Las bases del desconocimiento.

Existe una gran incomprensión en torno a las grandes teorías que tratan de explicar el funcionamiento de nuestro universo (macroscópico o atómico, técnico, social o psicológico). Su esencia, sin embargo, es asimilable sin necesidad de grandes instrumentos matemáticos o conocimientos previos muy profundos.

Cualquier materia debería poder ser comprendida, al menos en un nivel básico, sin tener que recurrir a conocimientos reservados a los expertos. Lamentablemente, la jerga normalmente utilizada por estos expertos para sus investigaciones y la difusión posterior de sus resultados suele ser la primera barrera para quien la desconoce.

Recientemente el libro "Imposturas Intelectuales" de Sokal y Bricmont ha venido a delatar cómo con frecuencia el mal uso de esta jerga técnico-científica sirve para encubrir la ausencia de conceptos precisos.

Estos autores denunciaban la pérdida de rigurosidad científica de cierto sector intelectual que mezclaba teorías científicas y filosóficas para respaldar las suyas propias, confiriéndoles así un aura de veracidad. Este salto inadmisible entre un campo y otro contribuía al desconcierto y posiblemente tuviera su origen en un incorrecto entendimiento del modo de operar científico y de las propias teorías que tan mal se manipulaban.

Por ejemplo, la teoría de la Relatividad de Einstein no es una carta blanca para decir que todo es relativo. Nada más lejos de la verdad, ya que esta teoría debe ser entendida dentro de un marco estrictamente físico. Y más aún si comprendemos que lo que verdaderamente defiende es la incontrovertible invariabilidad e irrebasabilidad de la velocidad de la luz (tanto que Einstein siempre prefirió llamar a su teoría "Teoría de los Invariantes" y nunca le gusto el apelativo de Relatividad).

Sucede igual con el Principio de Incertidumbre de Heisenberg y su famoso ejemplo del gato encerrado en una caja. Metemos un gato en una caja cerrada (imposible conocer lo que sucede en su interior) y colocamos un dispositivo que se activa soltando un veneno cuando recibe el toque de una partícula. La luz tiene una dualidad onda-partícula, por lo que si lanzamos un fotón contra dicho detector no sabremos qué ha sucedido con el gato. Si el fotón se comporta como partícula, el gas se ha soltado y el gato está muerto. Si se comporta como onda, el gato sigue vivo porque el gas no se ha disparado.

De esto se venía a decir que el gato estaba vivo y muerto a la vez. Bien, entenderlo estrictamente así es un absurdo, como bien lo puede suponer todo el mundo. Heisenberg, con su principio, venía simplemente a postular que las predicciones a nivel subatómico no podían ser absolutas sino tan sólo estadísticas. Quizás fuera menos demagógico (aunque infinitamente menos impactante) decir que el gato tiene tantas probabilidades de estar muerto como de estar vivo y que la realidad en un sentido u otro sólo puede verificarse abriendo la caja.

Se nota la ausencia en la sociedad de una inquietud por conocer. El sistema educacional separa tempranamente las diferentes ramas de ciencias y de letras y a partir de esa separación se tienden escasos puentes que permitan a los mismos estudiantes completar su formación de una manera más rica y diversa. Nos sentimos satisfechos del torpe dominio que alcanzamos en nuestra limitada área de formación.

Más aún, nos atrevemos a juzgar que somos superiores en cuanto encontramos cualquier ridícula parcela de saber que conocemos mejor que el resto (y aquí podemos hablar de cualquier hobby, sea fútbol, música, novelas de ciencia-ficción, filosofía alemana o etimología castellana). Nuestra estupidez nos impide reconocer que ese logro que tanto sobrevaloramos es apenas un soplo en medio de un huracán.

Puede argumentarse la dificultad de descifrar jergas técnicas y científicas que nos son ajenas, lo que nos impediría acceder a los conocimientos que exponen. El alejamiento entre los grandes especialistas y la sociedad es siempre lamentable y se echa a veces en falta una mejor divulgación científica, personas como Asimov o Sagan, intermediarios entre ellos y nosotros, que nos descifren su lenguaje y nos lo acerquen.

Sin embargo, resulta ya dantesco el aviso que nos hacen Sokal y Bricmont con su denuncia. La elite se ha convertido en un puñado de esnobs que cultivan la cháchara especializada para mantener la estupefacción del contrario. No debería sorprendernos que la masa siga el mismo camino, autocomplaciéndose de su pobre visión del mundo.

 

 

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