Humor en la ciencia ficción
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El humor no ha sido algo frecuentemente asociado a la ciencia ficción, quizá debido a las características de sus dos principales ramas.
Por una parte, la ciencia ficción prospectiva, dado su carácter especulativo acerca de la sociedad y cómo ésta es influida por la ciencia y la tecnología, da lugar a escenarios serios, más dados al drama en el que los protagonistas se enfrentan a los problemas derivados de aquello sobre lo que la obra quiere alertar. Por otro, la ciencia ficción maravillosa, apelando al sentido de la maravilla, da lugar más a aventuras emocionantes o exploraciones que pueden ser incluso solemnes si el autor quiere quiere hacer alarde de conocimientos o imaginación con su worldbuilding.
Sin embargo, esto no significa que el género no haya tenido una buena colección de obras y autores que hayan explorado las posibilidades del humor, en ocasiones como divertimento, en otras como herramienta de crítica y denuncia.
Así, ya desde los inicios de la ciencia ficción moderna hay obras notablemente humorísticas como Planilandia (Edwin Abbott Abbott, 1884), El gran experimento Keinplatz (Arthur conan Doyle, 1885), o R.U.R. (1920) y La guerra de las salamandras (1935), estas dos últimas de Karel Capek y un claro ejemplo de que el humor no está reñido con la crítica social.
En particular, algunos estudiosos del género (p.e. Fernando Ángel Moreno en Prospectivas. Antología del cuento de ciencia ficción española actual, 2012) han creido identificar que el uso del humor y el esperpento es precisamente una de las características distintivas de la ciencia ficción española frente a la anglosajona.