Acerca de la micción

El hombre y el perro son los únicos animales que sufren cáncer de próstata. La razón es que son los únicos que retienen la orina.

La orina es un fluido que debe ser expulsado, excretado. Son toxinas de las que nuestro organismo quiere librarse. Circulan por la sangre y son filtradas por los riñones. Allí, miles de nefronas se esfuerzan en filtrar la sangre y en eliminar de ella la máxima cantidad posible de residuos, volcándolos a la vejiga, donde se almacenan hasta que se hayan en cantidad suficiente como para ser expulsados.

En este sentido, la micción es un simple acto fisiológico. Sin embargo tiene también una importante función social.

En su supina estupidez, el ser humano se esfuerza en demostrar su grado de humanidad tratando de diferenciarse de los animales. Se priva de esta forma de muchos placeres. Convierte sus soluciones en problemas. La ropa que nos protege en invierno nos incomoda en verano sin que podamos quitárnosla, el sexo se vuelve pecaminoso, la urbanidad y las buenas formas nos atan a absurdos ridículos...

La micción no ha escapado a todo esto. La consideramos vergonzosa hasta el punto de que el astrónomo Tycho Brahe murió a causa de una infección de vejiga por retener su orina durante una visita real a su observatorio: había considerado de mala educación excusarse para desaguar.

Sin embargo, en otras ocasiones, la micción resulta ser una especie de catalizador social, al menos entre los hombres.

En efecto: si bien uno nunca habla con un desconocido por la calle, cuando se encuentra haciendo cola ante el baño de un bar (especialmente un día de fiesta), suele tener la tendencia de comentar algo con aquel que está también en la cola, en cierto modo para relajar la situación. Los dos van a hacer algo que se puede llegar a considerar vergonzoso, el humor rompe la tensión y no es extraño que alguien diga "El siguiente" al salir.

En otro ejemplo, un grupo de hombres meando en la misma pared comparten una especie de complicidad, se sienten unidos por el hecho de haber cometido una falta juntos.

Respecto a esto último, es cierto que debe existir algún tipo de reglamentación acerca de la micción; el olor de ciertos rincones de los cascos viejos de las ciudades un domingo por la mañana son prueba suficiente de que esto debe ser así aunque sólo sea por cuestiones de higiene. Pero por otra parte, no hay hombre que no haya meado en algún momento de su vida en un lugar no permitido.

Sin embargo, la relajada benevolencia con que se pasa por alto esta falta dentro del género masculino no tiene su compartamiento equivalente cuando se trata de que una fémina. Tal vez sea debido a que disponerse a orinar es menos engorroso para un hombre que para una mujer, tal vez a que los hombres sienten menos pudor al exponer sus genitales, el caso es que mientras que es habitual encontrarse a un hombre de cualquier edad o condición social meando en la calle, no ocurre lo mismo con las mujeres.

La micción es de este modo también un baremo que mide el grado de imparcialidad que ha alcanzado nuestra sociedad pretendidamente igualitaria. Aún nos vemos rodeados de prejuicios y aunque las leyes pretendan uniformarnos de manera artificial el problema persistirá mientras no se le ataje desde la raiz, con una adecuada educación. Pero ése es otro tema. O no.

 

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