Rascacielos
Rascacielos | |
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Autor: | J.G. Ballard |
Otros títulos: | |
Datos de primera publicación(1): | |
Título original: | High-Rise |
Revista o libro: | High-Rise |
Editorial: | Jonathan Cape |
Fecha | Noviembre de 1975 |
Publicación en español: | |
Publicaciones(2): | Rascacielos |
Otros datos: | |
Saga: | |
Premios obtenidos: | Premio Gigamesh |
Otros datos: | |
Fuentes externas: | |
Tercera Fundación | Ficha |
ISFDB | Ficha |
Otras fuentes | |
Notas: | |
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J.G. Ballard (1975)
Rascacielos es una novela publicada por Ballard poco después de La isla de hormigón (1974), y que junto con Crash (1973) completa un ciclo de obras centradas en la deshumanización debida a la tecnología.
La trama:
Robert Laing es un joven doctor que, tras un difícil divorcio, se ha mudado a un apartamento en el piso 25 de un rascacielos para gente acomodada. El edificio tiene todas las comodidades necesarias para hacer una vida autosuficiente en su interior: supermercado, peluquería, piscina, gimnasio e incluso escuela para los niños. Allí, Laing traba relación rápidamente con otros inquilinos de otros pisos: Charlotte Melville, una secretaria vive un piso más arriba; Richard Wilder, de los pisos inferiores; y Anthony Royal, uno de los arquitectos que habita en el apartamento del piso 40.
El rascacielos parece un lugar apropiado para disfrutar de cierta intimidad y reclusión en un apartamento tranquilo pero con todo lo necesario, al tiempo que ofrece la oportunidad de conocer gente variada pero de similar estrato social. Casi inevitablemente, Laing y el resto de inquilinos empiezan a experimentar un desinterés creciente por la vida fuera del edificio al tiempo que se empieza a crear una estratificación por plantas que refleja una estratificación social.
Pequeños fallos en los servicios y las habituales rencillas vecinales intensifican esta estratificación y progresivamente el edificio entero va deslizándose hacia la violencia.
La novela:
Rascacielos culmina el camino iniciado con La exhibición de atrocidades y brillantemente seguido con Crash y La isla de hormigón en el que Ballard explora una de sus ideas fundamentales: la manera en que en entorno cada vez más tecnificado en el que vive el ser humano puede afectar a su comportamiento, haciendo aflorar nuevas patologías, destruyendo la apariencia de civilización que nos cubre como un frágil cáscara.
Con bastante seguridad, Rascacielos es la obra en la que el autor inglés más crudamente volcó su experiencia vital, aquellos casi tres años que pasó en un campo de concentración en el Shanghai ocupado por los japoneses. El rascacielos de Ballard y un campo de concentración son lugares aislados del exterior en los que paulatinamente surge un nuevo orden. La violencia y la adhesión intragrupo puede constituir herramientas que hagan florecer rápidamente este nuevo orden social; pero a medio plazo esta jerarquía también puede derrumbarse al tiempo que el individuo se aísla más o pierde todo interés.
Ciertamente, el pacto de ficción puede resultar duro de asumir. La psicología de los habitantes del edificio, su desinterés por el exterior que deviene en verdadera patología que les hace ocultar lo que ocurre incluso a la policía que viene a investigar, puede resultar no creíble, especialmente en sus primeras etapas, en las que la locura tiene que convivir, necesariamente, con cierta racionalidad que aún pervive. Pero si se entiende el rascacielos como una metáfora del campo de concentración, la obra adquiere de repente un inquietante y pleno sentido.
Bajo este prisma, Rascacielos no es sólo ciencia ficción, sino excelente prospectiva cuyo nóvum es la posibilidad de que un extracto de la población -los inquilinos- queden aislados y a su albur.
Por esta parte, podría relacionársela con El señor de las moscas (William Golding, 1954); pero para Ballard el papel perturbador de la tecnología resulta fundamental en la narrativa: los ascensores, las escaleras, el supermercado, la piscina encerrada en el piso 10, los maletines de los ejecutivos, su vehículos aparcados a la puerta como un mar de chatarra, conforman un escenario frío y en apariencia controlado, que provoca una fuerte disonancia, un auténtico impacto emocional, cuando la violencia y el primitivismo se adueñan del mismo.
También resulta una de las novelas en las que Ballard mejor dibuja la psicología de los personajes, con tres actores principales -masculinos, eso sí- claramente definidos en sus emociones y motivaciones. En contraposición a esta preponderancia de la individualidad masculina, Ballard aporta una especie de sororidad femenina, inicialmente más pasiva, pero resilente que consigue triunfar en última instancia.
En cuanto al lenguaje y estilo, algunos pasajes pueden resultar repetitivos en el tercio medio del libro, donde se trata de hacer experimentar al lector la sutil degradación del edificio y de sus inquilinos, quizás porque este proceso es el más difícil de asimilar. Esto queda de sobra compensando por una sugerente colección de imágenes que quedan impresas en la retina del lector para ilustrar la distopía casi apocalíptica, acompañadas de una prosa directa, cruda y sin concesiones en cuanto a la humanidad de los personajes.
Un libro atrevido y excepcional.
Premios:
- 1984: Premio Gigamesh de novela