Literatura: Cometa.

Frell caminaba cabizbajo, como de costumbre. Recorría el pasillo que unía el observatorio con el laboratorio y los módulos habitables.

Una vez más había estado estudiando las tablas sin encontrar más error en las observaciones de los Antiguos que el brillo de aquella insólita estrella. Y, por alguna extraña razón, él parecía ser el único que le daba importancia.

-¡Frell el risueño! -exclamó Daya cuando lo vio acercarse.

Frell no contestó.

-¿Has encontrado ya la explicación a tu pequeño misterio?

-No. Y no creo que sea pequeño. La estrella ha variado dos magnitudes en menos de cien años.

-Las hay que varían más rápido.

-Ésta es especial.

Daya no contestó y la conversación dejó de interesar a ambos.

Frell se encerró en su habitáculo. Era una sala de paredes metálicas de tres metros de longitud, dos de anchura y dos veinticinco de altura. Demasiado baja para un hombre que ha crecido en 0,17 g. Uno de los muchos problemas de habitar un asteroide de hielo.

Más problemas: Metales. No se podía permitir siquiera la pérdida de una tuerca. Un martillo era un valioso tesoro. Había que reciclar mucha chatarra para reemplazarlo.

Al menos, el agua era abundante. Las plantas de fusión producían energía en abundancia y las cosechas en el invernadero colmaban los almacenes.

Frell lamentó terriblemente que los Antiguos no hubieran encontrado un lugar mejor para estacionar la base cuando la nave se averió, pero dentro de lo que cabía, tampoco podían quejarse, y aún había quien esperaba el rescate.

Pero Frell no confiaba en ello. Las tablas podían ayudar a encontrar su antigua posición a partir de las estrellas conocidas, pero eso era sólo teoría. Nunca se había hecho y Frell dudaba de las tablas. Aquella estrella había variado mucho.

Una llamada por el interfono. Supo que era el astrónomo jefe incluso antes de que se identificara.

-Estoy ahora mismo ahí -respondió Frell cuando le reclamaron en la Junta.

Una nueva amonestación (otra más) y de vuelta a la rutina.

Y el tiempo pasa. Sin un sol que sirva de referencia, sólo el reloj marca los días, los meses, los años... Las visitas a la biblioteca y al laboratorio se alternan con las amonestaciones.

Y por fin, un día, una pista; una palabra cazada al azar en uno de los libros: “cometa”. Pero sólo es una palabra. Los manuales de astronomía se perdieron tiempo atrás. Una palabra para la que no hay definiciones. Una palabra que se queda bailando en su mente. “Cometa”, “cometa”, “cometa”...

Y esa estrella, que de ser un simple punto en el cielo pasa a adquirir tamaño y se convierte en un pequeño disco. Y cambios en el asteroide que nadie explica y que todos se niegan a relacionar con la estrella. “La estrella de Frell” la llaman.

-Por favor, Frell -la exhortación del Director de la Junta de la colonia-, ponga los pies en el suelo. La colonia tiene otros muchos problemas. El asteroide está variando su configuración geológica. Necesitamos a todos los hombres... Incluso a usted.

Al salir del despacho del director Frell hace una última visita al astrónomo jefe. La palabra sigue bailando en la mente: “cometa”.

-Dígame, Rull ¿Qué es un cometa? -la pregunta parece molestar al astrónomo jefe.

-Nieve sucia -responde el astrónomo-. Asteroides de nieve sucia que orbitan una estrella. Al acercarse, la nieve se funde, hierve y el asteroide pierde toneladas de masa. Toda su superficie se desprende y forma la cola...

El astrónomo jefe clava sus ojos en Frell. Una mirada de comprensión se cruza entre ambos.

-Toda la superficie es arrojada al espacio, arrastrada por el viento solar.

El miedo recorre la espalda y llena la sala.

-¿Podrían los Antiguos haber cometido un error?

La pregunta queda en el aire. La respuesta es obvia.

Los antiguos se equivocaron. El asteroide es un cometa.

Sólo queda esperar el final de la colonia.

 

 

Carbunco
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