Ciencia ficción juvenil

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Aunque hay muchas obras de ciencia ficción que por su contenido basado en el espectáculo y el entretenimiento son del gusto de los jóvenes, entendemos como ciencia ficción juvenil aquella que está dirigida expresamente a los adolescentes y que a lo largo del s. XX ha ido adquiriendo una estructura propia que es fácilmente reconocible.

Un género abierto a los jóvenes:

La ciencia ficción ha sido un género muy cercano a los jóvenes ya desde sus inicios.

Aunque Frankenstein (Mary W. Shelley, 1818), la primera obra considerada como ciencia ficción moderna, es en realidad una novela de horror gótico, y aunque ya en el s. XIX autores como H.G. Wells se valían del género con fines especulativos y como escenario de reflexiones políticas dirigidas a un público maduro, hubo desde los inicios del género autores como Julio Verne que supieron ver la posibilidad de divulgar conocimientos científicos conjugándolos con historias de aventuras dirigidas a un público juvenil. Así, buena parte de la obra del autor francés alternaba episodios de acción o aventura con descripciones de fenómenos naturales o datos científicos.

Sin embargo, a principios del s. XX la situación era bien distinta y menos edificante. En las primeras décadas del siglo el género se había instalado con fuerza en EE.UU., donde se publicaban revistas pulp con historias de aventuras dirigidas a un público juvenil, pero de dudosa calidad literaria, sin ningún interés didáctico y que, a menudo, eran vehículo de los prejuicios de la época.

Hugo Gernsback primero, y John W. Campbell después (y con más éxito) intentaron dignificar el género desde sus publicaciones. Gracias especialmente a Campbell, los años '40 fueron la edad de oro de la ciencia ficción, con la aparición de autores como Isaac Asimov o Robert A. Heinlein, entre otros, que supieron dotar de cierto valor al género y, en especial, a las historias dirigidas a los jóvenes. Pese a todo, estas historias juveniles no están exentas de crítica. Heinlein publicó una notable serie de novelas juveniles, pero algunos de los valores que transmite son bastante cuestionables, como el militarismo de Brigadas del espacio (1959), la apología del ultraliberalismo de La Luna es una cruel amante (1965) o el continuo desprecio que muestra hacia quienes considera débiles, bien ejemplificado en El granjero de las estrellas (1950) o Amos de títeres (1951).

Características de la ciencia ficción juvenil:

Tras estas primeras obras, muchas de ellas consideradas hoy clásicos del género, a lo largo del siglo XX una gran parte de la ciencia ficción juvenil adoptó una forma muy clara que ha demostrado funcionar muy bien para el público al que va dirigida:

  • Planteamiento: El (o la) protagonista es un adolescente que descubre que es diferente, especial y mejor, cualidades que lo diferencian de los demás y le hacen ser marginado o perseguido.
  • Nudo: A causa de las cualidades que lo hacen diferente el protagonista se enfrentará a poderes mayores que medran en la injusticia y que tratarán de interpretar sus actos de rebelión en forma de terrorismo, o bien será dirigido y manipulado para lograr un fin imposible a otros.
  • Desenlace: Finalmente resultará vencedor y será aclamado por las masas.

Y, aunque esta estructura encaja muy bien con el público juvenil, el rasgo más distintivo de este tipo de obras, sin embargo, no reside en la complejidad (o la falta de ella) de las mismas o en específicos rasgos estilisticos, sino en la temáticas planteadas, reflejo de las preocupaciones e intereses de los jóvenes a los que van dirigidos: es frecuente, por ejemplo, encontrar conflictos con los padres, el descubrimiento del amor (y ocasionalmente, de las primeras relaciones sexuales), problemas de inserción en la vida social o de fracaso ante sus demandas... Esto conduce con frecuencia a situaciones tópicas, aunque ocasionalmente se puede apreciar obras más enriquecedoras y demandantes.

Estos temas afines a sus preocupaciones derivan del hecho de que los jóvenes se enfrentan en su adolescencia a una época de cambios físicos y neurológicos que llevan aparejados cambios conductuales y en el estatus social.

Los cambios físicos, hormonales, llevan aparejada la aparición de una nueva identidad corporal que genera confusión y requiere cierto periodo de adaptación. Y la situación de conflicto con el propio cuerpo se agrava ante las diferentes velocidades de maduración de los adolescentes. Es por esto que la idea del cambio y descubrimiento de la propia identidad encaja con las premisas de la fase de planteamiento. Los cambios neurológicos, relativos a la maduración cerebral, se concretan a nivel psicológico en el paso del pensamiento concreto (infantil) al pensamiento formal, más abstracto, pero aún no postconvencional. El creciente uso de la lógica formal y de otras capacidades cognitivas como la capacidad de sistematización, la propuesta y validación de hipótesis, empuja a estos jóvenes a la argumentación, a la discusión en múltiples situaciones en las que poner a prueba sus nuevos talentos. Un producto que típicamente se centra en estos cambios, la fascinación y el temor que producen en quienes lo sufren, son las obras protagonizadas por adolescentes con poderes extrasensoriales, como Akira (Katsuhiro Otomo, 1982).

En cuanto a los cambios relativos a su posición en la sociedad, los jóvenes se encuentran en una fase de transición entre la infancia y la vida adulta, y el temor al cambio y la aparición de nuevas demandas y responsabilidades puede hacer que el mundo les parezca un lugar difícil al que les puede costar adaptarse. La exigencia por parte de los adultos de que hagan frente a sus nuevas obligaciones les resulta difícil de aceptar y las negativas de los adultos a aceptar sus excusas son percibidas como hostilidad e injusticia.

No es difícil, pues, ver un reflejo de todo esto en la estructura de estas obras: El adolescente que se siente incomprendido se identifica con el protagonista juvenil de estas obras, y la injusticia y opresión de los poderes a los que se enfrenta el protagonista con el mundo adulto al que el adolescente debe adaptarse.

Los ejemplos de este tipo de obras son numerosos: El juego de Ender (tanto el relato de 1977 como la novela de 1985, ambos de Orson Scott Card), la saga de los juegos del hambre (iniciada por la novela homónima de Suzanne Collins de 2008), la saga del corredor del laberinto (iniciada por la novela homónima de James Dashner de 2009), la serie Divergente (iniciada por la novela homónima de Veronica Roth de 2011)... Esta estructura no es exclusiva de la ciencia ficción y puede verse también en sagas de fantasía como Harry Potter (J. K. Rowling, 1997) o Eragon (Christopher Paolini, 2003). Buena prueba de su éxito es que todas ellas han sido llevadas al cine, aprovechando el tirón que la historia tiene entre sus lectores.

Sobre la utilidad de la literatura de ciencia ficción juvenil:

Si bien la calidad de algunas de estas obras es cuestionable, a menudo la crítica que reciben es excesiva e injusta; no en vano muchos de los productos dirigidos al público adulto no son mejores (y algunos son francamente peores), como bien refleja la ley de Sturgeon.

Por otra parte, como bien señalara César Mallorquí en su excelente disertación En defensa dela mala literatura, la mala literatura es la antesala de la buena literatura. Quien adquiera el hábito de leer, aunque sean obras deplorables, puede evolucionar como lector y acabar descubriendo literaturas mejores. Es mucho más difícil que llegue a la buena literatura aquel que no tiene el hábito de leer que quien sí tiene el hábito aunque elija obras cuestionables. En la misma disertación el autor denunciaría que muchos potenciales lectores se han perdido cuando, en la educación primaria y, especialmente, en la secundaria, se les ha hecho leer obras de gran calidad, pero inadecuadas para su edad.

Muchos investigadores y pedagogos coinciden con la apreciación de Mallorquí, al señalar como una de las causas de el bajo interés que genera la lectura en los jóvenes el que los textos clásicos, pese a su valor indiscutible, pueden estar apartados de la mentalidad de la juventud actual. En este sentido, una literatura más cercana a sus intereses puede ser más efectiva para conseguir una educación integral. Y la ciencia ficción, por su capacidad para generar mundos cercanos y radicalmente distintos a un tiempo, por sus posibilidades retóricas y poéticas, posee herramientas idóneas para generar una literatura enteramente adecuada, atractiva y de calidad para esta nueva juventud.