Guerra bacteriológica

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Una guerra bacteriológica es un conflicto armado en el que se hace uso de armas biológicas.

Aunque la definición anterior parece clara y sencilla, no está exenta de matices. Por una parte, se entiende como "arma biológica" aquella en la que el agente está vivo y es capaz de propagarse; las armas que hacen uso de agentes de origen biológico pero no vivo (tales como la toxina botulímica) serían armas químicas, no biológicas. Por otra parte en el contexto de la ciencia ficción, hablaríamos de "armas biológicas" en el caso de aquellas obtenidas de forma industrial a partir de cultivos y biotecnología; estaría, pues, exento el uso de cadáveres infectados como arma arrojadiza.

Guerras bacteriológicas en la vida real:

Basándonos en los matices anteriores, en el mundo real no ha habido guerras bacteriológicas. Es cierto que en al edad media sí se usaban cadáveres en descomposición o enfermos (p.e. de peste) como arma arrojadiza para hacer enferma y vencer a ejércitos sitiados, pero este uso de los agentes biológicos en asedios puntuales como arma lo aleja de la idea de arma biológica capaz de ser extendida a una guerra a gran escala.

Bien sea por motivos técnicos (la dificultad de desarrollar cultivos biológicos a gran escala, almacenarlos y trasladarlos sin que parezcan, y esparcirlos en proyectiles que no los maten al estallar) o de otro tipo (p.e. el miedo a liberar un agente potencialmente incontrolable o, menos probable, por motivos éticos) las armas biológicas no han sido, por fortuna, empleadas en la vida real, a diferencia de las químicas (p.e. el gas mostaza de la Primera Guerra Mundial) o nucleares (p.e. las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki).

Guerras bacteriológicas en la ciencia ficción:

Este tipo de guerras tampoco han sido habituales en el género de la ciencia ficción.

Se menciona el uso de armas biológicas en Campo de concentración (Thomas M. Disch, 1967), en Victoria de la Habana (María Jesús Álvarez, 2014) pero, en general, el género ha presentado el uso de armas biológicas como algo terrible que acaba derivando en un apocalipsis biológico, como en El último hombre vivo (Boris Sagal, 1971) o las zonas inhabitables de los mundos que Warren Ellis imagina para Lazarus Churchyard.