La mujer en la ciencia ficción
La ciencia ficción ha sido, en general, un género básicamente masculino. Sirva como ejemplo la lista de Grandes Maestros: de los más de veinte galardonados con este título desde 1974, sólo dos son mujeres (Andre Norton y Ursula K. Le Guin). Puede parecer irónico, teniendo en cuenta que la que está considerada la primera novela de ciencia ficción moderna, Frankenstein, fue escrita por una mujer: Mary W. Shelley. Sin embargo, la misma Shelley hizo del personaje de Frankenstein un varón, al igual que a su criatura, y relegó a las mujeres, cuando aparecían, a puestos totalmente secundarios.
Pero todo esto es lógico.
Por una parte, los roles que la sociedad impuso a las mujeres en décadas y siglos pasados las impidió acceder al papel de escritoras (no sólo en la ciencia ficción hay pocas mujeres escritoras; esto es extensible a otros géneros). Por otra, a pesar de que los autores de ciencia ficción (tanto hombres como mujeres) traten de especular acerca de los cambios que se producirán en el futuro, ellos mismos son hijos de su época y reflejan en sus obras el presente en el que viven. Si la mujer ha estado siempre relegada a un segundo plano en lo social, dotarlas de protagonismo en las obras es algo que no todos los autores han sabido imaginar.
La mujer como autora:
Para poder salvar la dificultad de escribir siendo mujer, muchas autoras tuvieron que recurrir a narrar sus historias desde el punto de vista de los hombres para poder salvar los prejuicios de los editores y lectores, y a camuflar sus verdaderos nombres dentro de pseudónimos masculinos. De esta forma, podemos encontrar pequeñas "joyas" como la declaración de Robert Silverberg acerca de James Tiptree Jr. (pseudónimo de Alice Sheldon):
- "Se ha sugerido que es una mujer, teoría que encuentro absurda porque hay para mí algo ineluctablemente masculino en sus narraciones".
De esta forma, las pocas mujeres que en un principio escribieron ciencia ficción, no tuvieron la capacidad de cambiar el enfoque que el género daba a los roles de hombres y mujeres.
El verdadero cambio vino en los años '60, con el surgimiento en occidente del movimiento feminista. Las mujeres lograron mayores cuotas de poder, reivindicaron la igualdad y su derecho a ocupar puestos que, hasta entonces estaban reservados a hombres. No entraremos a discutir las causas de este movimiento, pero sus consecuencias dentro del género fueron notables.
Así, en plena década de reivindicación feminista surge un nombre tan importante para la ciencia ficción como Ursula K. Le Guin. En novelas como La mano izquierda de la oscuridad o Los desposeídos Le Guin presenta mundos que cuestionan la necesidad o incluso la conveniencia de que la sociedad sea dirigida por hombres.
No es el único caso. En Houston, Houston, ¿me recibe?, Alice Sheldon (bajo el pseudónimo de James Tiptree Jr.) plantea el escenario de una Tierra en la que un virus ha acabado con los hombres. Cuando una nave regresa de un viaje lejano se encuentra que la Tierra está dominada por mujeres que se reproducen por clonación y que, para sorpresa de los recién llegados, no necesitan ni desean que los hombres regresen.
Por su parte, autoras como Elizabeth Moon se han mostrado especialmente activas en la causa y sus exitosas sagas de Space Opera como Serrano Legacy y La guerra de Vatta tienen la pretensión declarada de dotar de protagonistas femeninas a un género tradicionalmente dominado por héroes masculinos.
De todas formas, no todas las mujeres han pretendido alterar las circunstancias del mundo de la ciencia ficción y podemos así encontrar casos como el de Lois McMaster Bujold que con su saga del nexo del agujero de gusano se limita a escribir simple Space Opera.
La mujer como personaje:
Durante los inicios de la ciencia ficción moderna, la edad de oro y la de plata la mujer estuvo siempre en un segundo plano, relegada a papel de dama en apuros que debía ser salvada por el héroe, o a simple recompensa de éste, como las hermosas mujeres semidesnudas de las historias de Edgar Rice Burroughs. Las pocas mujeres con cierto poder que ofrecía la ciencia ficción eran una especie de reina malvada, poseedora de un letal atractivo erótico, y que normalmente domina una terrible sociedad matriarcal. A este concepto tan atemorizante de mujer independiente contribuyó nefastamente la visión machista americana, que tras la Segunda Guerra Mundial observaba con preocupación cómo sus mujeres, que durante el conflicto se habían visto obligadas a asumir puesto de trabajo típicamente masculinos, competían con ellos en el mercado laboral. Los años cincuenta alumbraron por este motivo curiosas películas de serie B como Las mujeres gato de la Luna (1953) o Devil Girl from Mars (1954).
No es hasta la nueva ola que la mujer aparece como un elemento activo de la trama. Así, de las damas en apuro de la Space Opera pasamos a las Bene Geserit de Dune (1965) (aunque hay que reconocer que, si bien dominan la sociedad, son personajes cuya frialdad aún recuerdan a esa reina malvada y matriarcal).
De hecho, no fue hasta los años '80 cuando se puede afirmar que la mujer accede a cuotas de poder semejantes a las del hombre... o casi. Cierto que la mayor parte de los protagonistas son masculinos, pero el papel de la mujer como trasto chillón al que hay que rescatar desaparece y no nos extraña ver a personajes femeninos con tanta fuerza como la teniente Ripley de Alien, el octavo pasajero (1979) o Molly en Neuromante (1984).
Parecía que en los ochenta la mujer se empezaba a interesar por el género, y recíprocamente, el género se interesaba por los personajes femeninos, aunque de manera más bien testimonial. Un caso curioso lo tenemos en la supuestamente machista sociedad japonesa, donde empiezan a surgir importantes obras protagonizadas por féminas independientes. Así tenemos a Nausicca (1982), de Hayao Miyazaki, autor que muestra predilección por protagonistas femeninos infantiles, o las mujeres policia de Masamune Shirow, verdaderos iconos ciberpunk como Deunan Knute (Appleseed, 1985) o Motoko Kusanagi (Ghost in the Shell, 1989). Esto puede ser debido a la particular estructura del mundo editorial del manga japonés, cuya tradición de cómic femenino es igual de larga que al masculino, por lo que la ampliación de personajes y el mestizaje entre géneros eran más factibles. Algo que no ocurría con el cómic europeo o americano. Incluso la revista Metal Hurlant, que incluía numerosas historias protagonizadas por mujeres, solía caracterizar a estas de una manera inequívocamente sexual, lo que las delataba como producto irreal, dirigido al público masculino.
Más recientemente, el auge de escritoras de éxito como Connie Willis, Elizabeth Moon o Kristine K. Rusch, ha traído una nueva oferta de heroínas enfocadas desde una perspectiva genuinamente femenina.
En España no existe un grupo importante de escritoras de ciencia ficción y los avances en este sentido son mucho más tímidos. Sólo algunos autores se han atrevido a imaginarse en la piel de una chica y han ejecutado el desafío con cierto éxito. Juan Miguel Aguilera en El bosque de hielo (1996) o Pablo Nauglin en Escamas de cristal (2003) presentan a mujeres que ni tienen que reafirmar su independencia ni se comportan como hombres. Sirvan ellos dos a modo de ejemplo.
Cabe preguntarse cómo un género cuyo principal atractivo ha sido la capacidad de crear ideas nuevas y de imaginar sociedades distintas (tanto utópicas como distópicas) haya cometido la injusticia de no imaginar un mundo en el que los deberes, derechos y responsabilidades son igualmente compartidos por ambos sexos.
Hay que reconocer que en cuanto a lo que atañe a héroes, la ciencia ficción ha sido un género muy tradicional e incluso conservador y de cánones occidentales. Salvando unos pocos ejemplos muy sustanciosos, el protagonista típico de casi todas las obras es un varón caucasiano de grandes recursos personales (encanto, audacia e inteligencia); no sólo las mujeres han sido omitidas de sus líneas más brillantes, sino muchas otras minorías como las pertenecientes a otras razas, ancianos o discapacitados.