Una estación de autobús.

Una estación de autobús es el lugar más triste del mundo un domingo por la noche. En esos momentos se compone, básicamente, de suciedad, olvido y despedidas. Tras el fin de semana, los futuros viajeros vuelven a su ciudad de trabajo, de estudios...

Una pareja se despide dándose un último abrazo, un último beso junto a un autobús en marcha. Los pasajeros miran con cara de aburrimiento. Bajo las ventanillas madres, padres, esposas, hijos y otras novias agitando sus manos a modo de despedida.

El chofer toca el claxon y la pareja se separa. Ella monta y la puerta se cierra. Él mira cómo el autobús se pone en marcha e intenta verla a través de los cristales salpicados de reflejos. No la ve y supone que le ha tocado un asiento al otro lado. De todas formas espera a que el autobús se vaya antes de salir del edificio.

Un guarda de seguridad pasea con cara de aburrimiento. Al pasar, golpea distraídamente una papelera con la porra. Acaba de comenzar su turno y ya tiene ganas de marcharse a casa. Llegará a tiempo de dar a su mujer un beso antes de que ella salga a la oficina.

Un autobús llega a la estación y sus pasajeros bajan reluctantes. Hay muchas menos bienvenidas que despedidas. De alguna forma, esto hace el lugar un poco más triste.

Del autobús recién llegado bajan una par de moros con pinta de no saber dónde están. Uno se pregunta si tienen papeles o trabajo, pero decide pronto que eso no tiene importancia. Unos rostros sin nombre que no será capaz de recordar no se diferencian mucho de las estadísticas que puede leer en cualquier diario. De alguna forma, el alma de los marroquíes se trivializa. Su humanidad se pierde y se confunde con la de un trozo de papel impreso que uno compra al precio de un café con leche.

La chica de la tienda de prensa baja la persiana, espera a que salgan los últimos clientes y se pone a hacer caja. Cuando acabe irá a la cafetería. El camarero, un hombre mayor y casado, con un hijo a punto de entrar en la Universidad, le invita a un café. Ella sólo tiene que escuchar y sonreír. Sabe que él sólo quiere, en realidad, ligar con ella, pero no le importa. La chica de la tienda de prensa es una chica joven y guapa que está demasiado acostumbrada a que todo tipo de hombres traten de ligar con ella.

Los dos moros se han sentado en uno de los bancos cercanos a las máquinas expendedoras. Juntan unas monedas y sacan un par de latas de Coca-Cola.

El guarda de seguridad pasa junto a ellos blandiendo distraídamente su porra. Los moros lo miran y siguen comiendo sin prestarle demasiada importancia. Sólo acaban de llegar y, si hay algo seguro, es que no van a ser ellos los que causen problemas.

Un viejo borracho con barba de varios días y vestido con ropas gastadas y sucias entra arrastrando una traqueteante bolsa de viaje. Se sienta a dos bancos de distancia de los moros. En la mano lleva una bolsa de plástico de la que saca un cartón de vino que abre con la mano y del que bebe a morro un largo trago. Los moros lo miran, él les ofrece un trago y ellos desvían la mirada.

La chica de la tienda de prensa sale de la cafetería y se marcha a su casa. Vive en casa de sus padres y por las mañanas acude a un curso de informática. La chica de la tienda de prensa es una chica con ambición y tiene toda la intención de ser una buena secretaria y casarse con algún aparejador, sin duda la mejor opción desde que su padre se negó a pagarle los estudios. Fue su hermano el que fue a la Universidad en su lugar. No acabó la carrera.

El camarero se despide de ella y se marcha a su casa sin muchas ganas de llegar.

 

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