fuente de renovación estética y lingüística.
J.G. Ballard y su desasosegante Crash (1973), el lenguaje ciberpunk de William Gibson en Neuromante (1984) son ejemplos de una innegable inquietud artística que se remonta hasta la edad de plata y que desde hace medio siglo no ha dejado de aportar calidad.
¿De qué trata exactamente la ciencia ficción?
Una vez más, insistimos: La ciencia ficción es algo más que aventuras de héroes y cohetes espaciales pese a que, a veces, exteriormente, pueda parecerlo.
De hecho, las aventuras espaciales, como ya se ha insinuado, no son una constante en toda la ciencia ficción, sino sólo en una parte del género que se denomina Space Opera. Y aún cuando una obra adoptase las características externas de este subgénero (héroes, naves espaciales, imperios galácticos y épicas batallas) su forma interior, la esencia que percibiría el receptor de la obra, le haría dudar de que se encontrase ante una mera aventura.
Tomemos un ejemplo:
Crónicas marcianas (Ray Bradbury, 1950), externamente, versa sobre la colonización de Marte por parte de la humanidad. Valientes pioneros llegan en busca de lo desconocido, de la fama o del negocio al tiempo que los marcianos mueren dejando tras de sí restos de una civilización refinada y enigmática. Pero al leerlos, esta colección de relatos resultan no ser únicamente un conjunto historietas llenas de imaginación (que también) sino una visión extremadamente realista de la sociedad americana de aquella época y un melancólico alegato a favor del respeto entre los pueblos, todo ello aderezado con enormes dosis de sensibilidad y belleza.
Lo expuesto para la Space Opera funciona exactamente igual para cualquier otra temática que la ciencia ficción decida adoptar. Podemos hablar de aventuras que involucran a científicos y sus descubrimientos, exóticos encuentros con otras civilizaciones y formas de vida, tramas policiacas, narraciones vitales o thrillers y conspiraciones. Y encontraremos obras que se quedan en lo superficial y aspiran sólo a entretener, y otras obras (que denominamos prospectivas) que aprovechan la novedad que plantea el argumento para indagar sobre algún aspecto del ser humano o de nuestra sociedad.
El hombre invisible (H.G. Wells, 1897) muestra cómo el exceso de poder convierte a un ser humano en monstruo sociópata. La isla del doctor Moreau (H.G. Wells, 1896) investiga sobre la esencia humana (una vez más) mientras que en Solaris (Stanislaw Lem, 1961) sobre lo que se indaga es sobre el alma. Y en esta misma línea filosófica, El hombre demolido (Alfred Bester, 1953) es una especie de Crimen y Castigo futurista mientras que La naranja mecánica (tanto la novela de Anthony Burgess -1962- como la película de Kubrik -1971-) advierte que estamos asfixiando la libertad bajo una excesiva regularización y que esto puede conducir a que la violencia sea el único medio de expresión.
La ciencia ficción está llena de ejemplos como estos, obras que señalan futuros ominosos o las características más inquietantes de nuestra propia naturaleza, sobre todo en la más pesimista y tardía, la más actual que ya no ve en la tecnología una herramienta de salvación, sino una espada de dos filos (como tal espada, lo que importa es quién la maneje). Robocop (guión de Michael Miner y Edward Neumeier, 1987), violenta heredera de La naranja mecánica, denuncia el consumismo actual y el peligro del creciente poder que están adquiriendo las grandes corporaciones. El relato Perseguido (The running man -Stephen King, 1982, bajo el seudónimo de Richard Bachman-) en una línea similar, aprovecha el tirón de ventas del autor para deslizar un alegato contra la manipulación de los medios de comunicación, y en especial contra la televisión (algo ya temido por Bradbury). Y así hasta Neuromante (William Gibson, 1984) la más completa y pesimista de todas.
Cada una de estas obras trata un tema importante, y a la vez son una advertencia. Nos ofrecen una visión (que no una predicción) del lugar donde podemos terminar si elegimos ciertos caminos mirando solamente nuestro presente, sin tratar de imaginar el futuro. Si fueran La Biblia, diríamos que hablan con metáforas. Si hubieran sido escritos en el siglo XVIII, algunos serían fábulas y otros cuentos o leyendas.
Al igual que todas estas formas literarias, para nosotros, la ciencia ficción, en su pura esencia, es didáctica. Nos muestra al mundo y a las personas desde una nueva perspectiva, haciéndolos más comprensibles. Así mismo, nos ofrece pistas para leer el presente y discernir si el futuro al que nos dirigimos es el adecuado.
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