Susana.

 

Te he visto. Y estabas preciosa. Me has mirado como si me reconocieras, como si algo muy familiar saltara entre ambas; me he acercado y has sonreído, con una sonrisa tan amplia que he creído botar por dentro.

No sé por qué, necesitaba hablarte, preguntarte dónde habías estado y qué hacías aquí. Me has contestado -en Barcelona-, me has dicho que no te encontrabas del todo bien y te he comprendido, en serio, no sé explicarte cuánto. Me has contado que estabas de paso y he sentido miedo, miedo porque tal vez mañana algo te empuje a otro sitio y porque tal vez no sepa volver a encontrarte. También yo te he contado un poco mi vida. Cuando comencé a hablarte no tenía ni idea sobre lo próximo que diría, pero contigo resultaba tan fácil...

Eres tan bonita, en serio. Me pareces tan bonita que no he podido dejar de pensar en ello desde que atravesé aquella puerta para encontrarte. Pienso en lo bonita que eres y en cómo podré verte a solas. Casi nunca estoy sola, a veces lo echo de menos, hoy un poco más, porque te he conocido y tienes una voz preciosa y me gustaría escucharla y que fuera para mí, para llenarme de la tranquilidad de tus movimientos y la suavidad de tu cadencia.

Me he fijado, y en ti todo va con calma, como si no te importase nunca que de repente acabase el tiempo. A mí me importa: me da miedo acabar con el tiempo de cada cosa, no tener la opción de elegir si volver atrás o no quedarse nunca más quieta. Contigo el tiempo me da miedo, y las elecciones, porque me gustaría decirte que estaría a tu lado siempre sólo para poder contemplarte, me gustaría decirte que deseo conocer tu alma y tu cuerpo; sí, también deseo tu cuerpo, dormir las dos desnudas y rozar tu piel al moverme y sentir el escalofrío que ahora siento al imaginarte más intenso si cabe.

Antes de marchar, te pregunté tu nombre, con prisa, cómo si lo necesitara para poder pensar en ti y llamarte, Susana. Susana, me serpentea en la boca y me hace cosquillas. Lo dijiste y casi me sentí ridícula por no haberlo intuido antes. Te pregunté tu nombre cómo si lo necesitase para hacerte un poco más mía, para poder traerte a mi mente, para poder sentir que existes.

Ayer apenas podía impedir susurrar, Susana, mientras Sergio me masturbaba. Apenas podía evitarlo y me sentía extraña por ello. Nunca antes me había sucedido, nunca antes. Deseaba que fueses tú, en ese momento lo deseaba y pensaba que siendo tú todo sería aún más intenso, que una parte de mí moriría en cada suspiro y que intentaría hacerte morir a ti un poco acariciándote con mi lengua.

Me gustaría creer, Susana, que ninguna mujer te ha acariciado antes, que yo pudiera ser la primera y quizás la única en tu vida; eso me haría feliz, realmente, pero lo juzgo improbable. He calculado que quizás me sacas diez años, he supuesto que tu mentalidad es abierta y tu precioso rostro habrá atraído no sólo a hombres. He intentado reconstruir tu historia, dibujarte en mi mente, imaginar tu cuerpo, porque me he dado cuenta de que no lo miré, que desconozco si tus caderas o tus pechos son amplios o si tu cuerpo se forma más bien recto. Lo único que realmente conozco es tu cara y tu nombre, tu nombre precioso también. Susana, te noto cerca, por eso y porque he decidido guardar en secreto esto que siento, porque no quiero que nadie se encuentre mal por ello, porque no quiero sentirme mal, porque es precioso, porque eres un tesoro un poco mío, aunque desearía y sé que me tendré que morder la lengua para no decir a cada persona que me encuentre -he conocido a alguien y juraría que es ella-. No lo diré, no hasta que tú lo sepas, cómo si fueras un sueño, uno de los reales. Porque eres exactamente eso.

Quiero ofrecerte toda la ternura del mundo, abrir mis oídos para ti siempre, para que me cuentes tu historia enlazada en mis brazos y me ofrezcas tu sonrisa cada día. Quiero lo que tu quieras, Susana. Quiero pasear contigo y comer en la hierba, descalzarnos un día entero y caminar sintiendo el suelo cálido de la ciudad en verano y que después nos limpiemos los pies juntas, quiero besarte el dedo meñique de tu pie izquierdo, Susana, quiero hacerlo y después continuar con tu pierna hasta llegar a tus ojos que miran tan dulce.

Se me ocurre que, si te lo dijese, tal vez aceptases quedarte conmigo, aunque me daría miedo que estuvieses de paso. Pero tal vez, Susana, tal vez tú también lo has estado pensando, tal vez porque también yo te di mi nombre.

Y si te quedases siempre... También me da miedo, pero se me pone una sonrisa que me vence al miedo, que me da ganas de cambiarlo todo. Se me pone una sonrisa que me dice que quiere quedarse, que le gusta ser sonrisa y le gustas.

El mundo, mi mundo, el de ahora, a punto de derrumbarse de nuevo, a punto de caerse de nuevo cómo si hubiera sido construido para eso. El mundo cambiando, el mundo muriendo, cómo la piel de una serpiente, y tú naciendo. Tú naces hoy Susana.

 

 

María

Índice de revistas
Página principal de Alt+64