Discusión:El jugador

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Revisión de 23:08 2 feb 2015 por Venom (Discusión | contribuciones)

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No sé si estoy del todo de acuerdo con tu comentario.

Es cierto que, si dejamos a un lado la forma, la historia de la lucha del periodista entre la ética la venta de una noticia sensacionalista está ahi, como lo estaba en El gran carnaval.

Sin embargo, creo que el relato de Bacigaluppi sí incide en la forma moderna de hacer periodismo. Creo que la idea de una agencia de blogs que mide su impacto a tiempo real en las redes sociales para calcular su valor en bolsa (creo que iban por ahí los tiros, no tengo el relato a mano) no es un "mero aspecto formal".

La sensación que tuve del relato es que sí incidía en estos elementos como potenciales corruptores del periodismo. Creo que el autor quería dar a entender que la presión directa, a tiempo real, del impacto de una noticia en las redes sociales, la medición de los clicks y su plasmación en beneficios (o pérdidas) para la empresa y, en consecuencia, para el periodista, dificultan el trabajo honesto de un periodista (o blogger) a quien se paga para aumentar el valor de las acciones de la empresa que aloja su blog.

Sí, es cierto, la idea del periodista que busca vender y para ello maquilla una noticia está ahí, pero creo que Bacigaluppi no busca tanto contar esa historia como criticar unas circunstancias actuales que dificultan el buen periodismo.

Por eso no creo que el escenario sea superficial y la historia la de siempre. Creo que el escenario es fundamental, que es, de hecho, el núcleo de la historia, el elemento sobre el cual quiere centrar nuestra atención por su influencia en el periodismo.

--Vendetta 20:35 2 feb 2015 (CET)

Uhm, realmente no lo veo, no siento que la medición en directo de los efectos de la noticia sea una parte fundamental del relato, aunque sea tocada marginalmente (en efecto, se menciona la venta de publicidad, la cotización en bolsa y en definitiva, una modificación del modelo de negocio).

Para mi, la historia que he leido es: periodista con ética hace historias honestas pero que no interesan; es tentado con un circo publicitario que le proporcionaría el éxito; actua en consecuencia (evito spoilers). Un tema clásico llevado a un escenario de ciencia ficción. Me ha gustado. Pero creo que Bacigalupi no aprovecha la parte especulativa que le abre el postular La Vorágine y se limita a adoptar la cf de manera formal únicamente.

Pero es posible que sea simpleemnte que nos hemos enfrentado al relato con actitudes diferentes. Propón una redacción alternativa y lleguemos a un consenso.

O convénceme de que estoy equivodaco :-)

--Venom 21:15 2 feb 2015 (CET)

No puedo convencerte de que has leído lo que no has leído; me decanto más bien porque hemos hecho lecturas distintas de un mismo relato (y, de hecho, la lectura que hemos hecho cada uno es acorde a los gustos e intereses de cada uno).

Así pues, voy a tratar de realizar una redacción en ese sentido: dos posibles lecturas.

--Vendetta 22:20 2 feb 2015 (CET)

Modifico ligeramente la propuesta pero no cambio nada en esencia, sólo palabras. Por mi, lista para sustituir.

--Venom 23:08 2 feb 2015 (CET)

El relato:

El relato permite distintas lecturas, lo que le confiere textura y profundidad.

Por una parte tenemos el enfoque más personal, centrado en el protagonista, que sigue la estela de una tradición fuertemente asentada en la cultura norteamericana: el examen a la ética del denominado cuarto poder y la manipulación de la información en la búsqueda de un mayor espectáculo. No es difícil rastrear esta tradición a través de un buen puñado de películas de excelente factura como El gran carnaval (Billy Wilder, 1951), Primera plana (Billy Wilder, 1974) o Capote (Bennett Miller, 2005).

El relato de Bacigalupi se desarrolla con un tono mucho más melancólico que las duras sátiras mencionadas, y la propuesta de una ética para el periodismo que hace el autor se desprende de un convencimiento personal, de estudiar al periodista como individuo, lejos del cinismo social de Wilder o Miller.

Por otra parte tenemos el escenario en el que se desarrolla la historia anterior, marcado por al presencia de La Vorágine. Aunque Bacigaluppi no se detiene a describirla (lo que es un acierto, ya que una descripción detallada de una tecnología vuelve pronto obsoleto un relato) su presencia es permanente. Es lo que presiona al protagonista, lo que le obliga a aceptar una historia que se aparta de sus intereses habituales, lo que le genera un conflicto que debe ser resuelto.

Así, aunque similar, la situación del protagonista no es la misma que la de los periodistas de las películas de Wilder: no se enfrenta a la tentación del amarillismo (por un demonio personal, un impulso que le es propio o el mero ansia de éxito), sino que es empujado a ello por algo externo, una Vorágine que se lo exige a tiempo real, de forma inmediata y en contra de sus principios.

Esta Vorágine es el nóvum que confiere al relato su característica de ciencia ficción. Bacigaluppi especula con ella acerca de fenómenos que tienen lugar en el momento en que el relato es escrito (la presión de la retroalimentación, la inmediatez, la imposibilidad de imponer filtros en este contexto) y llama la atención sobre las posibles (probables) consecuencias sobre la calidad de la información que recibe la sociedad.