Sociedades en la ciencia ficción
Una de las facetas más importantes de la ciencia ficción es su carácter especulativo.
Dentro de esta faceta el género estudia las sociedades, tanto las sociedades reales, con el fin de criticarlas o denunciar sus defectos, como posibles utopías y distopías en las que los autores exploran posibilidades y alternativas.
Tabla de contenidos
Sociedades reales:
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Antes de la edad de oro:
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La crítica social está presente en la ciencia ficción desde sus inicios, en la etapa denominada de la ciencia ficción primitiva. Y de hecho, constituye el tema esencial de estas obras pioneras de un género por entonces aún no etiquetado. Un buen ejemplo de esto es Jonathan Swift con Los viajes de Gulliver (1726), novela de viajes que se vale de la sátira para criticar duramente la sociedad en la que le tocó vivir al escritor. Siguiendo el ejemplo de Swift, pocos años más tarde, Voltaire escribiría su relato satírico Micromegas (1752), protagonizado por viajeros espaciales que se sorprenden y burlan de las costumbres terrestres. El periodo de la ilustración en Francia e Inglaterra había encontrado un motivo, moderno y osado, que reemplazaba a las fábulas tradicionales y comenzaba a apuntar hacia el experimento mental y la racionalidad, señas características de lo que sería la ciencia ficción social.
Ya dentro de los inicios de la ciencia ficción moderna podemos encontrar ejemplos tan claros como La guerra de los mundos (1898) de H.G. Wells. El libro es una dura crítica a la moral y costumbres de la Inglaterra victoriana y presenta, gracias al traslado de papeles, una crítica al imperialismo británico. De esta forma, la metáfora propuesta por Wells supera la desconfianza inicial que el lector pudiera tener, al presentar a los ingleses como inocentes agredidos (por malévolos marcianos), en vez de como opresores de otros pueblos menos desarrollados. Encontramos aquí la puesta en marcha de un nuevo recurso muy utilizado en obras posteriores, esta especie de engaño destinado a que el lector baje sus barreras y observe la situación desde otra perspectiva sintiéndola como propia, mediante un ejercicio de empatía casi involuntario.
Algo similar sucede con Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, una novela que se ganó no sólo el reconocimiento de aficionados, sino también el de los sesudos críticos literarios gracias a su calidad literaria y magnífica maniobra de distracción, merced a la cual, al situar la acción en un futuro indeterminado, el lector asistía a una dura crítica a la sociedad del consumo y del placer, de individuos atontados por una felicidad superficial. La ciencia ficción volvía a demostrar que tenía los recursos indicados para esta tarea: la distracción del lector mientras le administran la medicina, el juego de manos destinado a superar sus reticencias frente a la crítica directa.
Edades de oro y plata:
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Las edades de oro y de plata se centraron sobre todo en el estudio de la ciencia y la tecnología. Esto redujo la función crítica del género, que se sintió más atraído por la carrera espacial y sus posibilidades, cuando no aprovechaba la atención popular en la exploración espacial para crear simples obras de entretenimiento adolescente: la Space Opera.
Esto no quiere decir que no hubiera una ciencia ficción orientada al estudio de la sociedad. No tenemos más que recordar la famosa definición de ciencia ficción que hacía el Gran Maestro, Isaac Asimov: "La ciencia ficción es la rama de la literatura que trata sobre las respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología." Es cierto que estas "respuestas humanas" que imaginaba Asimov no podían ser consideradas en su mayoría como una crítica, pero si ofrecían interesantes temas de especulación, y prueba de ellos son algunos de los más famosos cuentos de este autor: Sufragio universal (1955), El pasado ha muerto (1956), Espacio vital (1956)... y, por supuesto, algunos ataques realmente ingeniosos contra la estupidez humana, como Anochecer (1941) o Paté de hígado (1956).
Más abiertamente crítico resulta Ray Bradbury, pese o debido a sus ambientaciones melancólicas. Crónicas marcianas (1950) resulta casi una elegía a la pacífica vida rural americana de antes de la Segunda Guerra Mundial, sin olvidar osados alegatos contra la injusticia racial como Un camino a través del aire (1950) o su especie de secuela, El otro pie (1951). Fahrenheit 451 (1953), su obra primordial, ataca la anomia y deshumanización de las sociedades urbanas y, en concreto, al papel alienante de la televisión. En este sentido, hay que recordar que Bradbury es un nostálgico de los viejos tiempos, de los pueblos de casas de madera y con madres preparando tarta de manzana.
Unos años antes que Bradbury, en 1948, George Orwell había escrito una de las obras fundamentales del género y una de las más influyentes de toda la literatura del siglo XX: 1984. En esta novela, el escritor británico, aunque abiertamente comunista, hace una crítica a la Rusia estalinista, en la que el Estado oprime al individuo robándole no sólo sus libertades, sino el derecho a la intimidad y a la individualidad. Su habilidad al desfigurar la realidad de su tiempo es tal que la obra conserva vigencia hoy en día y puede ser interpretada más ampliamente como una crítica a cualquier totalitarismo, de izquierdas o de derechas.
Si la obra de Orwell critica el comunismo, fuera de la ciencia ficción anglosajona podemos encontrar obras de ciencia ficción soviética muy críticas con el capitalismo. Ejemplos de esto podrían ser Mister Risus (1937) o El mundo que abandoné (1961).
En estas obras los autores realizan parodias de sociedades capitalistas. Sin embargo, ambas quedan muy lejos de la calidad de 1984. Míster Risus resulta una obra aburrida basada en una hipótesis que roza el absurdo; El mundo que abandoné pretende criticar el capitalismo basado en una máquina que simplifica la economía capitalista hasta unos niveles que resultan ridículos. Sin duda, ambas obras deben contextualizarse dentro de un entorno político y social de férrea censura y propaganda, lo cual no es excusa para su baja calidad literaria.
Nueva ola:
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La nueva ola volvió a orientar el interés del género hacia los seres humanos, con frecuencia centrado en el estudio de la psicología del individuo, pero también en el funcionamiento de las sociedades. Uno de los temas que surgen en esta época es la preocupación por el planeta Tierra en sí, el medio ambiente y la ecología. Hay numerosas obras de este periodo que exploran el deterioro de nuestro entorno desde un punto de vista sumamente crítico, planteando duras distopías en las que la sobreexplotación de los recursos y la superpoblación llevan a grandes desastres ecológicos.
Ejemplos de esto son Un mundo devastado (1965), o la trilogía del desastre de John Brunner: Todos sobre Zanzíbar (1968), El rebaño ciego (1972) y Órbita inestable (1975). La primera es un escenario distópico en el que el ser humano ha sobreexplotado el planeta, pero las obras de Brunner son más complejas; exploran diferentes aspectos de la sociedad, como la economía o los medios de comunicación, contando historias en paralelo que narran las acciones de diferentes personajes: directivos de compañías, periodistas, personas normales influenciadas por las noticias o la publicidad... De esta forma Brunner muestra muchas perspectivas diferentes de un mismo problema; sus obras son, por tanto, serias críticas a una sociedad en su conjunto.
El problema de la superpoblación fue también objeto de intenso debate. En ¡Hagan sitio, hagan sitio! (1966) Harry Harrison desarrolla hacia el futuro la decisión del gobierno estadounidense de seguir una política de incentivo de natalidad, imaginando un opresivo y estremecedor escenario en el que sus protagonistas subsisten en una superpoblada Nueva York: las desigualdades sociales se han acrecentado, la economía se encuentra casi colapsada ya que en un escenario de subsistencia no existe un excedente con el que poder comerciar, la totalidad de los recursos se emplea en alimentación por lo que no hay más industria que la reutilización y reciclaje, el comercio se rebaja a un mercado negro de materias primas, el Estado se ve reducido a una serie de instituciones que apenas se bastan para mantener el orden y (máxima ironía) en base a no limitar la natalidad por pretendidos motivos morales, las leyes deben no sólo consentir, sino potenciar el suicidio para reducir la población,
Ciberpunk:
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Pero uno de los máximos exponentes de la ciencia ficción como escenario para crítica social es el ciberpunk.
El ciberpunk es una corriente dentro del género que tuvo su origen en los años '80. Sus mejores ejemplos, las obras que la definen por completo son Neuromante (1984) en la literatura y Blade Runner (1982) en el cine. Esta corriente tiene un elemento estético muy importante y atractivo, lo que lo hace fácil de imitar, dando lugar a obras interesantes en lo visual, como la trilogía iniciada por Matrix en 1999, pero vacías de contenido real, crítico o de cualquier otro tipo.
Extrapolaciones de la sociedad de finales del siglo XX y principios del XXI, el ciberpunk plantea sociedades urbanas distópicas con un elevado nivel tecnológico y un bajo nivel de vida. La democracia apenas se insinúa y el control efectivo de los Estados lo detentan las grandes corporaciones, que controlan los medios de comunicación, los gobiernos... Sus ingredientes son la deshumanización, anomia, globalización...
Resulta, pues, una crítica feroz a nuestra sociedad actual.
En 1982 Ridley Scott estrena Blade Runner, basada en la obra de Philip K. dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de la que es una adaptación muy libre. La película incide principalmente en la idea del ser humano, qué es o puede ser considerado humano, así como en la responsabilidad de los científicos. Sin embargo, buena parte de los pilares del género están ahí: la Tyrell Corporation y su prioridad a la hora de lanzar productos al mercado, independientemente de que resulte ético o no producir seres vivos con sentimientos; el bajo nivel de vida de la mayor parte de la población, con técnicos cualificados como J.F. Sebastian viviendo en edificios ruinosos y rodeados de basura; la ubicuidad de la tecnología; la casi inexistencia del Estado, salvo en la forma de fuerza policial... Aunque en su momento no tuvo una gran acogida, la fuerza de sus imágenes la ha convertido en una película de culto, con una estética que no ha quedado desactualizada incluso tras varias décadas desde su estreno.
Dos años más tarde, en 1984, William Gibson publica Neuromante, primera novela de la trilogía del Sprawl y el segundo pilar principal del ciberpunk. Esta novela plantea una distopía en la que la tecnología es omnipresente: redes de comunicaciones, Inteligencias Artificiales, ingeniería genética, viajes espaciales... sin embargo, todo este desarrollo tecnológico está desprovisto de cualquier aspecto positivo: los viajes espaciales son anodinos, las bases orbitales son poco más que grandes casinos para gente extremadamente rica, los medios de comunicación siguen emitiendo vulgares programas de variedades, la ingeniería genética se emplea para abaratar costes ("(...) lo cultivan en colágeno, pero es ADN de visón.")... Al igual que en Blade Runner las diferencias sociales son enormes y casi insalvables: los poderosos disfrutan de paraísos privados mientras la gente normal convive con la miseria. Sin embargo, ni siquiera los paraísos privados de los poderosos resultan atractivos; todo ese dinero apenas sirve para crear decorados burdos, sueños de infancia mal realizados.
Tras estas dos obras el género queda perfectamente definido, pudiendo usarse ya como estereotipo de fácil asimilación. A su sombra se estrenan en los '80 obras de importancia y calidad irregular como el corto 20 minutos en el futuro (1985), que daría lugar a la serie Max Headroom (1987), Brazil (1985), Robocop (1987) o Perseguido (1987, basada en el relato homónimo de Stephen King, publicado en 1982).
La influencia del ciberpunk se extiende también a los '90 y la primera década del siglo XXI, con obras como Johnny Mnemonic (1995, basada en el relato homónimo de William Gibson, publicado en 1981, y con guión del propio Gibson) o Días extraños (1995) por mencionar algunas de las más importantes.
En todas estas obras la idea es la misma: alto nivel tecnológico, bajo nivel de vida, una sociedad dirigida y dominada por corporaciones empresariales y una masa social sin control real y manipulada por los medios de comunicación.
Postciberpunk:
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Ghost in the Shell (1995), de Mamoru Oshii, supone un nuevo hito en el desarrollo del género. Basada en el manga homónimo de Masamune Shirow, publicado entre 1989 y 1991, constituye una evolución de los conceptos anteriores. Mientras que el cómic estaba muy influenciado por Neuromante, la película debe mucho a Blade Runner. Sin embargo, es en su trasfondo social donde la obra representa un ejemplo de las nuevas tendencias. La tecnología y el poder de las corporaciones siguen omnipresentes, pero ya no se puede hablar tan claramente de una distopía social. El nivel de vida del hombre común ha mejorado y Oshii devuelve al estado un cierto papel de padre protector ante los desmanes corporativos.
Se trata de postciberpunk, una corriente mucho más positiva que refleja el cambio manifestado en la sociedad, cuyos motivos de preocupación han cambiado en estos años. La tecnología es enfocada de forma más imparcial, como un peligro y una ventaja y el mayor temor ya no reside en las posibilidades de su uso inadecuado. Internet es un simple instrumento, y puede favorecer el aislamiento o la comunicación, según su uso. Otros temas, como el terrorismo o la corrupción política, vienen a sustituir a las antiguas inquietudes.
Por supuesto, la obra de Oshii no surge de la nada y en los trabajos anteriores del director podemos rastrear este paso del ciberpunk al postciberpunk. Ya con Patlabor: la policía móvil (1989), Oshii presenta una sociedad futura libre de la degradación ecológica, con cielos azules y con una policía leal y eficaz que patrulla a bordo de majestuosos y enormes robots.
Durante años ambas visiones, la negativista y la optimista, han estado compartiendo el espacio cultural, aunque hay que admitir que las raíces distópicas del género cada vez se encuentran más diluidas en una sociedad como la nuestra, que ha asumido la tecnología como algo inherente a la civilización.
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