Neo-Tokio

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Neo-Tokio es la ciudad en la que transcurre la trama de Akira de Katsuhiro Otomo, tanto de la película como del cómic. Es una ciudad nueva, levantada sobre los restos de lo que un día había sido el Tokio de los años 80, de ahí que la nueva ciudad tenga esos toques tan carecterísicos de la estética ochentera como la contaminiación lumínica provocada por los neones.

Por la trama podemos averiguar que el antiguo Tokio fue destruído por una fuerza desconocida llamada Akira. La obsesión de los gobernantes de Neo-Tokio es encontrar, estudiar y eliminar si es preciso, a cualquier ser capaz de destruir la nueva ciudad como ocurrió en el pasado. Las sectas religiosas y los grupos extremistas, aprovechándose de la insatisfacción de los ciudadanos, cultivan el mito de Akira, un “niño cobaya” depositario de la “energía absoluta” cuya resurrección significaría para Japón el amanecer de una nueva era.

Es curioso comprobar las similitides entre dos escenarios como el Neo-Tokio de Otomo y Los Ángeles de Blade Runner, ambos de obras de 1982. No es una casualidad ni tampoco un posible plagio, ya que en realidad ambas están inspiradas en una ciudad real, el Tokio de los años ochenta donde convive indisolubles la criminalidad suburbana, la yakuza y el hombre moderno adormecido por los medios en un efervescente hormiguero. Estos elementos, la tecnología envolviendo al hombre y sus facetas en una deshumanizada aglomeración, es la que ha hecho de Tokio un icono del ciberpunk, donde incluso la primera escena de la mítica Neuromante (1984) tiene inicio aquí.

Para Otomo el Tokio del futuro, el post-apocalíptico, es como cualquier ciudad americana exagerando las proporciones de sus rascacielos. Multitud de niveles viales recorren los estratos de la ciudad y sólo los más altos son los poblados por la gente que dirige la ciudad, mientras que los más profundos se convierten en los suburbios donde se encuentran los protagonistas de la historia, como en la mítica Metrópolis de Fritz Lang. Las clases sociales ya no están separadas por barrios, sino por estratos construídos y la ceremonia del té, donde todas las clases se colocan al mismo nivel, ya no existe.

En el Neo-Tokio de Otomo, Japón ha sucumbido al Estilo Internacional, a la globalización de la arquitectura. Rascacielos prismáticos, repetitivos y regulares, que harían parecer chozas las Torres Petronas dominan el skyline de la ciudad. Edificios de hormigón y vidrio son los únicos que tienen cabida en una ciudad deshumanizada y deslocalizada. De no ser por los graffitis y los monjes que pasean por sus calles, Neo-Tokio podría ser perfectamente Neo-Los Angeles o Neo-Nueva York. Atrás queda la antigua tradición de construcciones hechas con materiales blandos como la madera o el papel de arroz, y los templos sólo se encuentran entre las ruinas. Lo único que identifica a Neo-Tokio con Tokio y la cultura japonesa es la gente y su manera de habitar la ciudad.

Neo-Tokio posee dos de las características típicas de las ciudades aparecidas en las obras de ciencia ficción: es una ciudad distópica/caótica y además es una ciudad apocalíptica.