Contacto (Término)
En el contexto de la ciencia ficción se entiende por contacto la primera interacción directa entre el ser humano y una civilización extraterrestre.
El contacto con otras civilizaciones ha sido uno temas habituales de la ciencia ficción, si bien el enfoque ha sido muy diferente en función del tipo de obras. Generalmente, y en especial en el marco de la Space Opera, se ha asumido que este contacto sería violento, desencadenando en una guerra entre la Tierra y una civilización extraterrestre hostil e invasora.
No obstante, el tema ha sido objeto de debates mucho más serios, y han sido numerosos los autores consagrados que lo han tratado, con puntos de vista muy dispares. El enfoque serio de este hecho plantea hipótesis y suposiciones muy interesantes, tanto desde el punto de vista de la psicología y sociología (impacto del hecho en las personas y sociedades) hasta especulaciones antropológicas acerca de cómo serían estas sociedades extraterrestres, como sería posible la comunicación con ellos o, incluso, si ésta es posible.
La dificultad de la comunicación:
Uno de los aspectos más interesantes del posible contacto es la posibilidad de la comunicación.
Muchas veces, el entendimiento entre humanos de diferentes orígenes, con diferencias culturales y marcos de referencia distintos, es ya de por sí complicado. Por lo que cabe preguntarse qué esperanzas hay con razas alienígenas, con quienes no compartimos ni tan siquiera las motivaciones más elementales.
Por una parte, encontramos los escenarios más pesimistas, entre los cuales cabe destacar los de Robert A. Heinlein. La personalidad marcadamente individualista de este autor le hacía pensar que las grandes diferencias entre civilizaciones que han surgido y evolucionado separadas haría la comunicación difícil (Estrella doble, 1956) cuando no imposible (Brigadas del espacio, 1959).
Orson Scott Card en El juego de Ender (1985) también hace hincapié en las dificultades de comunicación. Sus extraterrestres, los insectores, eran cuerpos carentes de voluntad propia, movidos por una entidad central, de forma análoga a como las hormigas individuales carecen de importancia frente a la colonia. Por eso, no son capaces de comprender la reacción hostil por parte de los humanos cuando en un contacto inicial mueren algunos de éstos: para la supermente alienígena es imposible entender que la pérdida de lo que, a su modo de ver, son meros cuerpos prescindibles, sea para los humanos motivo para iniciar una guerra.
Pero es Stanislaw Lem el autor al que se le reconoce mayor profundidad en sus reflexiones en este campo, la mayoría de las veces mostrando posturas muy escépticas en cuanto a las posibilidades de establecer un contacto real, aún cuando encontremos vida extraterrestre inteligente y avanzada.
En Solaris (1961), el ser humano ha alcanzado las estrellas y explorado diversos planetas. Solaris, un planeta completamente rodeado por un océano vivo, parece estar dotado de inteligencia y los científicos llevan décadas intentando comunicarse con el océano, sin éxito. La mente propuesta por Lem es tan radicalmente diferente a la humana que parece imposible el mutuo entendimiento. Tras años de experimentos infructuosos, los científicos están desmoralizados y Lem pone en su bocas reflexiones muy agudas acerca del propio ser humano, que no busca interlocutores, sino espejos: no queremos enfrentarnos a inteligencias diferentes y tratar de entenderlas, sino que queremos interlocutores que tengan puntos de vista similares a los nuestros. Ésta es la causa de la dificultad de comunicación en su novela.
En Fiasco (1986), Lem se dedica a abordar nuevamente el problema del contacto, esta vez desde una perspectiva algo diferente, pero igualmente pesimista. Exploradores humanos cruzarán miles de años luz para encontrarse con los quintanos. Al llegar allí, pese a todos las evidencias de tecnología similar a la nuestra, los humanos no conseguirán forzar el contacto, que parece no deseado por los quintanos.
Sin embargo hay que reconocer que con frecuencia estas elucubraciones son aparcadas en beneficio de una trama más dinámica, repleta de aventuras. Así, en los inicios de la ciencia ficción, lo más corriente era encontrarse con un Imperio o una raza extraterrestre, a veces deseosos de ayudarnos, otras de dominarnos. Estas eran simples reencarnaciones del típico y simplista conflicto del bien y el mal, idénticamente tratados en la fantasía mediante trols y elfos.
Más audaces en cuanto a ideales fueron quizás las obras que vieron la luz durante los años de la guerra fría, donde el conflicto con los extraterrestres era una manera de soslayar la censura y liberar al espectador de prejuicios, para abordar el problema, real e inmediato, de la comunicación entre los bloques políticos. Así aparecen películas como La guerra de los mundos (1953), en la que los extraterrestres son alegorías del bloque comunista.
Estas diferencias han sido a menudo llevadas al extremo y fusionadas con el terror a lo desconocido, dando paso a una serie de extraterrestres sin rastro de humanidad y frecuentemente movidos por un impulso violento. Paradigmáticos son las criaturas del celuloide que amenazan a los humanos, como en La cosa de otro mundo, La invasión de los ultracuerpos (1978) o el supremo asesino de Alien (1979).
Sin embargo no hay que olvidar la visión de autores mucho más optimistas como Carl Sagan, que en su novela Contact (1985) describe cómo, gracias a la ciencia, humanos y extraterrestres toman contacto y se comunican. Similar opinión parece tener el lacrimógeno Steven Spielberg. No sólo apuesta por el contacto pacífico y aleccionador con la interesante Encuentros en la tercera fase (1977), sino que sus extraterrestres, cuando aparecen, son más bien feos pero entrañables, de grandes ojos enternecedores y capaces de perdonar setenta veces setenta todas las pequeñas torturas a las que el incorregible ser humano es capaz de someterles, como en E.T., el extraterrestre (1982).
Posibilidades de contacto
La mayoría de los autores de ciencia ficción dan por hecho la existencia de inteligencia extraterrestre y enfocan el contacto como algo ineludible. Existen notables excepciones, como el ciclo de Fundación de Isaac Asimov, en la que el autor, pese a creer en la existencia de vecinos en la galaxia, deliberadamente decidió prescindir de ellos en esta historia.
Las posibilidades reales de contacto han sido estimadas numerosas veces, partiendo en la mayoría de los casos de la ecuación de Drake, con resultados muy dispares. En los años sesenta, aún influenciados por la edad de oro de la ciencia ficción, las estimaciones eran de decenas de miles e incluso millones de civilizaciones. En los años ochenta, la escasez de resultados del programa SETI produjo un enfriamiento de los ánimos y se realizaron revisiones de los términos de la ecuación de Drake mucho más conservadoras e incluso pesimistas.
Sin embargo, y recordando una vez más a Lem, hay que señalar que esta ecuación señala la posibilidad de que se produzca un encuentro físico con otra raza extraterrestre, no de que se establezca una comunicación.