Aunque siga brillando la luna
Ray Bradbury (1948)
Es uno de los relatos que componen Crónicas marcianas.
La trama:
Los miembros de la cuarta expedición llegan a Marte para descubrir que los marcianos han muerto de varicela, sin duda traída por alguna de la misiones fallidas. Tal vez quede alguno vivo, pero la civilización marciana ha muerto.
Pese a todo, los hombres celebran una fiesta, hablan de mujeres, ríen y gritan en un planeta que es la tumba de una civilización y arrojan las basuras a los canales. Esa misma noche exploran una de las ciudades y uno de los hombres, borracho, vomita sobre los mosaicos que adornan las calles.
Todo esto enfurece a Spender, uno de los miembros de la expedición, que decide alejarse de los demás y continuar explorando por su cuenta.
Días después, cuando regresa a la nave, lo hace para asesinar a los hombres con el fin de retrasar, tal vez evitar la destrucción del planeta. Pero huye antes de matar a todos y, cuando los demás descubren los cadáveres, se organiza una partida de caza.
En un momento dado el capitán de la misión agita un pañuelo blanco y dialoga con Spender. Éste le cuenta entonces sus motivos:
- "Cuando yo era pequeño mis padres me llevaron a la ciudad de México. Siempre recordaré el comportamiento de mi padre, vulgar y fatuo. (...) Para el norteamericano común lo que es raro no es bueno. Si las cañerías no son como en Chicago todo es un desatino."
Aún le cuenta más. Le describe cómo ha investigado las ruinas, ha aprendido a leer sus libros y ha comprendido que los marcianos consiguieron progresar en armonía, inundando la vida de arte y comprendiendo que la vida es, por sí misma, razón suficiente para vivir.
El capitán comprende a Spender (es mucho mejor que el resto de sus hombres) pero rechaza su invitación de unirse a él y cuando vuelve con sus hombres se retoma la caza.
Finalmente es el mismo capitán quien da muerte a Spender.
Días después sorprende a uno de sus hombres divirtiéndose disparando contra las vidrieras de las ruinas marcianas y le revienta los dientes de un puñetazo.
La atmósfera:
Como en casi todos los relatos de Crónicas marcianas, la trama es secundaria frente a la atmósfera que Bradbury crea para ambientarla.
En este relato, ya desde el principio sentimos una profunda sensación de tristeza, cuando Spender decide encender un simple fuego y el resto de los hombres le critican no haber empleado el fuego químico del cohete.
- "No estaría bien hacer ruido, en esa primera noche de Marte, introducir un aparato extraño, brillante y tonto como una estufa. Sería una suerte de blasfemia importada. Ya habría tiempo para eso; ya habría tiempo para tirar latas de leche condensada a los nobles canales marcianos; ya habría tiempo para que las hojas del New York Times volaran arrastrándose por los solitarios y grises fondos de los mares de Marte; ya habría tiempo para dejar pieles de plátano y papeles grasientos en las estriadas, delicadas ruinas de las ciudades de este antiguo valle. Habría tiempo de sobra para eso. Y Spender se estremeció por dentro al pensarlo."
Este párrafo anuncia ya cuál será el destino del planeta si el hombre logra conquistarlo. Las imágenes de las ruinas irrumpen en nuestra imaginación y es imposible no sentir simpatía por Spender incluso cuando, más adelante, decide asesinar a sus compañeros.
El resto del relato no hace más que profundizar en esta idea: los marcianos muertos de varicela, las basuras arrojadas a los canales... todo redunda en demostrar que el hombre es difícilmente capaz de conservar las cosas hermosas que se encuentra y que prefiere arruinarlas para obtener beneficios materiales.
Y es que el Marte de Bradbury no pretende ser un lugar real que se adecúe a lo que la ciencia diga de él. El Marte de Bradbury es un lugar metafórico (como el Macondo de García Márquez) en el que el autor describe al hombre tal y como él lo ve.
Publicado en Thrilling Wonder Stories en junio de 1948.