Paradoja del teletransporte
La paradoja del teletransporte es un experimento mental ideado para explorar cuestiones en torno al concepto de la identidad personal. Aunque fue publicado por primera vez con este nombre por el filósofo Derek Parfit en su libro Reasons and Persons (1984), existen muchos antecedentes a esta exposición.
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Exposición de la paradoja:
Parfit propone al lector que imagine que entra en el interior de una máquina (la cabina de teletransporte) donde es dormido y escaneado a nivel atómico hasta componer un mapa perfecto de todas sus moléculas, luego es desintegrado y la información es enviada a un punto distante (Marte, en su propuesta) donde una segunda máquina le recrea siguiendo el mapa realizado, a partir de materia local, colocando cada átomo exactamente en la misma posición.
Cuando el lector es despertado en Marte, se sentirá enteramente él mismo, recordará haber entrado en la máquina de teletransporte en la Tierra y acto seguido haber aparecido en Marte, sentirá que ha viajado. Pero, ¿ha viajado realmente? ¿Es la misma persona? Y, sí la máquina en la Tierra se estropea y no destruye el original... ¿ambos son la misma persona?
Antecedentes filosóficos:
Ya en 1775 el filósofo escocés Thomas Reid exponía en una carta a su amigo Lord Kames, su inquietud ante un problema mental similar. Venía a preguntarse el filósofo si, cientos de años en el futuro, se consiguiera reconstruir con total precisión el propio cerebro y se crearan, una o varias copias del mismo, ¿serían esas copias el mismo ser, e igual al ya desaparecido tiempo atrás?
En realidad, la pregunta de Reid no es extraordinaria, sino que lleva sólo un poco más allá el discurso de otros pensadores como René Descartes (1596-1650), sin bien con enfoques y propósitos opuestos. Descartes defendía e dualismo cuerpo-mente, postulaba la necesidad de que existiera algo adicional al mero mecanicismo del cuerpo que le dotara de humanidad. En su Discurso del método (1637), proponía un método para diferenciar un ser puramente mecánico que imitase al ser humano, el germen de lo que sería luego el test de Turing. Presumiblemente, para Descartes, las copias que imaginarán siglos más tarde Reid o Parfit no serían verdaderos seres humanos, ya que adolecerían del alma o la mente, algo enteramente separado del cuerpo.
Reid, por contra, lanza la cuestión con la sospecha de que una copia idéntica en lo material tendrá idénticas propiedades inmateriales, tales como su la identidad personal, la conciencia de ser determinada persona.
Antecedentes en la ciencia ficción:
Parece bastante posible que Parfit, trabajando en torno a la naturaleza de la identidad personal, pensara su experimento mental inspirado en la serie de televisión de Star Trek, pero los ejemplos en torno a esta paradoja son abundantes en la ciencia ficción.
Stanislaw Lem describe una situación extraordinariamente similar en su Viaje vigésimo tercero (1954), cuando Ijon Tichy viaja a un planeta en el que sus habitantes utilizan la tecnología descrita tanto para no ocupar espacio mientras duermen como para viajar rápidamente. Lem repetiría este nóvum en el Viaje decimocuarto (1957), en el que esta tecnología es usada para realizar una copia de seguridad de cada ciudadano en previsión de que le ocurra algún accidente; y aún la pondría por escrito una tercera vez en aquella época, en el ensayo Resurrección atómica, el primero de los recogidos en Dialogi (1957).
La paradoja de la duplicación en la ciencia ficción:
La paradoja del teletransporte es un tema bien establecido en la ciencia ficción, con ejemplos tempranos como los de Stanislav Lem, aunque hay que reconocer que, tras la influente publicación de Parfit, los ejemplos que ilustran la paradoja reproducen con bastante exactitud las premisas del filósofo.
Este es el caso, quizás el más significativo de todos, del capítulo Second Chances (1993) de la serie de televisión Star Trek: La nueva generación, en la que se dramatiza este experimento mental paso por paso tal y como lo imaginara Parfit. En esencia, el Enterprise encuentra en un planeta un duplicado de Will Riker, creado durante un error de funcionamiento del teletransportador ocho años antes. Este suceso es recordado y homenajeado en un episodio de la segunda temporada de Star Trek: Lower Decks, cuando el alférez Brad Boimler es accidentalmente duplicado en un nuevo error del teletransporte prácticamente idéntico al sufrido por Riker.
Los guionistas de la serie resuelven la paradoja asignando identidades cuasi-idénticas a ambos duplicados: una vez cometido el error, no se puede eliminar el duplicado sobrante, que es un ser humano legítimo y dotado de personalidad propia y diferente, ya que los dos duplicados han empezado a divergir en su personalidad desde el momento en que empiezan a experimentar cosas distintas.
Star Trek abunda en capítulos donde se juega con estas cualidades del teletransporte, con variaciones del experimento que permiten explorar estos aspectos de la continuidad de la propia personalidad a lo largo del tiempo y de los cambios.
En realidad, la paradoja no necesita realmente de la función de teletransporte, sino únicamente de la de replicación, motivo por el cual también es conocida como paradoja de la duplicación, lo que da pie a muchas variantes del experimento (tratadas por Parfit en su obra), como la fusión de personas, la modificación gradual de las mismas, etc.
Un ejemplo temprano de una de estas variaciones del experimento lo tenemos en La mosca (Kurt Neumann, 1958), película basada en un relato de 1957 de George Langelaan. En este caso, el malfuncionamiento del teletransporte provoca la fusión del científico experimentador con una mosca, lo que deriva en una progresiva alteración de la personalidad del científico.
Pero no es necesario acudir a tales extremos para explorar las variaciones de personalidad que podrían ser inducidas por la duplicación. A principios de 1990 Bill Watterson introdujo en la tira cómica de Calvin y Hobbes el elemento del duplicador, con el cual Calvin hacía una copia de sí mismo para ayudarse en las tareas. Lamentablemente, teniendo esta copia la misma personalidad que el Calvin original, se niega a hacer ninguna tarea y en su lugar decide volver a copiarse para que sea la segunda copia quien trabaje, que a su vez decide hacer otra copia, y así sucesivamente. La película Mis dobles, mi mujer y yo (Harold Ramis, 1996), tomaría esta idea, pero introduciendo variaciones en las personalidades de las copias.
También el problema de la necesidad de destruir el original ha sido explorado en diversas obras, con roles más o menos importantes. Así, podemos mencionar dos obras de 1995: Pensar como un dinosaurio (James Patrick Kelly, 1995) y El prestigio (Christopher Priest, 1995), la segunda de las cuales vuelve a ilustrar fielmente la paradoja de Parfit, solucionándola de manera un tanto expeditiva.
Pero, una vez que se asume que la esencia de la paradoja tiene más que ver con los duplicados que con el teletransporte, podemos encontrar otras versiones instrumentalmente diferentes, como en las películas como Moon (Duncan Jones, 2009) u Oblivion (Joseph Kosinski, 2013), en las que se utiliza la clonación para crear estos duplicados y se explora su legitimidad como seres independientes y diferenciados.