El Amor ha muerto

Sí, el amor, ese sentimiento que todo el mundo tiene absolutamente divinizado, al que las personas consideran principio y fin de la existencia, entregadas a una búsqueda incansable de un ideal extremadamente escurridizo. Pues bien, sé que nunca pensaríais tal cosa, pero ya va siendo hora de decirlo: El amor, el sentimiento del Amor, no existe. Así es. -Pero, ¿cómo? -diréis- ¡Qué barbaridad! Eso no puede ser. El Amor tiene que existir, el Amor existe.

Sin embargo, ¿alguien sabe lo que es el Amor? ¿alguien lo ha visto? Sí, bueno, los creyentes de esta religión universal lo sentirán y creerán fervientemente en su existencia (igual que los creyentes de cualquier otra religión); pero, aún así, ¿tan seguros estáis -pobres mortales- de que es amor lo que sentís cuando decís estar "enamorados"? ¿No será más bien que queréis sentirlo? ¿No será más bien que el entorno, vuestros padres y profesores, vuestros amigos y amigas, la literatura, la música, el cine y vuestra propia inseguridad os han convencido (durante años de continuo refuerzo) de que debéis enamoraros?

Ciertamente, no parece que nos afecte mucho, a las generaciones jóvenes, que Nietszche nos diga que Dios ha muerto. Ahora ya no le importa a nadie. Pero imaginaos qué pasaría si predicara la muerte del Amor... La mayoría de vosotros os levantaríais indignados y le tomaríais por loco: El amor es intocable e incuestionable. De todas formas, pensemos un momento en las consecuencias que tendría para nosotros la idea de vivir sin esa creencia. Quizás muchos de nosotros nos quedaríamos tan desamparados como en su tiempo quedaron aquéllos que eligieron dejar de creer, sin alternativa posible, en la existencia de un Dios todopoderoso que cuidaba del destino de toda la humanidad.

Sin duda, preguntaréis: «Muchos creen en el amor ¿Cómo puede estar equivocada tanta gente?» El que una gran cantidad de personas piensen de otra manera no quiere decir nada, es natural que el pensamiento religioso esté tan arraigado. Después de todo, aún no sabemos quiénes somos. Antes de vivir con la duda preferimos inventarnos, aunque no sea muy real, una razón de vivir y una explicación de por qué hemos llegado aquí. No os engañéis, queridos compañeros y compañeras de viaje. Toda persona tiene derecho a hacer lo que quiera con su mente y su cuerpo, pero mi consejo, repito, es que no os engañéis: En nuestras manos está tomar el control de nuestras emociones y empezar a estudiar por qué somos como somos.

Pensad entonces, y pensad intensamente, sin miedo (¡pensar es gratis!), en qué aspectos podría cambiar nuestra vida si nos despojáramos de esa falsa veneración que sentimos hacia la entidad magnificada e idolatrada a la cual denominamos Amor, y pensad qué pasaría si empezáramos a buscar otras explicaciones más humanas al asombroso fenómeno de nuestros sentimientos.

 

 

 

Jas

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