En defensa de la ciencia ficción.

La ciencia ficción siempre ha sido considerada un subgénero, inevitablemente asociado a las revistas pulp y, por lo tanto, ha sido juzgada por lo que creemos saber de ellas: barata y de mala calidad. Se suele deducir que algo que se publica en un medio tan pobre tiene que ser, por fuerza, de escasa calidad (¡Como si todas las ediciones de El Quijote fuera editadas con tapas de piel!). Podría ser éste un caso claro de prejuicios por imagen, pero seríamos unos cínicos si pretendiésemos obviar la rama más exitosa de este género, la que más libros de bolsillo ha vendido y más películas “de palomitas” ha inspirado.

La Space Opera (La Guerra de las Galaxias, Starship Troopers o Aliens 2, para que nos entendamos) es más atractiva visualmente y aporta mayores beneficios económicos que la ciencia ficción que aquí defendemos, más pura, más “intelectual” si se nos permite el agravio comparativo. La esencia de la ciencia ficción es algo más que un mero entretenimiento, sin tener que rechazar por ello unas aspiraciones lúdicas y honrosas como pudiera tenerlas cualquier obra de Kundera.

Tomando prestada una idea de C. Clarke, popularmente conocida bajo otros aspectos más cotidianos, hagámonos esta pregunta: Si hubiera que abandonar la Tierra, trasladar toda nuestra civilización, ¿qué obras se escogerían para ser salvadas en este Arca? ¿No estarían allí Un Mundo Feliz de Huxley o 1984 de Orwell? ¿No estaría Frankenstein?

¿Y qué tienen estas obras en común para que merezcan ser perdonadas? ¿Por qué merece la pena salvar una novela que habla de las peripecias de un inadaptado en un mundo futuro? ¿Por qué salvar una historia de novela negra, con el clásico protagonista que se enreda en una trama de espionaje sin buscarlo, chica y malos incluidos? ¿O qué tiene de verdaderamente especial el relato sobre el monstruo surgido de las pesadillas de Mary Shelley?

¿No será más bien que el Mundo feliz advierte sobre los peligros de “ceder” nuestra libertad (al igual que 1984 o Farenheit 451 de Ray Bradbury)? ¿No será que el monstruo creado por el doctor Frankestein no es tan monstruoso, sino solamente una faceta más de lo que significa ser humano (como los replicantes de Blade Runner de Ridley Scott, basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de K Dick).

Cada título, cada obra, trate de lo que trate, debe ser condenado o ensalzado individualmente y no basándose en prejuicios por pertenecer a un determinado género. Crónicas Marcianas (Ray Bradbury) no es un conjunto historietas llenas de imaginación (que también) sino una visión extremadamente realista de la sociedad americana y un melancólico alegato a favor del respeto entre los pueblos, todo ello aderezado con enormes dosis de sensibilidad y belleza.

El Hombre Invisible (H. G. Wells) muestra cómo el exceso de poder convierte a un ser humano en monstruo sociópata. La Isla del doctor Moreau (H. G. Wells una vez más) investiga sobre la esencia humana (una vez más) mientras que en Solaris (Stanislaw Lem) sobre lo que se indaga es sobre el alma. Y en esta misma línea filosófica, El Hombre Demolido (Alfred Bester) es una especie de Crimen y Castigo futurista mientras que La Naranja Mecánica (la de A. Burgess o la Kubrik) advierte que estamos asfixiando la libertad bajo una excesiva regularización y que esto puede conducir a que la violencia sea el único medio de expresión.

La ciencia ficción está llena de dedos brillantes como estos, que se alzan señalando futuros ominosos, sobre todo en la más pesimista y tardía, la más actual que ya no ve en la tecnología una herramienta de salvación, sino una espada de dos filos (como tal espada, lo que importa es quién la maneje). Robocop (guión de Michael Miner y Edward Neumeier), violenta heredera de La Naranaja Mecánica, denuncia el consumismo actual y el peligro del creciente poder que están adquiriendo las grandes corporaciones. Perseguido (The running man) en una línea similar, aprovecha el tirón de ventas de Stephen King (bajo el seudónimo de Richard Bachman) para deslizar un alegato contra la manipulación de los medios de comunicación, y en especial contra la televisión (algo ya temido por Bradbury). Y así hasta Neuromante (William Gibson) la más completa y pesimista de todas.

Cada una de estas obras trata un tema importante, y a la vez son una advertencia. Nos ofrecen una visión (que no una predicción) del lugar donde podemos terminar si elegimos ciertos caminos mirando solamente nuestro presente, sin tratar de imaginar el futuro. Si fueran La Biblia, diríamos que hablan con metáforas. Si hubieran sido escritos en el siglo XVIII, algunos serían fábulas y otros cuentos o leyendas.

Al igual que todas estas formas literarias, para nosotros, la ciencia ficción, en su pura esencia, es didáctica. Nos muestra al mundo y a las personas desde una nueva perspectiva, haciéndolos más comprensibles. Así mismo, nos ofrece pistas para leer el presente y discernir si el futuro al que nos dirigimos es el adecuado.

 

 

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