El planeta prohibido

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Fred McLeod Wilcox (1956)

Sinopsis:

Dirección: Fred McLeod Wilcox
Producción: Nicholas Nayfack
Guión: Cyril Hume, Allen Adler e Irving Block
Música: Louis y Bebe Barron
Fotografía: George J. Folsey
Reparto: Walter Pidgeon (Edward Morbius), Anne Francis (Altaira Morbius), Leslie Nielsen (John Adams), Warren Stevens ("Doc" Ostrow), Jack Kelly (Jerry Farman)

La película:

Una expedición llega al cuarto planeta que orbita alrededor de la estrella Altair para tratar de averiguar y si es posible rescatar a una anterior expedición. Al llegar comprueban que los únicos supervivientes son el Doctor Morbius y su hija; el resto de la anterior tripulación murió violentamente sin que se sepa quién o qué fue su agresor.

La película sigue una estereotipada secuencia de acontecimientos. La hija del doctor se enamora del capitán de la nave mientras que el monstruo vuelve a aparecer y comienza a masacrar a los tripulantes de la segunda expedición. Por otra parte, el capitán de la nave termina por descubrir que el doctor a encontrado los restos de una avanzada civilización misteriosamente extinta y que pretende mantener en secreto el hallazgo con la excusa de preservar a la humanidad de una tecnología que no está preparada para asimilar.

Se supone que esta obra es la adaptación al género de La tempestad de William Shakespeare. En líneas generales se puede decir que efectivamente es así, con algunos toques a lo doctor Jekyll y mister Hyde. Sin embargo, no se puede considerar que los actores estén a la altura del teatro del bardo inglés, a excepción quizás de Walter Pidgeon, que en cualquier caso no se esfuerza tampoco demasiado en una obra que debió parecerle demasiado fantasiosa y adolescente.

Y es que, efectivamente, a pesar de las intenciones de aportar profundidad a las motivaciones y de tratar de abordar grandes conflictos humanos, no deja de tener la apariencia de Space Opera, con planetas habitables, capitanes de naves espaciales con pistolas laser, científicos de mentalidad cuestionable, monstruos e incluso civilizaciones extraterrestres.

Aún así, se deja ver con gusto y resulta entrañable la inocencia de aquellos efectos especiales (gentileza de Disney) conseguidos a base de pintar rayos de colorines sobre el propio negativo de la película y que le valdrían su única nominación a los Oscar (técnica que mejorada sería utilizada mucho más tarde en la primera versión de La guerra de las galaxias).

Mención especial merece el robot Robby, de sedosa y agradable voz y modales exquisitos de mayordomo inglés. Sus múltiples habilidades le convierten casi en un artefacto milagroso pero a pesar de ello se mantiene alejado de la fantasía. Destacable es también el programa del que le dota el doctor Morbius, una especie de emulación de las tres leyes de la robótica que le impiden hacer daño a ningún ser humano y que incluso le provocan cortocircuito al enfrentarse a dilemas morales de los planteados por Asimov en sus historias.

Sólo por la invención de este personaje la película quedaría ya justificada.