El disputado voto del ciudadano medio.

Escucho hastiado un debate acerca del estatuto de autonomía de Cataluña (si es que todavía se escribe así) y, por un momento, me sorprendo de lo lejanos que me resultan los argumentos que se barajan.

Lo que a mí me importa no es el texto concreto de un estatuto de autonomía que no es el mío ni unos papeles que no voy a consultar ni en Salamanca ni en Cataluña.

Lo que a mí me importa es acabar mi carrera, encontrar un empleo y, tras mucho esfuerzo y sacrificio, poder ahorrar lo suficiente para contratar una hipoteca que tal vez pague antes de que el hombre pise Marte… o tal vez no.

Lo que le importa a la gente como yo es su trabajo, las escuelas de sus hijos, los hospitales…

Lo que el ciudadano medio quiere es no salir muy tarde del trabajo, llegar a casa, ver el fútbol (ahora lo debe haber a diario) e ir al cine los fines de semana.

El ciudadano medio quiere poder adquirir una vivienda sin endeudarse de por vida, quiere hacer la compra y poder llegar a fin de mes ahorrando un poco para irse quince días de vacaciones en verano, si es posible.

El ciudadano medio quiere salir a cenar de vez en cuando sin que le asalten en una esquina y que sus hijos puedan estudiar sin que su título universitario sea una garantía de desempleo.

El ciudadano medio, en definitiva, quiere vivir tranquilo, sin molestar ni que le molesten. Quiere un nivel de vida lo bastante digno como para poderse permitir el lujo de preocuparse por el medio ambiente o la situación de nuestros ancianos.

Sin embargo, los políticos hablan de otra cosa. Mencionan conceptos como nación, estado, nacionalidad… y, a veces, rozan el ridículo (¿Alguien ha visto alguna vez un estado de nacionalidades?). Tratan temas abstractos, lejanos y difusos que llenan sus enormes bocas. Pero, estos conceptos, ¿importan a alguien más?

Desgraciadamente, sí.

Aún cuando hay otros problemas más graves sin resolver el ciudadano medio se ofende por las pretensiones de unos políticos… o por la intransigencia de los otros, si lo mira desde el otro lado.

El ciudadano medio no entiende las razones de unos textos que no se ha leído y, pese a todo, se solivianta con los argumentos de los comentaristas radiofónicos que parecen ser los únicos que sacan tajada de ello.

Políticos y comentaristas nos cuentan sus medias verdades y se callan otras. Como, por ejemplo, que el actual estatuto catalán, tan denostado por los populares, es muy parecido a el que ellos mismos propusieron… ¡y que socialistas y catalanes rechazaron en su momento!

Parece como si, a la hora de apoyar o no un texto, los partidos no se leyeran dicho texto, sino quién lo firma. Parece como si lo importante no fuera debatir un contenido y llegar a un acuerdo consensuado, sino oponerse sistemática y metódicamente a todo lo que propongan los otros.

Y, mientras tanto, el nivel educativo de nuestras escuelas cae en picado, miles de familias mantienen a ancianos o discapacitados con escasas ayudas (o sin ayuda alguna), la población inmigrante aumenta sin que tengamos un modelo de integración claro, el precio de la energía aumenta restando competitividad a nuestras empresas, la sanidad no mejora…

Pero no son estos los temas que parecen preocupar a nuestros políticos.

Y, sin embargo, los políticos están ahí porque, con el libre ejercicio del derecho al voto, el pueblo soberano los ha designado a ellos como representantes. Están ahí porque nosotros los elegimos. Son ellos quienes deberían servirnos, no al revés. Su labor es encontrar cauces más o menos dialogados por los que conducir nuestros problemas (que deberían ser los suyos) hasta encontrarles solución, pero en vez de ello nos hacen partícipes de sus riñas estériles (que, en realidad, no son las nuestras).

Estamos manejados por políticos irresponsables que nos enfrentan entre nosotros. En consecuencia, la sociedad se está polarizando cada vez más, se hace difícil ser neutral o mostrar un punto de vista escéptico, y el clima de paz y de diálogo se deteriora día a día.

En este contexto, el debate político es algo vacío y carente totalmente de sentido. En una democracia el voto es un derecho inalienable pero, en estas condiciones, ¿es, acaso, responsable ejercer ese derecho? ¿Cómo va el ciudadano medio a apoyar con su voto a una clase política que hace un uso tan irresponsable de la confianza que les otorgamos en las urnas?

Tal vez el ciudadano medio debería plantearse la posibilidad de no hacerlo. Tal vez, ante un escenario del 100% de abstención en unas elecciones, los políticos pudieran entender que sus asuntillos, sus riñas, sus rifirrafes, nos la traen al pairo. Tal vez así entendieran que estamos cansados de ellos y que lo único que queremos es que se preocupen de nuestros asuntos.

Yo, personalmente, pienso contribuir a ello con mi no-voto en las próximas elecciones.

 

Carbunco
www.unaimacias.es

 

 

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