Zona de espera
Zona de espera | |
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Autor: | J.G. Ballard |
Otros títulos: | Los terrenos de espera Esperaré en Murak |
Datos de primera publicación(1): | |
Título original: | The Waiting Grounds |
Revista o libro: | New Worlds Science Fiction #88 |
Editorial: | Nova Publications |
Fecha | Noviembre de 1959 |
Publicación en español: | |
Publicaciones(2): | Las voces del tiempo (Antología) Próxima parada: las estrellas Cuentos completos |
Otros datos: | |
Saga: | |
Premios obtenidos: | |
Otros datos: | Ficha en ISFDB |
Fuentes externas: | |
Tercera Fundación | [{{{URL-3F}}} Ficha] |
ISFDB | [{{{URL-ISFDB}}} Ficha] |
Otras fuentes | {{{URL-OtrasFuentes}}} |
Notas: | |
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J.G. Ballard (1959)
Zona de espera, también conocido con los títulos de Los terrenos de espera y Esperaré en Murak, es un relato temprano de Ballard, perteneciente a una primera etapa donde aún no se había alejado demasiado de los presupuestos de la ciencia ficción de la edad de oro.
Sinopsis:
Quaine es el nuevo operador del observatorio de radio situado en el lejano planeta Murak. Su predecesor, Henry Tallis, ha permanecido en el puesto 15 años, y durante las semanas que coinciden en Murak para hacer el relevo, Quaine tiene la persistente sensación de que Tallis le oculta algo sobre Murak y lo acaecido años atrás con dos geólogos que desaparecieron en una expedición. Tallis parece reacio a marcharse, como si estuviera esperando algún acontecimiento, pero Quaine no consigue sonsacarle nada.
El relato:
En muchos aspectos, se trata de un relato de corte relativamente clásico dentro de la ciencia ficción, con personajes que son verdaderos estereotipos. El escenario de Murak tampoco no es ajeno, y puede recordar a los planetas avanzadilla comercial que tanto abundan en relatos de Asimov o de Heinlein. Apenas nadie habita el planeta, que se colonizó con grandes perspectivas de su explotación minera, pero que ha resultado un erial en cuanto a su riqueza mineral. Sus condiciones tampoco lo hacen especialmente alto para la vida: sin vegetación y sin atmósfera protectora -aunque Ballard no hace especial hincapié en este aspecto- al mediodía se alcanzan los 160 centígrados y por la noche se desciende hasta los 30 bajo cero.
Ballard construye una interesante intriga en torno al secreto que esconde el abrasador planeta y su solución deux ex machina parece casi inevitable. Sin embargo, tras un sicodélico viaje mental a los confines de la historia del universo -¿influencia de Stapledon?- el epílogo apunta algunos aspectos muy característicos de Ballard. Nada queda muy claro, ni respecto a lo ocurrido ni, por supuesto, respecto a su significado concreto; numerosos detalles vertidos a lo largo del relato, que parecían pistas al lector, quedan sin resolver, olvidados, contraviniendo la máxima chejoviana de no se deben introducir elementos superfluos en las narraciones cortas.
Con gran diferencia, la parte que peor soporta un examen crítico resulta la pretensión escatológica que da un giro total al enfoque del relato, pues resulta excesivamente disonante y minuciosa, larga, lo que rompe el ritmo y -en parte- el pacto de ficción. Sin embargo, el relato cierra magníficamente.