Dos cuentos de las Mil y Una Noches

Cuenta la princesa Seherazade en la noche que hace número trescientos cincuenta y uno (si bien este es un dato que no recuerdo con claridad) la historia del hombre de El Cairo que sueña que su fortuna está en la lejana ciudad de Ispahán. Al día siguiente emprende el camino y tras largas jornadas llega a su destino. Cruza las puertas de la ciudad a última hora de la tarde y no encuentra albergue alguno, por lo que decide echarse a dormir en el patio contiguo a una mezquita.

Aquella noche ocurre un robo en las cercanías de la mezquita. Los vecinos dan la alarma, acude la Policía y apresan al hombre de El Cairo. Interrogado por el jefe de Policía el hombre relata la historia de su sueño y su viaje.

-Aunque a buen seguro -se lamenta- la fortuna que se me prometió han de ser los garrotazos recibidos por tus hombres.

El jefe de Policía, al oír el relato, se echa a reír.

-¡Hombre necio y estúpido! -clama- Yo también he tenido sueños en los que mi fortuna se hacía en tierras lejanas. A menudo he soñado con la ciudad de El Cairo, en la ciudad veo una casa, tras la casa un jardín, en el jardín un reloj de sol, tras el reloj una fuente, tras la fuente una higuera. Cavo bajo la higuera y encuentro un tesoro. Sin embargo yo soy un hombre cabal y no he emprendido el camino en busca de una quimera. Toma este dinero -dice, y arroja una moneda al suelo frente al hombre de El Cairo- y no vuelvas nunca a Ispahán.

El hombre de El Cairo, que ha reconocido en la descripción del jefe de Policía su propia casa, toma el dinero y emprende el camino de vuelta. Cuando llega a su casa se dirige a la higuera, cava bajo ella y encuentra un tesoro.

Unas de las cosas que hacen este cuento tan magnífico es la idea del destino como algo que viene prefijado por una parte y su curiosa estructura, compuesta de espejos y simetrías por otra.

Encontramos en este cuento dos sueños. Ambos juntos forman un espejo. Muestran una fortuna lejana (el protagonista debe viajar hasta Ispahan para encontrarla) cuando en realidad la fortuna ha estado siempre en el jardín de su propia casa. De alguna forma, el sueño del hombre de El Cairo y del Policía muestran y prometen una fortuna cierta, pero la muestran en un lugar equivocado, del mismo modo que un espejo nos muestra objetos ciertos, pero ubicados más allá de su superficie cuando en realidad los tenemos a nuestro lado.

Un segundo espejo lo constituyen los sueños en sí mismos, o mejor, los dos sueños son imágenes espejadas de una misma realidad. Ambos muestran una fortuna, ambos muestran un viaje, pero esos viajes son opuestos el uno al otro.

De esta forma, en el cuento el mundo de los sueños se nos muestra como una imagen de la realidad, la muestran pero la alteran dando lugar a extraños juegos de simetrías.

En el cuento se habla también de un hombre que viaja para encontrar su destino. Esta idea no es tampoco ajena a otros cuentos de las Mil y Una Noches. En otro de los cuentos de la princesa se narra la historia del criado de un rico mercader de Bagdag que una mañana encuentra a la Muerte en el mercado. Observa que la muerte la hace un gesto y, aterrado, huye a la casa de su amo.

-¡Amo, amo! -grita- Necesito el caballo más rápido que tengáis.

-¿Por qué habría de dejarte mi caballo favorito? -pregunta sorprendido el mercader.

-Hoy he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza -explica-. Antes de que caiga la noche debo estar en la lejana ciudad de Ispahán.

El mercader, compadecido de su criado, accede a dejarle el caballo. Tras verlo partir él mismo acude al mercado y ve también a la Muerte.

-Muerte -la interpela-. ¿Por qué has hecho un gesto de amenaza esta mañana a mi criado?

-No ha sido un gesto de amenaza -explica la Muerte-. Ha sido un gesto de sorpresa. Según mis libros debía encontrarme con él esta noche en Ispahán.

Este segundo cuento tiene una estructura mucho más simple que el primero pero resulta, de alguna forma, más impresionante gracias a la intensidad dramática de un hombre que no puede evitar su destino. El criado cree haber visto su muerte en Bagdag y tratando de huir acude a la cita que tiene con ella en otra ciudad.

En ambos cuentos un hombre emprende un largo camino y en ambos cuentos su destino (afortunado en un caso, fatal en el otro) se encuentra al final de ese viaje (resulta curioso hacer notar que tanto el hombre de El Cairo como el criado de Bagdag emprenden un viaje a la misma ciudad).

En estos dos cuentos nos enfrentamos a la idea de un destino prometido e inevitable. Esta idea es frecuente en los cuentos de Las Mil y Una Noches. Un hombre sueña que debe emprender un largo viaje, o sueña que su muerte está próxima y acude a ella tratando de evitarla.

Podemos, sin embargo, hacer una segunda interpretación del primer cuento. Podemos imaginar que el tesoro escondido bajo la higuera ha sido prometido al jefe de Policía de Ispahán, pero que al rechazar éste la fortuna que se le ofrece, incapaz de creer en ella, un numen perverso decide utilizarlo como instrumento de la fortuna de otro hombre. Podemos imaginar que la imagen del hombre de El Cairo encontrando el tesoro en su jardín atormentará los sueños del jefe de Policía, descubriendo que ha regalado a otro la fortuna que se le había prometido.

Según esta nueva interpretación, la fortuna no es algo inevitable, sino que favorece a aquel que la busca. Sin embargo esta interpretación no es válida según el esquema general de los demás cuantos de la colección, donde el destino es siempre inevitable. La idea de una fortuna que hay que agarrar al vuelo es mucho más occidental que oriental, por lo que hay que descartarla a la hora de interpretar los cuentos.

 

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